Evangelio del 23 de noviembre del 2024 según san Lucas 20, 27-40
Sábado de la XXXIII semana del Tiempo ordinario
Lectionary: 502
Primera lectura
Yo, Juan, oí que me decían: “Aquí están mis dos testigos. Son los dos olivos y los dos candelabros, que están ante el Señor de la tierra. Si alguno quiere hacerles daño, su boca echará fuego que devorará a sus enemigos; así, el que intente hacerles daño, morirá sin remedio.
Ellos tienen poder de cerrar el cielo para que no llueva mientras dure su misión profética; tienen poder para convertir el agua en sangre y para castigar la tierra con toda clase de plagas, cuantas veces quieran.
Pero, cuando hayan terminado su misión, la bestia que sube del mar les hará la guerra, los vencerá y los matará. Sus cadáveres quedarán tendidos en la plaza de la gran ciudad, donde fue crucificado su Señor, y que simbólicamente se llama Sodoma o Egipto.
Durante tres días y medio, gentes de todos los pueblos y razas, de todas las lenguas y naciones contemplarán sus cadáveres, pues no permitirán que los sepulten. Los habitantes de la tierra se alegrarán y regocijarán por su muerte y se enviarán regalos los unos a los otros, porque estos dos profetas habían sido el azote de ellos.
Pero después de los tres días y medio, un espíritu de vida, enviado por Dios, entrará en ellos: se pondrán de pie y todos los que los estén viendo se llenarán de espanto. Oirán entonces una potente voz, que les dirá desde el cielo: ‘Suban acá’. Y subirán al cielo en una nube, a la vista de sus enemigos”.
Salmo Responsorial
R. (1a) Bendito sea el Señor, mi fortaleza.
Bendito sea el Señor,
mi roca firme;
él adiestró mis manos y mis dedos
para luchar en lides. R.
R. Bendito sea el Señor, mi fortaleza.
El es mi amigo fiel, mi fortaleza,
mi seguro escondite,
escudo en que me amparo,
el que los pueblos a mis plantas rinde. R.
R. Bendito sea el Señor, mi fortaleza.
Al compás de mi cítara,
nuevos cantos, Señor, he de decirte,
pues tú das a los reyes la victoria
y salvas a David, tu siervo humilde. R.
R. Bendito sea el Señor, mi fortaleza.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Jesucristo, nuestro salvador, ha vencido la muerte
y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos. Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano. Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”
Jesús les dijo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado.
Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven’’.
Entonces, unos escribas le dijeron: “Maestro, has hablado bien”. Y a partir de ese momento ya no se atrevieron a preguntarle nada.
Reflexión
En el pasaje de Lucas 20, 27-40, los saduceos plantean a Jesús una pregunta sobre la resurrección, buscando ponerlo en una posición incómoda y desacreditarlo. Este grupo, que no creía en la resurrección, utiliza una historia ficticia sobre el matrimonio y la ley del levirato para exponer lo que consideraban una contradicción. Sin embargo, la respuesta de Jesús no solo disuelve su argumento, sino que revela una visión más profunda de la vida después de la muerte.
Jesús describe un estado de existencia donde las categorías humanas, como el matrimonio, dejan de ser necesarias, porque aquellos que resucitan se asemejan a los ángeles, viviendo en la plenitud de la comunión con Dios. Aquí se nos revela una verdad fundamental: la vida eterna trasciende nuestras limitaciones terrenales y se define por una relación perfecta con el Creador, donde ya no hay necesidad de intermediarios.
El Señor las Escrituras para enseñarles a los saduceos, citando a Moisés y su encuentro con Dios en la zarza ardiente. Al decir que Dios es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, enfatiza que Él no es un Dios de muertos, sino de vivos, pues todos viven para Él. Este mensaje consolida la esperanza en la resurrección y en el poder transformador de la vida divina.
La enseñanza de este pasaje nos recuerda que nuestras expectativas humanas no pueden limitar el plan de Dios. Nos anima a vivir con la mirada puesta en la eternidad, confiando en que nuestra fe en Cristo nos conduce a una vida que no tiene fin. Que esta promesa alimente nuestra esperanza y nos impulse a vivir con mayor entrega y amor cada día.
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