Evangelio del 5 de enero del 2024 según San Mateo 2, 1-12
Lectura del libro de Isaías (Is 60, 1-6)
¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!
Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor y su gloria se verá sobre ti.
Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos.
Entonces lo verás, y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará, porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y a ti llegan las riquezas de los pueblos.
Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá.
Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial (Sal 71, 1bc-2. 7-8. 10-11. 12-13)
R/. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R/.
En sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. R/.
Los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.
Los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (Ef 3, 2-3a. 5-6)
Hermanos:
Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de vosotros, los gentiles.
Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio.
Palabra de Dios.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Hemos visto salir su estrella y venimos a adorar al Señor. Aleluya.
Venimos a adorar al Rey.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo (Mt 2, 1-12)
Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
“Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel”».
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.
Palabra del Señor.
Reflexión
La narración presenta a unos sabios provenientes de tierras lejanas, guiados por una estrella cuyo brillo los encamina hasta el lugar donde reposa el Mesías. Aunque los detalles del viaje puedan parecer anecdóticos, en realidad muestran un rasgo fundamental de la experiencia de fe: la valentía de emprender un trayecto incierto cuando la esperanza de encontrar algo trascendente nos impulsa. Esa misma esperanza no se deja amedrentar por el desconocimiento o el cansancio; más bien se fortalece cuando descubre signos que reafirman la búsqueda.
El contraste lo aporta el rey Herodes, quien encarna la obsesión por conservar el poder a cualquier costo. Su actitud indica cómo la ambición desordenada ciega la mirada e impide reconocer lo verdaderamente valioso. Frente a él, los Magos exhiben otra forma de proceder: se dejan conducir por la luz y no temen inclinarse ante un niño indefenso, reconociendo en su aparente fragilidad la grandeza divina.
Esta solemnidad, por tanto, no solo rememora un episodio bíblico, sino que invita a replantear nuestra disposición interior. El peregrinaje de los Magos interpela a descubrir si en la marcha diaria nos dejamos guiar por aquello que enciende la fe y ensancha la fraternidad, o si preferimos vivir bajo el influjo del recelo y la imposición. En la historia de la Epifanía, lo admirable no son únicamente los obsequios —oro, incienso y mirra— sino la humildad con la que se presentan ante el Niño, reconociendo así su señorío universal.
El texto habla de abrir fronteras, no solo geográficas sino también mentales. El hallazgo del Mesías por parte de viajeros de otras tierras abre el horizonte de comprensión: Dios se revela allí donde alguien busca con sinceridad. Dicho de otro modo, la Epifanía no es un mero recuerdo folclórico, sino la proclamación de que el amor de Dios alcanza cualquier corazón que se disponga a recibirlo.
Los Magos regresan a su patria por otro camino, lo cual subraya la transformación que experimentan. De igual manera, quien se ha encontrado con Cristo no vuelve al punto de partida de la misma forma. El encuentro con lo sagrado exige un giro de actitud, una nueva ruta que enriquece la existencia y abre perspectivas insospechadas. Tal es el sentido profundo de la manifestación de Jesús: despertar a cada uno de ese letargo que impide ver la luz que, desde siempre, ilumina el firmamento de la historia humana.
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