diciembre 29, 2024 in Evangelios

Evangelio del 30 de diciembre del 2024 según Lucas 2, 36-40

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 2, 12-17

 

Os escribo, hijos míos, porque se os han perdonado vuestros pecados por su nombre.

Os escribo, padres, porque conocéis al que es desde el principio.

Os escribo, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno.

Os he escrito, hijos, porque conocéis al Padre.

Os he escrito, padres, porque ya conocéis al que existía desde el principio.

Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y que la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno.

No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero—, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y su concupiscencia.

Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

 

Salmo de hoy

Salmo 95, 7-8a. 8b-9. 10 R/. Alégrese el cielo, goce la tierra

 

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor;
aclamad la gloria del nombre del Señor. R/.

Entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.
Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda. R/.

Decid a los pueblos: «El Señor es rey:
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente». R/.

 

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 36-40

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Reflexión

Continuando con la escena de la Presentación de Jesús en el Templo, en estos versículos encontramos a la profetisa Ana, una mujer de edad avanzada que llevaba mucho tiempo aguardando la redención de Israel. Nos impresiona su perseverancia: vivía en el Templo, alabando a Dios con ayunos y oraciones. Cuando ve al Niño, reconoce de inmediato la obra divina y anuncia a quienes estaban allí que la promesa se ha cumplido.

Pensemos en nuestra vida: ¿de qué manera expresamos nuestra espera y nuestra esperanza? Quizá estamos tan atrapados en las prisas diarias que dejamos de lado la actitud contemplativa de Ana, quien se mantiene atenta y dispuesta a descubrir la presencia de Dios. Su testimonio nos recuerda que la fe va más allá de la teoría; pide permanecer en vela para reconocer lo que Dios está haciendo, incluso en lo aparentemente pequeño o rutinario.

El relato concluye diciendo que Jesús “iba creciendo y se fortalecía, llenándose de sabiduría, y la gracia de Dios estaba sobre él”. Nos invita a preguntarnos: ¿cómo permitimos que la gracia divina crezca en nosotros? ¿Le damos espacio para que eche raíces y florezca, o nos conformamos con una fe superficial que no llegue a transformar nuestro día a día?

La figura de Ana, firme en su propósito de alabar y orar, y el crecimiento de Jesús en sabiduría y gracia, son dos rostros de la misma dinámica: la fidelidad y la apertura a la acción de Dios. Tal vez nuestra historia personal, como la de Ana, tenga sus largos períodos de silencio y espera. Sin embargo, al igual que ella, podemos descubrir que el Señor se hace presente de formas inesperadas y nos invita a anunciarlo con alegría, sobre todo a quienes más lo necesitan. Mantengámonos vigilantes y abiertos, sin perder la confianza en que Dios cumple siempre sus promesas, a su debido tiempo.




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