La Jornada Mundial de las Comunicaciones del próximo domingo se centra en el tema de la escucha.
La Jornada Mundial de las Comunicaciones del próximo domingo se centra en el tema de la escucha y subraya la urgencia de situar a la persona en el centro de la información. Como subraya el Papa Francisco, no se hace buen periodismo sin “capacidad de escuchar”. Una necesidad que se hizo aún más evidente durante la pandemia y ahora en la trágica guerra de Ucrania.
«Francisco es un hombre que no sólo oye, sino que escucha». Es significativo que esta definición del Papa haya sido ofrecida por el secretario general de Caritas-Spes Ucrania, el padre Vyacheslav Grynevych, tras un reciente encuentro con el Santo Padre en la Casa Santa Marta. El sacerdote palotino confió que precisamente ésta – escuchar- es, de hecho, la tarea más importante que él, como los demás trabajadores y voluntarios de Cáritas Ucrania, lleva a cabo, además de la labor humanitaria, desde el 24 de febrero, día en que comenzó la invasión rusa. Escuchar el sufrimiento de las madres que han perdido a sus hijos, el de los padres que luchan por defender su patria y no saben si volverán a ver a sus familias. Escuchar los llantos inconsolables de los niños que, desde hace casi cien días, viven en el terror, absorbidos por una guerra cruel que ha interrumpido el curso natural de su existencia hecha de juegos, escuela y afecto familiar, como debería ser la vida de cada niño. Escuchar, pues… No «oír». Porque para oír basta el oído, para escuchar se necesita el corazón. Ahí está la sede de la escucha.
Cuando el Papa Francisco eligió como tema de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este año, precisamente, la escucha, su reflexión se basó principalmente en la traumática experiencia de la pandemia causada por el Covid-19. Se refirió a la soledad existencial a la que una parte de la humanidad se vio necesariamente obligada por las restricciones para contrastar el contagio, que paralizaron lo que más distingue al ser humano, vale decir, la persona: las relaciones con los semejantes. No en vano leemos en el Mensaje para la Jornada que se celebrará el próximo domingo, que «la capacidad de escuchar a la sociedad es más preciosa que nunca en este tiempo herido por la larga pandemia». Para Francisco, «hay que prestar oído y escuchar profundamente, sobre todo el malestar social acrecentado por la desaceleración o el cese de muchas actividades económicas». Ser capaces, por lo tanto, de captar el deseo de ser escuchados, que ha crecido desmesuradamente en los pliegues de ese silencio antinatural que ha descendido sobre nuestras comunidades durante tantos meses, haciéndonos redescubrir la necesidad de hacernos cercanos (tema, este último, del primer Mensaje de Francisco para las Comunicaciones Sociales, en 2014). Sólo si te acercas al otro, si te haces prójimo, sólo si estás a un latido del corazón -parece sugerir el Papa- puedes escuchar de verdad.
Por lo tanto, si el tema de la escucha surgió, en primer lugar, de la experiencia de la pandemia, no tiene menos valor en el trágico contexto de la guerra de Ucrania, así como de todo conflicto. Si, en efecto, en la pandemia, la capacidad de escucha debía encontrar las frecuencias adecuadas en el silencio, ahora es en el estruendo de las armas, en el ruido de la guerra donde esta actitud del corazón debe ser capaz de interceptar la voz de los que sufren. Según una visión funcionalista de la comunicación, ésta «ocurre» si hay un emisor, un receptor y un código compartido. De ahí el hecho de la comunicación centrada en «decir algo» más que en «escuchar a alguien». La guerra, al igual que la pandemia, ha demostrado, en cambio, lo que el filósofo Abraham Kaplan (nacido en Odessa), citado por el Papa en el Mensaje, ya había indicado; a saber, que la auténtica comunicación no se reduce a la yuxtaposición de dos monólogos (un duólogo), sino que requiere que el «yo» y el «tú» estén ambos «en salida», tendidos el uno hacia el otro. «Escuchar -escribe Francisco- es, por tanto, el primer e indispensable ingrediente del diálogo y de la buena comunicación. No se comunica si antes no se ha escuchado, y no se hace buen periodismo sin la capacidad de escuchar».
He aquí que, en esta última afirmación, encontramos una exhortación y una tarea para los trabajadores de la información, en particular en una coyuntura histórica tan delicada e imprevisible como la que estamos viviendo. Para hacer buena comunicación, buen periodismo, es necesario escuchar. En primer lugar, escuchar a los que tienen la voz más débil. Una tarea que llevan a cabo, incluso arriesgando sus propias vidas, los numerosos periodistas sobre el terreno en Ucrania, así como los que trabajan en todos los demás lugares donde se libran guerras más o menos olvidadas. La escucha necesita de paciencia, de humildad. Una virtud que, como afirmó el Papa en su encuentro con los periodistas de la Asociación de la Prensa Extranjera en Italia el 18 de mayo de 2019, hace que lo gratuito no sea mediocre. «El humilde periodista – afirmó en aquella ocasión – trata de conocer correctamente los hechos en su totalidad antes de contarlos y comentarlos».
“EL PERIODISTA HUMILDE ES UN PERIODISTA LIBRE. LIBRE DE CONDICIONAMIENTO. LIBRE DE PREJUICIOS, Y POR LO TANTO VALIENTE. ¡LA LIBERTAD REQUIERE CORAJE!”
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