noviembre 18, 2024 in Evangelios

Evangelio del 18 de noviembre del 2024 según Lucas 18, 35-43

Lunes de la XXXIII semana del Tiempo ordinario

Lectionary: 497

Primera lectura

Apoc 1, 1-4; 2, 1-5

Ésta es la revelación que Dios le confió a Jesucristo, para que él manifestara a sus servidores lo que tiene que suceder en breve, y que comunicó, por medio de un ángel, a su siervo Juan. El cual narra lo que vio y afirma que es palabra de Dios, atestiguada por Jesucristo. Dichosos los que lean y escuchen la lectura de esta profecía y hagan caso de lo que en ella está escrito, porque el tiempo señalado está cerca.

Yo, Juan, les deseo la gracia y la paz a las siete comunidades cristianas de la provincia de Asia, de parte del que es, del que era, del que ha de venir, y de parte de los siete espíritus que están ante su trono.

Oí al Señor, que me decía: “Al encargado de la comunidad cristiana de Efeso escríbele así: Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y camina entre los siete candelabros de oro:

‘Conozco tus obras, tu esfuerzo y tu paciencia; sé que no puedes soportar a los malvados, que pusiste a prueba a los que se llamaban apóstoles sin serlo, y descubriste que eran unos mentirosos. Eres tenaz, has sufrido por mí y no te has rendido a la fatiga. Pero tengo en contra tuya que ya no tienes el mismo amor que al principio. Recuerda de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a proceder como antes’ ”.

Salmo Responsorial

Salmo 1, 1-2. 3. 4 y 6

R. (Ap 2, 7b) El Señor protege al justo.
Dichoso aquel que no se guía
por mundanos criterios,
que no anda en malos pasos
ni se burla del bueno,
que ama la ley de Dios
y se goza en cumplir sus mandamientos. R.
R. El Señor protege al justo.
Es como un árbol plantado junto al rio.
que da fruto a su tiempo
y nunca se marchita.
En todo tendrá éxito. R.
R. El Señor protege al justo.
En cambio los malvados
serán como la paja barrida por el viento.
Porque el Señor protege el camino del justo
y al malo sus caminos acaban por perderlo. R.
R. El Señor protege al justo.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 8, 12

R. Aleluya, aleluya.
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor;
el que me sigue tendrá la luz de la vida.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 18, 35-43

En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”

Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” Él le contestó: “Señor, que vea”. Jesús le dijo: “Recobra la vista; tu fe te ha curado”.

Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

Reflexión

En el relato que hace San Lucas 18, 35-43,  donde un hombre ciego recibe la vista en Jericó, encontramos una historia que resuena más allá de su tiempo. Jesús, rodeado de una multitud, se detiene ante un grito insistente: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”. Este clamor, que surge desde la desesperación, nos invita a reflexionar sobre el poder de la fe y la persistencia.

El ciego no se rinde pese a las críticas de quienes intentan silenciarlo. Esa firmeza muestra que, a veces, nuestra mayor lucha no está en las adversidades externas, sino en superar la apatía y el desánimo de quienes no comprenden nuestra necesidad. Su voz, llena de esperanza, traspasa las barreras del ruido y llega a quien siempre escucha: Jesús.

Cuando Jesús pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”, parece obvio lo que el hombre necesita. Sin embargo, esta pregunta tiene un trasfondo profundo. Nos confronta con nuestras propias prioridades. ¿Sabemos realmente qué queremos? ¿Reconocemos nuestras necesidades más profundas o vivimos conformándonos con lo inmediato? Al responder con claridad, “Señor, que recobre la vista”, el ciego nos recuerda la importancia de tener un propósito definido.

El milagro no se limita a devolver la vista física. Jesús dice: “Tu fe te ha salvado”. Estas palabras revelan que la fe auténtica no solo abre los ojos del cuerpo, sino también los del alma. A través de la confianza, el hombre no solo recupera la visión, sino que encuentra una nueva dirección en su vida, siguiendo al Maestro con gratitud.

Hoy, este relato nos desafía a identificar qué cegueras nos impiden avanzar. Tal vez no sean físicas, pero pueden ser la indiferencia, el miedo o la comodidad. La enseñanza es clara: el primer paso hacia la transformación es reconocer nuestra necesidad y clamar con fe, sin dejarnos amedrentar por las voces que buscan callarnos. Solo así experimentaremos, como aquel hombre, una luz que no solo ilumina nuestro camino, sino también nuestra existencia.




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