Evangelio del 10 de diciembre 2024 según Mateo 18, 12-14
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 40, 1-11
«Consolad, consolad a mi pueblo
—dice vuestro Dios—;
hablad al corazón de Jerusalén,
gritadle,
que se ha cumplido su servicio,
y está pagado su crimen,
pues de la mano del Señor ha recibido
doble paga por sus pecados».
Una voz grita:
«En el desierto preparadle
un camino al Señor;
allanad en la estepa
una calzada para nuestro Dios;
que los valles se levanten,
que montes y colinas se abajen,
que lo torcido se enderece
y lo escabroso se iguale.
Se revelará la gloria del Señor,
y verán todos juntos
—ha hablado la boca del Señor—».
Dice una voz: «Grita».
Respondo: «¿Qué debo gritar?».
«Toda carne es hierba
y su belleza como flor campestre:
se agosta la hierba, se marchita la flor,
cuando el aliento del Señor
sopla sobre ellos;
sí, la hierba es el pueblo;
se agosta la hierba, se marchita la flor,
pero la palabra de nuestro Dios
permanece por siempre».
Súbete a un monte elevado,
heraldo de Sión;
alza fuerte la voz,
heraldo de Jerusalén;
álzala, no temas,
di a las ciudades de Judá:
«Aquí está vuestro Dios.
Mirad, el Señor Dios llega con poder
y con su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario
y su recompensa lo precede.
Como un pastor que apacienta el rebaño,
reúne con su brazo los corderos
y los lleva sobre el pecho;
cuida él mismo a las ovejas que crían».
Salmo de hoy
Salmo 95, 1-2. 3 y 10ac. 11-12. 13-14 R/. Aquí está nuestro Dios, que llega con poder
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria. R/.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente». R/.
Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. R/.
Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 12-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».
Reflexión
En el fragmento del evangelio según Mateo 18, 12-14, Jesús nos presenta la imagen de un pastor que, al percibir la ausencia de una sola oveja, decide dejar las demás para ir en su búsqueda. Desde una perspectiva humana, podría parecer un gesto arriesgado: ¿por qué abandonar la seguridad del rebaño entero por la que se extravió? Sin embargo, esta escena nos muestra que para el Señor, cada ser humano es invaluable. No cuenta la cantidad, sino el valor único e irrepetible que cada uno posee ante sus ojos.
En la vida diaria, a veces nos sentimos como esa oveja perdida. El cansancio del trabajo, la incertidumbre ante el futuro, la falta de oportunidades o la soledad pueden hacernos creer que nadie nota nuestra ausencia o nuestro dolor. Pero este evangelio recuerda que hay Alguien que no se conforma con que nos alejemos. El Pastor toma la iniciativa y sale en nuestra búsqueda; no espera que regresemos por nuestra cuenta. La mano de Dios no se cansa de alcanzarnos, y su mirada no nos pierde de vista, por lejos que parezca que estemos.
La insistencia en recuperar a la oveja perdida revela un amor que no condena, sino que se alegra profundamente con el reencuentro. Así, por más oscura que sea nuestra situación, estamos siempre al alcance de su misericordia. Al ser hallados, su alegría se convierte también en la nuestra, recordándonos que no somos un número más, sino seres amados, buscados y esperados.
Este pasaje nos impulsa a actuar como ese pastor que no se queda esperando, sino que sale a buscar con determinación y ternura. No se trata solo de comprender la enseñanza, sino de llevarla a la práctica. Salgamos, entonces, al encuentro del que se siente excluido, tendamos una mano al que sufre y brindemos consuelo al que se encuentra confundido. Así, el amor que Dios nos muestra se multiplicará en las relaciones cotidianas, dando lugar a una comunidad donde nadie se sienta olvidado y todos experimenten el valor de ser profundamente amados.
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