octubre 7, 2024 in Evangelios

Evangelio del 7 de octubre del 2024 según Lucas 10, 25-37

Memoria de la Bienaventurada Virgen María del Rosario

Lectionary: 461

Primera lectura

Gal 1, 6-12

Hermanos: Me extraña mucho que tan fácilmente hayan abandonado ustedes a Dios Padre, quien los llamó a vivir en la gracia de Cristo, y que sigan otro Evangelio. No es que exista otro Evangelio; lo que pasa es que hay algunos que los perturban a ustedes, tratando de cambiar el Evangelio de Cristo.

Pero, sépanlo bien: si alguien, yo mismo o un ángel enviado del cielo, les predicara un Evangelio distinto del que les hemos predicado, que sea maldito. Se lo acabo de decir, pero se lo repito: si alguno les predica un Evangelio distinto del que ustedes han recibido, que sea maldito.

¿A quién creen que trato de agradar con lo que acabo de decir? ¿A Dios o a los hombres? ¿Acaso es ésta la manera de congraciarse con los hombres? Si estuviera buscando agradarles a ustedes no sería servidor de Cristo.

Quiero que sepan, hermanos, que el Evangelio predicado por mí no es un invento humano, pues no lo he recibido ni aprendido de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.

Salmo Responsorial

Salmo 110, 1. 2.7-8. 9 y 10c

R. (5b) Alabemos al Señor de todo corazón.
Quiero alabar a Dios, de corazón,
en las reuniones de los justos.
Grandiosas son las obras del Señor
y para todo fiel, dignas de estudio. R.
R. Alabemos al Señor de todo corazón.
Justas y verdaderas son sus obras,
son dignos de confianza sus mandatos,
pues nunca pierdan su valor
y exigen ser fielmente ejecutados. R.
R. Alabemos al Señor de todo corazón.
El redimió a su pueblo
y estableció su alianza para siempre.
Dios es santo y terrible
y su gloria perdura eternamente. R.
R. Alabemos al Señor de todo corazón.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 13, 34

R. Aleluya, aleluya.
Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor,
que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 10, 25-37

En aquel tiempo, se presentó ante Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: “Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?” Jesús le dijo: “¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?” El doctor de la ley contestó: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús le dijo: “Has contestado bien; si haces eso, vivirás”.

El doctor de la ley, para justificarse, le preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?” Jesús le dijo: “Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo, un levita que pasó por ahí, lo vio y siguió adelante. Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: ‘Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso’.

¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?’’ El doctor de la ley le respondió: “El que tuvo compasión de él”. Entonces Jesús le dijo: “Anda y haz tú lo mismo”.

Reflexión

En el evangelio de Lucas 10, 25-37, un experto en la Ley desafía a Jesús preguntándole qué debe hacer para heredar la vida eterna. La respuesta de Jesús, culminando en la historia del Buen Samaritano, nos muestra que amar a Dios y al prójimo son dos dimensiones inseparables de la vida cristiana. No se trata de una simple teoría, sino de una práctica concreta que trasciende las barreras sociales, culturales y religiosas. La pregunta del experto se convierte en una oportunidad para redefinir qué significa ser “prójimo” y cuál es nuestra verdadera responsabilidad hacia los demás.

La figura del samaritano, alguien visto como un enemigo por los judíos de la época, desafía nuestros prejuicios y nos obliga a preguntarnos: ¿a quiénes excluimos de nuestro amor y compasión? Jesús rompe los esquemas establecidos mostrando que el amor verdadero no discrimina, no se detiene en las categorías humanas, sino que se hace presente donde hay necesidad, donde hay sufrimiento. Este samaritano representa al que no se queda indiferente, al que ve y actúa, sin esperar nada a cambio, sin preguntar por antecedentes ni méritos.

El sacerdote y el levita, representantes de la religión oficial, pasaron de largo, priorizando probablemente sus normas y deberes rituales por sobre la vida humana. Esta actitud nos invita a reflexionar sobre cuántas veces permitimos que nuestras propias reglas, temores o comodidades nos impidan ayudar a quienes necesitan de nosotros. Jesús nos muestra que el verdadero culto a Dios no está en los rituales vacíos, sino en el amor al prójimo que duele, que se arriesga y que nos impulsa a salir de nuestra zona de confort.

Al final, la enseñanza de este pasaje es clara: ser prójimo no es una cuestión de cercanía física o de pertenencia étnica, sino de compasión activa. Nos desafía a ser prójimos para otros, sin importar quiénes sean o de dónde vengan. Así como el Buen Samaritano, somos llamados a actuar con misericordia, a hacer del amor una acción concreta que transforme el sufrimiento en esperanza. Como Santa Teresa del Niño Jesús nos enseñó, amar es darlo todo, es entregarse sin medida, incluso cuando no es fácil o cómodo.




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