Evangelio del 11 de octubre del 2024 según Lucas 11, 15-26
Viernes de le XXVII semana del Tiempo ordinario
Lectionary: 465
Primera lectura
Hermanos: Entiendan que los hijos de Abraham son aquellos que viven según la fe. La Escritura, conociendo de antemano que Dios justificaría a los paganos por la fe, le adelantó a Abraham esta buena noticia: Por ti serán bendecidas todas las naciones. Por consiguiente, los que viven según la fe serán bendecidos, junto con Abraham que le creyó a Dios.
En cambio, sobre los partidarios de la observancia de la ley pesa una maldición, pues dice la Escritura: Maldito aquel que no cumpla fielmente todos los preceptos escritos en el libro de la ley. Y es evidente que la ley no justifica a nadie ante Dios, porque el justo vivirá por la fe. Y ciertamente la ley no se basa en la fe, porque, como dice la Escritura: Sólo vivirá quien cumpla los preceptos de la ley.
Además, Cristo nos redimió de la maldición de la ley, haciéndose objeto de maldición por nosotros, puesto que la Escritura dice: Maldito sea aquel que cuelga de un madero. Esto sucedió para que la bendición otorgada por Dios a Abraham llegara también, por Cristo Jesús, a los paganos y para que recibiéramos, por medio de la fe, el Espíritu prometido.
Salmo Responsorial
R. (5b) Alabemos a Dios de todo corazón.
Quiero alabar a Dios, de corazón,
en las reuniones de los justos.
Grandiosas son las obras del Señor
y para todo fiel, dignas de estudio. R.
R. Alabemos a Dios de todo corazón.
De majestad y gloria hablan sus obras
y su justicia dura para siempre.
Ha hecho inolvidables sus prodigios.
El Señor es piadoso y es clemente. R.
R. Alabemos a Dios de todo corazón.
Acordándose siempre de su alianza
él le da de comer al que lo teme.
Al darle por herencia a las naciones,
hizo ver a su pueblo sus poderes. R.
R. Alabemos a Dios de todo corazón.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo.
Cuando yo sea levantado de la tierra,
atraeré a todos hacia mí, dice el Señor.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, cuando Jesús expulsó a un demonio, algunos dijeron: “Éste expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal milagrosa.
Pero Jesús, que conocía sus malas intenciones, les dijo: ‘’Todo reino dividido por luchas internas va a la ruina y se derrumba casa por casa. Si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino? Ustedes dicen que yo arrojo a los demonios con el poder de Satanás. Entonces, ¿con el poder de quién los arrojan los hijos de ustedes? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero si yo arrojo a los demonios por el poder de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes el Reino de Dios.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, entonces le quita las armas en que confiaba y después dispone de sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo, y al no hallarlo, dice: ‘Volveré a mi casa, de donde salí’. Y al llegar, la encuentra barrida y arreglada. Entonces va por otros siete espíritus peores que él y vienen a instalarse allí, y así la situación final de aquel hombre resulta peor que la de antes”.
Reflexión
El texto del evangelio de Lc 11, 15-26, nos presenta a Jesús enfrentando la acusación de expulsar demonios por el poder de Belcebú. Esta situación revela algo profundo: ante la manifestación evidente del poder divino, algunos corazones, endurecidos por el miedo y la falta de comprensión, eligen el rechazo y la incredulidad. Esta resistencia no solo es una reacción emocional, sino también una expresión de la ceguera espiritual que a menudo impide ver la obra de Dios. Jesús responde con una lógica aplastante: un reino dividido no puede mantenerse en pie. Si Él expulsa demonios, lo hace con el poder de Dios, y eso significa que el reino de Dios está presente, que ha irrumpido en la historia humana con un poder transformador y liberador.
La llegada del reino de Dios no es un concepto abstracto; es una fuerza viva que transforma la realidad. Jesús, al expulsar los demonios, no solo libera a las personas de una opresión espiritual, sino que las restaura a su plena dignidad y las reintegra en la comunidad. Cada acto de sanación y liberación es un signo tangible de que Dios quiere restaurar todo lo que ha sido quebrantado. Sin embargo, vemos que no todos pueden aceptar esto. A veces, nos sentimos más cómodos con nuestras cadenas, con lo conocido, aunque nos haga daño, antes que abrirnos a la libertad que Dios nos ofrece. Esta resistencia nos invita a preguntarnos: ¿qué temores o prejuicios nos impiden reconocer y acoger la acción de Dios en nuestras vidas?
Jesús nos ofrece una advertencia poderosa sobre el peligro de la indiferencia y la pasividad espiritual. Al comparar nuestra vida con una casa liberada de un espíritu maligno, nos recuerda que la liberación no es el final del camino, sino el comienzo. Si dejamos nuestra vida vacía, sin llenarla con el bien, sin permitir que el Espíritu Santo sea quien habite en nosotros, corremos el riesgo de volver a ser dominados, incluso de forma más grave. En la tradición bíblica, el Espíritu Santo es la presencia de Dios que guía, consuela y fortalece. No se trata solo de evitar el mal, sino de acoger activamente el bien, de permitir que la gracia transforme cada aspecto de nuestro ser.
Deja una respuesta