diciembre 28, 2024 in Evangelios

Evangelio del 29 de diciembre del 2024 según Lucas 2, 41-52

Primera lectura

Lectura del Libro del Eclesiástico 3, 2-6. 12-14

El Señor honra más al padre que a los hijos y afirma el derecho de la madre sobre ellos.

Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros.

Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos y cuando rece, será escuchado.

Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor.

Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza.

Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor.

Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados.

Salmo

Salmo 127, 1-2. 3. 4-5 R/. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos

Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.

Ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3, 12-21

Hermanos:

Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.

Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro.

El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.

Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo.

Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.

Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor.

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimos.

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 2, 41-52

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.

Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.

Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».

Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».

Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.

Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.

Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Reflexión

Este día, la Iglesia pone sus ojos en la Sagrada Familia de Nazaret: Jesús, María y José. Más allá de una estampa idealizada, hablamos de un hogar que enfrentó alegrías, retos e incertidumbres. Con su ejemplo, se nos invita a descubrir que la vida familiar es un camino de fe, diálogo y servicio mutuo, donde cada integrante busca responder a la voluntad de Dios en lo cotidiano.

El pasaje describe la experiencia anual de peregrinación a Jerusalén y la conmoción que sucede cuando Jesús, todavía niño, decide quedarse en el Templo, sin informar a sus padres. María y José, angustiados, regresan a buscarlo y lo hallan conversando con los maestros. Pensemos en la reacción de quienes creían tener todo bajo control: el desconcierto y la pregunta que brota casi con reproche. ¿Cómo es posible que el Hijo de Dios no siga el plan “normal” de su familia?

Lejos de un relato de conflicto superficial, vemos una escena con la que podemos identificarnos. En las familias, a veces atravesamos momentos en los que no logramos comprender las decisiones de nuestros seres queridos. Surge la preocupación y la necesidad de diálogo. Incluso María, escogida por Dios, experimenta la perplejidad de no entender por completo a su Hijo. Sin embargo, la clave está en la confianza y la apertura para descubrir que cada persona —por más cercana que sea— tiene un camino particular que Dios va revelando.

Cuando observamos a la Sagrada Familia, descubrimos que la santidad no consiste en la ausencia de tensiones, sino en la manera de afrontarlas. Vemos a unos padres que se preocupan y buscan a su hijo con amor; vemos a Jesús que, con sinceridad, habla de su relación con el Padre y, al mismo tiempo, regresa con ellos para vivir la obediencia propia de su edad. Esta combinación de autonomía y cercanía nos recuerda que ser familia implica crecer juntos, mantener el diálogo y saber ceder a veces para armonizar voluntades.

Preguntémonos cómo resolvemos las tensiones en nuestros hogares. ¿Nos encerramos en el enojo o la frustración, o imitamos la actitud de María y José al buscar al Señor y hacer preguntas? Quizá nos falte soltar nuestros esquemas fijos y abrirnos a la posibilidad de que Dios esté actuando de formas que aún no entendemos.

La Sagrada Familia nos anima a cultivar la paciencia y la escucha, incluso cuando no todo encaja con la imagen que tenemos de cómo debería ser la vida familiar. Al final, la presencia de Dios da sentido a los retos y nos invita a avanzar con confianza. Recordemos que la santidad no es una perfección lejana, sino un modo de vivir cada día, integrando nuestras luces y sombras en la historia de salvación que Dios quiere tejer con nosotros.




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