Evangelio del 22 de diciembre del 2024 según Lucas 1, 39-45
Primera lectura
Lectura del Profeta Miqueas 5, 1-4a
Esto dice el Señor:
«Y tú, Belén Efratá,
pequeña entre los clanes de Judá,
de ti voy a sacar
al que ha de gobernar Israel;
sus orígenes son de antaño,
de tiempos inmemorables.
Por eso, los entregará
hasta que dé a luz la que debe dar a luz,
el resto de sus hermanos volverá
junto con los hijos de Israel.
Se mantendrá firme,
pastoreará con la fuerza del Señor,
con el dominio del nombre del Señor, su Dios;
se instalarán, ya que el Señor
se hará grande hasta el confín de la tierra.
Él mismo será la paz».
Salmo
Salmo 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19 R/. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines, resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.
Dios del universo, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó,
y al hombre que tú has fortalecido. R/.
Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 10, 5-10
Hermanos:
Al entrar Cristo en el mundo dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije: He aquí que vengo —pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí— para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».
Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad».
Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1, 39-45
En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del
Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
Reflexión
En este IV domingo de Adviento, volvemos a encontrarnos con el pasaje de Lucas 1, 39-45, el mismo texto que habíamos contemplado recientemente. Podría parecer que no hay nada nuevo que descubrir, pero la Palabra de Dios siempre revela matices distintos, abriendo caminos insospechados en nuestro corazón. Cada lectura, cada proclamación y cada momento histórico nos regalan perspectivas inéditas que transforman nuestras vivencias diarias.
El relato inicia destacando la decisión de María de ponerse en marcha hacia la casa de Isabel. Esa partida no es meramente un desplazamiento físico: representa un acto de confianza y valentía. Al llevar en su interior al Mesías, se convierte en portadora de la esperanza que pronto se hará visible. Desde el primer instante, el texto sugiere que el amor no se reserva para uno mismo, sino que se comparte y se comunica. En una sociedad donde suele primar el individualismo, el testimonio de María es un llamado a mirar más allá de nuestras comodidades y emprender viajes que enriquezcan la vida de los demás.
Isabel, que también experimenta un acontecimiento extraordinario, reconoce con total humildad la grandeza oculta en su joven pariente. El niño que salta en su vientre es signo de una alegría profunda, resultado de la cercanía divina que se hace presente en gestos sencillos. Aquí encontramos una invitación a prestar atención a los signos silenciosos del Espíritu. Cuando nos abrimos a la acción divina, descubrimos señales de amor y consuelo incluso en escenarios poco comunes.
Si trasladamos estas imágenes a nuestro contexto actual, vemos que abundan las distracciones, las búsquedas pasajeras y los intentos de llenar el corazón con estímulos fugaces. Sin embargo, la escena bíblica nos recuerda que hay un propósito superior que ofrece sentido verdadero a lo que vivimos. Las visitas que María hace a Isabel son un símbolo de encuentros que transforman: cada vez que salimos de nuestro aislamiento para compartir un aliento, un abrazo o una palabra de fe, nos convertimos en mensajeros de algo que trasciende los límites de este mundo efímero.
Finalmente, tanto María como Isabel nos enseñan a confiar en las promesas de Dios, incluso cuando no entendemos plenamente su desarrollo. María acoge el plan divino con sencillez, e Isabel lo reconoce con gozo. Ambas, lejos de centrarse en sus miedos o incertidumbres, se apoyan en la certeza de que la mano de Dios sostiene cada paso. Del mismo modo, hoy podemos hallar la paz que anhelamos al permitir que la esperanza y la comunión sean el corazón de nuestras relaciones. A medida que compartimos esa esperanza, experimentaremos la misma alegría que se hace patente en el encuentro de dos mujeres que, sin pretensiones, colaboran con el proyecto divino de salvación.
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