Evangelio del 13 de noviembre del 2024 según Lucas 17, 11-19
Memoria de Santa Francisca Javier Cabrini, virgen
Lectionary: 493
Primera lectura
Querido hermano: Recuérdales a todos que deben someterse a los gobernantes y a las autoridades, que sean obedientes, que estén dispuestos para toda clase de obras buenas, que no insulten a nadie, que eviten los pleitos, que sean sencillos y traten a todos con amabilidad.
Porque hubo un tiempo en que también nosotros fuimos insensatos y rebeldes con Dios; andábamos descarriados y éramos esclavos de todo género de pasiones y placeres; vivíamos una vida llena de maldad y de envidia; éramos abominables y nos odiábamos los unos a los otros.
Pero, al manifestarse la bondad de Dios, nuestro salvador, y su amor a los hombres, él nos salvó, no porque nosotros hubiéramos hecho algo digno de merecerlo, sino por su misericordia. Lo hizo mediante el bautismo, que nos regenera y nos renueva, por la acción del Espíritu Santo, a quien Dios derramó abundantemente sobre nosotros, por Cristo, nuestro salvador. Así, justificados por su gracia, nos convertiremos en herederos, cuando se realice la esperanza de la vida eterna.
Salmo Responsorial
R. (1) El Señor es mi pastor, nada me faltará.
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace reposar
y hacia fuentes tranquilas me conduce
para reparar mis fuerzas. R.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Por ser un Dios fiel a sus promesas
me guía por el sendero recto;
así aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad. R.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Tú mismo preparas la mesa,
a despecho de mis adversarios;
me unges la cabeza con perfume
y llenas mi copa hasta los bordes. R.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Tu bondad y tu misericordia me acompañarán
todos los días de mi vida;
y viviré en la casa del Señor
por años sin término. R.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Den gracias siempre, unidos a Cristo Jesús,
pues esto es lo que Dios quiere que ustedes hagan.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!”
Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.
Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
Reflexión
El pasaje de Lucas 17, 11-19, encontramos a Jesús recorriendo el camino hacia Jerusalén, pasando por la región que separaba Galilea de Samaria. Allí se topa con diez leprosos, quienes mantienen la distancia y claman por misericordia. Este encuentro se convierte en una de las lecciones más profundas sobre la gratitud y la fe, enseñando cómo el reconocimiento de la bondad de Dios trasciende cualquier barrera social o cultural.
Los leprosos, marginados por su enfermedad y excluidos de la sociedad, se unen en su dolor y esperanza. Ellos claman a Jesús desde lejos, respetando las normas que les impedían acercarse. Jesús, en su infinita compasión, les ordena que vayan a presentarse ante los sacerdotes, y es en el camino donde reciben la sanación. Es importante notar que la fe de estos hombres fue puesta a prueba: obedecieron sin ver la curación inmediatamente. Su acción refleja una confianza absoluta en la palabra de Jesús, sin pruebas visibles al momento.
Sin embargo, solo uno de ellos, un samaritano, regresa para dar gracias. La figura del samaritano es particularmente significativa porque se trata de alguien que, además de sufrir la lepra, pertenecía a un grupo despreciado por los judíos. No obstante, es este “extranjero” el que reconoce a Jesús como la fuente de su sanación y regresa glorificando a Dios. Aquí encontramos una analogía con nuestra vida actual: muchas veces recibimos bendiciones y, en medio de la prisa cotidiana, olvidamos detenernos y agradecer. Nos enfocamos en la resolución de nuestros problemas y no siempre reconocemos la fuente de nuestras bendiciones.
La enseñanza para nuestro tiempo es clara: el verdadero agradecimiento implica no solo el reconocimiento de los dones recibidos, sino también la disposición a regresar a quien nos los concedió. En este mundo donde lo extraordinario se busca constantemente y donde pocas veces se aprecia lo cotidiano, el acto de agradecer se convierte en un testimonio de humildad y fe. Jesús concluye diciendo al samaritano: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado”. El mensaje nos exhorta a reflexionar sobre el poder transformador de la gratitud sincera, que no solo sana el cuerpo, sino también el espíritu. El agradecimiento auténtico nos permite reconocer que nuestra vida y nuestras bendiciones dependen de la gracia divina.
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