noviembre 9, 2024 in Evangelios

Evangelio del 9 de noviembre del 2024 según san Juan 2, 13-22

Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán

Lectionary: 671

Primera lectura

Ez 47, 1-2. 8-9. 12
En aquellos tiempos, un hombre me llevó a la entrada del templo. Por debajo del umbral manaba agua hacia el oriente, pues el templo miraba hacia el oriente, y el agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar.

Luego me hizo salir por el pórtico del norte y dar la vuelta hasta el pórtico que mira hacia el oriente, y el agua corría por el lado derecho.

Aquel hombre me dijo: “Estas aguas van hacia la región oriental; bajarán hasta el Arabá, entrarán en el mar de aguas saladas y lo sanearán. Todo ser viviente que se mueva por donde pasa el torrente, vivirá; habrá peces en abundancia, porque los lugares a donde lleguen estas aguas quedarán saneados y por dondequiera que el torrente pase, prosperará la vida. En ambas márgenes del torrente crecerán árboles frutales de toda especie, de follaje perenne e inagotables frutos. Darán frutos nuevos cada mes, porque los riegan las aguas que manan del santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas, de medicina”.

Salmo Responsorial

Salmo 45, 2-3. 5-6. 8-9
R. (5) Un río alegra a la ciudad de Dios.
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
quien en todo peligro nos socorre.
Por eso no tememos, aunque tiemble,
y aunque al fondo del mar caigan los montes.
R. Un río alegra a la ciudad de Dios.
Un río alegra a la ciudad de Dios,
Su morada el Altísimo hace santa.
Teniendo a Dios, Jerusalén no teme,
porque Dios la protege desde el alba.
R. Un río alegra a la ciudad de Dios.
Con nosotros está Dios, el Señor;
es el Dios de Israel nuestra defensa.
Vengan a ver las cosas sorprendentes
que ha hecho el Señor sobre la tierra:
R. Un río alegra a la ciudad de Dios.

Segunda lectura

1 Cor 3, 9-11. 16-17
Hermanos: Ustedes son la casa que Dios edifica. Yo, por mi parte, correspondiendo al don que Dios me ha concedido, como un buen arquitecto, he puesto los cimientos; pero es otro quien construye sobre ellos. Que cada uno se fije cómo va construyendo. Desde luego, el único cimiento válido es Jesucristo y nadie puede poner otro distinto.

¿No saben acaso ustedes que son el templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Quien destruye el templo de Dios, será destruido por Dios, porque el templo de Dios es santo y ustedes son ese templo.

Aclamación antes del Evangelio

2 Crón 7, 16
R. Aleluya, aleluya.
He elegido y santificado este lugar, dice el Señor,
para que siempre habite ahí mi nombre.
R. Aleluya.

Evangelio

Jn 2, 13-22
Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.

En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora.

Después intervinieron los judíos para preguntarle: “¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?” Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Replicaron los judíos: “Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.

Reflexión

El evangelio de Juan 2, 13-22 nos presenta a Jesús en el Templo de Jerusalén, expulsando a los mercaderes y cambiadores de dinero. Este pasaje es uno de los momentos más impactantes del ministerio de Jesús, donde muestra su celo por la casa de su Padre y denuncia la corrupción que había invadido el lugar destinado al encuentro con Dios. Jesús se enfrenta a aquellos que habían convertido el Templo en un mercado, distorsionando su propósito y haciendo del culto algo superficial y centrado en el lucro.

El Templo era el lugar más sagrado para el pueblo judío, el centro de la vida religiosa y cultural. Sin embargo, con el paso del tiempo, su sentido se había degradado y la búsqueda del beneficio económico había reemplazado la reverencia hacia Dios. Jesús, al actuar de manera tan contundente, está recordando a todos que la verdadera adoración no se mide por el comercio o el ritual vacío, sino por la autenticidad del corazón que busca a Dios sinceramente. Sus palabras, “No conviertan la casa de mi Padre en un mercado”, son un llamado a recuperar la pureza del culto y la devoción genuina.

 ¿Cuántas veces hemos permitido que nuestras prácticas religiosas se conviertan en meras formalidades, en actividades donde el verdadero sentido se pierde entre el ruido de nuestras preocupaciones y el materialismo? Jesús llama a purificar nuestro propio “templo”, a examinar nuestro interior y a deshacernos de todo aquello que nos aleja de una relación auténtica con Dios. No se trata solo de una crítica al comercio, sino de un llamado a revisar nuestras prioridades y a darle a Dios el lugar central que le corresponde.

Cuando Jesús habla del templo que será destruido y reconstruido en tres días, está haciendo referencia a su propia muerte y resurrección. Él es el verdadero Templo, el lugar donde Dios se manifiesta plenamente. Esta afirmación nos lleva a reconocer que nuestra relación con Dios ya no depende de un lugar físico, sino de Jesús mismo, quien es nuestro puente hacia el Padre. Hoy, estamos llamados a vivir una fe que trascienda las apariencias, que busque en Cristo el verdadero sentido de nuestra vida y que nos lleve a purificar nuestras acciones y pensamientos, para que sean reflejo de un corazón que ama y reverencia a Dios sinceramente.




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