Evangelio del 30 de noviembre del 2024 según san Mateo 4, 18-22
Fiesta de San Andrés, Apóstol
Lectionary: 684
Primera Lectura
Hermanos: Basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, para que pueda salvarse. En efecto, hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación.
Por eso dice la Escritura: Ninguno que crea en él quedará defraudado, porque no existe diferencia entre judío y no judío, ya que uno mismo es el Señor de todos, espléndido con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por él.
Ahora bien, ¿cómo van a invocar al Señor, si no creen en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie que se lo anuncie? ¿Y cómo va a haber quienes lo anuncien, si no son enviados? Por eso dice la Escritura: ¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que trae buenas noticias!
Sin embargo, no todos han creído en el Evangelio. Ya lo dijo Isaías: Señor, ¿quién ha creído en nuestra predicación? Por lo tanto, la fe viene de la predicación y la predicación consiste en anunciar la palabra de Cristo.
Entonces yo pregunto: ¿Acaso no habrán oído la predicación? ¡Claro que la han oído!, pues la Escritura dice: La voz de los mensajeros ha resonado en todo el mundo y sus palabras han llegado hasta el último rincón de la tierra.
Salmo Responsorial
R. (5a) El mensaje del Señor resuena en toda la tierra.
Los cielos proclaman la gloria de Dios
y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día comunica su mensaje al otro día
y una noche se lo transmite a la otra noche.
R. El mensaje del Señor resuena en toda la tierra.
Sin que pronuncien una palabra,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra llega su sonido
y su mensaje hasta el fin del mundo.
R. El mensaje del Señor resuena en toda la tierra.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Síganme, dice el Señor,
y yo los haré pescadores de hombres.
R. Aleluya.
Evangelio
Una vez que Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando las redes al mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y los llamó también. Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron.
Reflexión
San Andrés era hermano de Simón Pedro y compartía con él el oficio de pescador. Según el evangelio de Juan, Andrés fue originalmente discípulo de Juan el Bautista. Fue Juan quien señaló a Jesús como el “Cordero de Dios”, y Andrés, al escuchar esto, decidió seguir a Jesús. Esto lo convierte en uno de los primeros en reconocer a Cristo como el Mesías.
Andrés tiene un papel clave en el inicio del discipulado de Pedro, ya que fue él quien, después de encontrarse con Jesús, buscó a su hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías” (Juan 1, 41). Así, Andrés se convierte en el puente entre Pedro y el Señor.
En el relato de la multiplicación de los panes y los peces, Andrés aparece como alguien atento a los detalles. Fue él quien señaló al muchacho que tenía cinco panes y dos peces, mostrando su carácter servicial y su fe en que Jesús podía obrar algo grande con recursos limitados (Juan 6, 8-9).
Después de Pentecostés, Andrés llevó el evangelio a varias regiones, incluyendo Asia Menor (la actual Turquía), Grecia y posiblemente Escitia (al norte del Mar Negro). Según la tradición, fue martirizado en Patras (Grecia) en una cruz en forma de “X”, conocida hoy como la Cruz de San Andrés. Su martirio refleja su total entrega a Cristo y su valentía en anunciar el evangelio.
San Andrés es considerado el santo patrón de Escocia, Rusia, Ucrania y Grecia, entre otros lugares. En Escocia, su cruz en forma de “X” se ha convertido en un símbolo nacional, apareciendo en la bandera del país.
A lo largo de los evangelios, Andrés aparece como un hombre sencillo, dispuesto a llevar a otros a Jesús y a colaborar con humildad en la misión del Señor. Aunque no ocupa un lugar destacado como Pedro, su testimonio nos enseña que la grandeza en el reino de Dios no está en el protagonismo, sino en la fidelidad al llamado de Cristo.
Este evangelio de Mateo 4, 18-22, relata el llamado de los primeros discípulos, un momento trascendental en el ministerio de Jesús. Mientras caminaba junto al mar de Galilea, Jesús observa a Simón Pedro y Andrés en su labor de pescadores. Su invitación es clara y directa: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.” Dejan inmediatamente sus redes y lo siguen. Poco después, el llamado se extiende a Santiago y Juan, quienes también responden con prontitud.
El escenario es significativo: Jesús llama a hombres comunes en su entorno cotidiano, realizando actividades ordinarias. Este detalle nos recuerda que Dios no busca a los más preparados según los estándares humanos, sino a quienes están dispuestos a escuchar y responder. La vocación cristiana no depende de nuestras habilidades, sino de nuestra apertura a ser transformados por su gracia.
La respuesta inmediata de los discípulos es un ejemplo de confianza y desprendimiento. Dejan atrás su trabajo, su sustento y sus seguridades para seguir a Jesús. Este gesto nos impulsa a considerar qué cosas estamos dispuestos a dejar por el reino de Dios. La obediencia a su llamado nos conduce a una misión que trasciende nuestras metas personales, dándonos un propósito eterno.
El mensaje de hoy en este evangelio nos impulsa a preguntarnos: ¿Qué lugar ocupa Cristo en nuestras vidas? Al igual que los primeros discípulos, también somos llamados a ser testigos de su amor y anunciadores de su mensaje. Esto no siempre implica abandonar todo físicamente, pero sí nos reta a colocar a Dios en el centro de nuestras decisiones y acciones. Que, como Pedro, Andrés, Santiago y Juan, respondamos con prontitud y generosidad al llamado de Jesús, confiando en que Él nos capacitará para llevar a cabo la misión que nos encomienda.
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