Evangelio del 25 de diciembre del 2024 según Lucas 2, 15-20
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Tito
(Tit 3, 4-7)
Querido hermano:
Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la renovación del Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos, en esperanza, herederos de la vida eterna.
Palabra de Dios.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
Aleluya.
Los pastores encontraron a María y a José y al niño
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
(Lc 2, 15-20)
Sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros:
«Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado».
Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores.
María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Palabra del Señor.
Reflexión
Leyendo Lucas 2, 15-20, resulta imposible ignorar la determinación de aquellos pastores. No se quedaron rascándose la cabeza ni esperando una segunda señal; simplemente se levantaron y fueron a comprobar el rumor de aquel niño tan especial. Tenían la libertad de quedarse donde estaban, conformarse con el “quizá”, pero eligieron arriesgarse para descubrir algo que marcó sus vidas.
Ese es el punto: o avanzamos o nos quedamos estancados. Todos podemos poner la misma excusa de siempre—“ya habrá tiempo”, “no estoy listo”, “es demasiado tarde”—y enterrar bajo capas de comodidad la opción de crecer. Sin embargo, después no lamentemos si jamás sentimos esa chispa que sacude los cimientos de nuestro día a día. Los pastores, siendo gente humilde y con poco que perder, tuvieron la valentía de caminar hacia lo desconocido y lo transformaron en su propia experiencia de fe.
Esta lectura no es solo para llenar el oído de historias dulces. Si no tomamos acción, de nada sirven las palabras. Nos puede llegar el mejor mensaje del cielo, pero si no lo vivimos, sigue siendo una ilusión más. Observemos cómo los pastores no se quedaron con el hallazgo guardado bajo llave: compartieron lo que vieron, gritaron a los cuatro vientos su alegría. ¿Para qué? Para encender la llama en el corazón de los demás, y de paso, en el propio.
¿Cuál es nuestra excusa? ¿Estamos a gusto en el sitio donde hemos estado siempre, o necesitamos levantarnos de una vez y hacer algo al respecto? La fe toma forma cuando da el paso, no cuando recita el discurso. Así que dejemos de pensar tanto: corramos, busquemos, gritemos a los demás lo que hemos descubierto. Al final, la única forma de saber si todo esto vale la pena es arriesgarse y dejar que esa verdad sacuda nuestras propias certezas.
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