diciembre 30, 2024 in Evangelios

Evangelio del 31 de diciembre del 2024 según san Juan 1, 1-18

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 2, 18-21

Hijos míos, es la última hora.

Habéis oído que iba a venir un anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es la última hora.

Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros.

En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis.

Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad.

Salmo de hoy

Salmo 95, 1-2. 11-12. 13 R/. Alégrese el cielo, goce la tierra

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria. R/.

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles bosque. R/.

Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R/.

Evangelio del día

Comienzo del santo evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.

Él estaba en el principio junto a Dios.

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Reflexión

El Evangelio de Juan comienza presentando a la Palabra que existía desde siempre y que, en un acto decisivo, entra en nuestra historia haciéndose carne. No es un suceso poético o lejano: es la irrupción de lo divino en un mundo que, entonces como ahora, cargaba con tensiones, injusticias y oscuridad. Este relato, que en apariencia habla de un acontecimiento sublime, también pone de relieve la dificultad humana para acoger la luz cuando preferimos aferrarnos a nuestras posturas personales.

El texto bíblico menciona que la luz vino al mundo, pero muchos no la reconocieron. Hoy observamos una versión actualizada de esa dureza de corazón: la intolerancia ha escalado a tal punto que, en lugar de entablar un diálogo con quien piensa distinto, buscamos silenciar o humillar. El desacuerdo se traduce en ataques personales, y la violencia —física o verbal— se convierte en la vía rápida para “resolver” conflictos. En esta cultura del agravio, de la inmediatez y del “no me gusta, fuera”, corremos el riesgo de consumirnos en nuestra propia incapacidad de escucharnos.

Finalizar el año con esta lectura debería llevarnos a una reflexión sincera: no basta repetir que el Verbo se hizo carne si persistimos en prácticas que deshumanizan. La encarnación de la Palabra nos interroga sobre la calidad de nuestras relaciones, especialmente ante quienes nos cuestionan. Si de veras asumimos que Dios quiso habitar en medio de nuestra fragilidad, no tiene sentido normalizar la ofensa o la agresión cuando algo o alguien nos incomoda.

El signo de la “luz que brilla en las tinieblas” no es una metáfora aislada; es la insistencia de Dios en creer que podemos recomponer los lazos rotos. Pero esa luz se apaga cuando alimentamos la intolerancia y el desprecio por la vida o la dignidad ajena. Asomarnos a un nuevo año con esta mentalidad es cavar la propia ruina.

La Palabra encarnada ofrece un modelo diametralmente opuesto a la ley del más fuerte: presencia humilde, diálogo valiente y respeto genuino. Quien decide acoger ese mensaje opta por un cambio drástico en la forma de relacionarse. De lo contrario, no habrá celebración de fin de año que logre maquillar la desintegración social.

La esperanza, por tanto, no está en proclamas vacías, sino en la conversión de cada uno. Si la intolerancia y la violencia avanzan, es porque cedemos terreno a la indiferencia o el rencor. Conmemorar la encarnación del Verbo es, en definitiva, afirmar que todavía podemos convivir sin pisotearnos unos a otros. Y si no damos paso a esa transformación, la humanidad seguirá adentrándose en sus propias tinieblas, lejos de la luz que un día vino a iluminar el camino.




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