Evangelio del 21 de noviembre del 2024 según Lucas 19, 41-44
Memoria de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María
Lectionary: 500
Primera lectura
Yo, Juan, vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono, un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Y vi un ángel poderoso, que gritaba con fuerte voz: “¿Quién es digno de abrir el libro y de romper sus sellos?” Pero nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni ver su contenido.
Lloré mucho porque no había nadie digno de abrir el libro y de ver su contenido. Entonces, uno de los ancianos me dijo: “Ya no llores, porque ha vencido el león de la tribu de Judá, el descendiente de David, y él va a abrir el libro y sus siete sellos”.
Vi entonces junto al trono, en medio de los cuatro seres vivientes y de los ancianos, un Cordero. Estaba de pie, y mostraba las señales de haber sido sacrificado. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios, enviados por toda la tierra. Se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Y al tomarlo, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero, con sus cítaras y sus copas de oro llenas de incienso, que significan las oraciones de los santos. Y se pusieron a cantar un cántico nuevo, diciendo:
“Tú eres digno de tomar el libro
y de abrir sus sellos,
porque fuiste sacrificado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de todas las razas y lenguas,
de todos los pueblos y naciones,
y con ellos has constituido un reino de sacerdotes,
que servirán a nuestro Dios y reinarán sobre la tierra”.
Salmo Responsorial
R. Bendito sea el Señor.
Entonen al Señor un canto nuevo,
en la reunión litúrgica proclámenlo.
En su creador y rey, en el Señor,
alégrese Israel, su pueblo santo. R.
R. Bendito sea el Señor.
En honor de su nombre, que haya danzas,
alábenlo con arpa y tamboriles.
El Señor es amigo de su pueblo
y otorga la victoria a los humildes. R.
R. Bendito sea el Señor.
Que se alegren los fieles en el triunfo,
que inunde el regocijo sus hogares,
que alaben al Señor con sus palabras,
porque en esto su pueblo se complace. R.
R. Bendito sea el Señor.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
No endurezcan su corazón,
como el día de la rebelión en el desierto, dice el Señor.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, cuando Jesús estuvo cerca de Jerusalén y contempló la ciudad, lloró por ella y exclamó:
“¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz! Pero eso está oculto a tus ojos. Ya vendrán días en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán y te atacarán por todas partes y te arrasarán. Matarán a todos tus habitantes y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no aprovechaste la oportunidad que Dios te daba”.
Reflexión
La celebración de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María nos sitúa ante un momento de entrega total. Según la tradición, María fue ofrecida al Señor desde su niñez, marcando el inicio de una vida completamente orientada hacia el cumplimiento de la voluntad divina. Este acto simboliza la pureza de corazón y la disposición de quien se abre plenamente al plan de Dios, dejando atrás todo aquello que pueda separarnos de Él. En este contexto de ofrenda y dedicación, nos encontramos con un evangelio que nos mueve a examinar la profundidad de nuestra respuesta al llamado divino.
En Lucas 19,41-44, Jesús contempla la ciudad de Jerusalén con lágrimas en sus ojos. No es una simple mirada, sino un gesto que encierra la compasión y el dolor de quien sabe lo que está por venir. La ciudad, símbolo del pueblo elegido, no reconoce lo que puede traerle la verdadera paz. Este episodio nos pone frente al misterio de un corazón divino que anhela el bien de los suyos, pero que encuentra resistencia y obstinación.
La dureza que Jesús señala en Jerusalén es un eco de lo que muchas veces vive nuestra realidad personal. ¿Cuántas veces dejamos pasar las oportunidades de reconciliación, de construir lazos que fortalezcan nuestra fe, o de acoger la gracia que transforma? Las lágrimas de Cristo reflejan una misericordia que no se agota, pero que nos advierte de las consecuencias de ignorar su presencia salvadora.
Hoy, al recordar la entrega de María en su niñez y el lamento de Jesús sobre Jerusalén, se nos presenta un momento para tomar decisiones. La Virgen nos enseña que la docilidad al plan de Dios no solo nos forma como discípulos, sino que también nos convierte en instrumentos de esperanza para otros. Dejemos que el ejemplo de María ilumine nuestro camino y que el llamado de Cristo toque lo más profundo de nuestro ser.
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