Evangelio del 29 de octubre del 2024 según Lucas 13, 18-21
Martes de la XXX semana del Tiempo ordinario
Lectionary: 480
Primera lectura
Hermanos: Respétense unos a otros, por reverencia a Cristo: que las mujeres respeten a sus maridos, como si se tratara del Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza y salvador de la Iglesia, que es su cuerpo. Por lo tanto, así como la Iglesia es dócil a Cristo, así también las mujeres sean dóciles a sus maridos en todo.
Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola con el agua y la palabra, pues él quería presentársela a sí mismo toda resplandeciente, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e inmaculada.
Así los maridos deben amar a sus esposas, como cuerpos suyos que son. El que ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie jamás ha odiado a su propio cuerpo, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.
Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola cosa. Este es un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
En una palabra, que cada uno de ustedes ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete a su marido.
Salmo Responsorial
R. (cf. 1) Dichoso el que teme al Señor.
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos:
comerá del fruto de su trabajo,
será dichoso, le irá bien. R.
R. Dichoso el que teme al Señor.
Su mujer, como vid fecunda,
en medio de tu casa;
sus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de su mesa. R.
R. Dichoso el que teme al Señor.
Esta es la bendición del hombre que teme al Señor:
“Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida”. R.
R. Dichoso el que teme al Señor.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has revelado los misterios del Reino
a la gente sencilla.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo: “¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a la semilla de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció y se convirtió en un arbusto grande y los pájaros anidaron en sus ramas”.
Y dijo de nuevo: “¿Con qué podré comparar al Reino de Dios? Con la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina y que hace fermentar toda la masa”.
Reflexión
En este evangelio de Lucas 13, 18-21, Jesús utiliza dos parábolas para describir el Reino de Dios: la semilla de mostaza y la levadura. Ambas imágenes nos revelan la fuerza transformadora y expansiva del Reino, que comienza de manera imperceptible pero acaba por influir de manera profunda y significativa. La semilla, la más pequeña de todas, se convierte en un árbol donde las aves hallan refugio. De la misma manera, el Reino empieza en el corazón de cada persona, creciendo hasta impactar a toda la comunidad.
La levadura, por su parte, representa el poder de la transformación interna. Un pequeño pedazo de levadura fermenta toda la masa, simbolizando que el Reino de Dios actúa en lo profundo del ser humano, extendiéndose y cambiando todo a su alrededor. Este proceso no es instantáneo, sino que requiere paciencia y dedicación, como la labor de quien amasa el pan esperando que fermente. Jesús nos enseña que, aunque los comienzos del Reino puedan parecer pequeños o insignificantes, tienen el poder de transformar la realidad por completo.
Hoy, estas parábolas nos instan a valorar lo que parece pequeño e insignificante en nuestras vidas. Las acciones sencillas, los gestos de bondad, y la semilla del bien plantada en el corazón de una persona pueden generar un cambio significativo. Jesús nos recuerda que la fuerza de Dios se manifiesta en lo cotidiano y en lo humilde, llevándonos a mirar con otros ojos nuestras acciones diarias, sabiendo que el Reino se construye poco a poco, con nuestras manos y nuestro compromiso.
Esta enseñanza también es una invitación a ser pacientes y a confiar en los procesos que parecen no dar frutos inmediatos. El Reino de Dios está creciendo, aunque muchas veces no lo percibamos. Como la semilla que se convierte en árbol, así nuestras vidas pueden convertirse en instrumentos de gracia si permitimos que el amor y la justicia de Dios trabajen en nuestro interior, hasta alcanzar a quienes nos rodean.
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