Evangelio del 6 de enero del 2025 según san Mateo 4, 12-17. 23-25
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (1Jn 3, 22—4, 6)
Queridos hermanos:
Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.
Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
Queridos míos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. En esto podréis conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. Del cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo.
Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el Espíritu de la verdad y el espíritu del error.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial (Sal 2, 7-8. 10-12a) (R/. 8b)
R/. Te daré en herencia las naciones.
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo;
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo:
te daré en herencia las naciones;
en posesión, los confines de la tierra.
R/. Te daré en herencia las naciones.
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando.
R/. Te daré en herencia las naciones.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Jesús proclamaba el evangelio del reino, y curaba toda dolencia del pueblo.
Aleluya.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo (Mt 4, 12-17. 23-25)
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea.
Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló».
Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curó.
Y lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania.
Palabra del Señor.
Reflexión
El relato muestra a Jesús dando un giro decisivo en su misión pública: tras conocer el encarcelamiento de Juan el Bautista, se traslada a Galilea y comienza a proclamar la cercanía del Reino de los Cielos. Su llamado es directo: “Conviértanse”. Estas palabras no son un simple eslogan religioso, sino la exigencia de replantear lo que hacemos, lo que decimos y cómo nos relacionamos. Para quienes esperaban un Mesías arrollador, puede resultar desconcertante el énfasis en la conversión personal. Sin embargo, el mensaje de Jesús no se impone con violencia; apela a la conciencia y sacude las raíces de la comodidad.
El Evangelio también describe a Jesús recorriendo la región, predicando en las sinagogas y sanando a quienes padecían diversas dolencias. Esa mezcla de anuncio y servicio pinta el auténtico rostro del Hijo de Dios: no se limita a difundir teorías ni se encierra en discursos alejados de la realidad. Su cercanía con la gente, especialmente con los que sufren, pone de manifiesto que el Reino se hace presente allí donde se escucha, se cura y se restauran vidas quebrantadas.
Escenas de este tipo contrastan con la dureza que se percibe cuando falla el diálogo y reina la impaciencia. Jesús, en cambio, no excluye a nadie; su modo de actuar plasma la coherencia del amor de Dios, que no arrasa ni aplasta, sino que renueva esperanzas. Al mismo tiempo, exige una respuesta: “Arrepiéntanse”. Esta expresión no debería sonar rutinaria, sino más bien provocadora: quien de verdad se arrepiente no justifica sus sombras ni encubre su irresponsabilidad, sino que se atreve a reorientar su rumbo.
Galilea, territorio de paso y mestizaje cultural, es el escenario inicial de la predicación de Cristo. No fue el centro religioso ni el lugar más prestigioso, pero justo en ese ambiente sencillo brota la proclamación que cambiaría el curso de la historia. El texto concluye mostrando cómo multitudes de diversos orígenes siguen al Maestro, fascinadas por su palabra y sus gestos liberadores.
Cada persona que escucha este Evangelio está invitada a reflexionar si vive de espaldas a ese Reino que Jesús presenta como inminente. A menudo nos quedamos a medias, sin dar el salto a la conversión real. El ejemplo de Cristo, que sana y enseña, recuerda que la fe no es teoría estéril, sino praxis que transforma el corazón y, desde ahí, impacta en cada relación y en cada decisión. Dejarse interpelar por la cercanía del Reino implica salir de la indiferencia y del miedo, para experimentar cómo la luz de Dios puede alumbrar hasta los rincones más oscuros de la propia historia.
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