octubre 3, 2024 in Evangelios

Evangelio del 4 de octubre del 2024 según Lucas 10, 13-16

Memoria de San Francisco de Asís

Lectionary: 459

Primera lectura

Job 38, 1. 12-21; 40, 3-5
El Señor le habló a Job desde el seno de la tormenta y le dijo:
“¿Acaso alguna vez en tu vida
le has dado órdenes a la mañana
o le has señalado su lugar a la aurora,
para que ciña a la tierra por los bordes
y sacuda de ella a los malvados;
para que ponga de relieve sus contornos
y la tiña de colores como un vestido;
para que prive a los malvados del amparo de las tinieblas
y acabe con el poder del hombre criminal?

¿Has llegado hasta donde nace el mar
o te has paseado por el fondo del océano?
¿Se te han franqueado las puertas de la muerte
o has visto los portones del país de los muertos?
¿Has calculado la anchura de la tierra?
Dímelo, si lo sabes.

¿Sabes en dónde vive la luz
y en dónde habitan las tinieblas?
¿Podrías conducirlas a su morada
o enseñarles el camino de su casa?
Si lo sabes, es que para entonces tú ya habrías nacido
y el número de tus años sería incontable”.

Job le respondió al Señor:

“He hablado a la ligera, ¿qué puedo responder?
Me taparé la boca con la mano.
He estado hablando y ya no insistiré más;
ya no volveré a hablar”.

Salmo Responsorial

Salmo 138, 1-3. 7-8. 9-10. 13-14ab
R. (24b) Condúcenos, Señor, por tu camino.
Tú me conoces, Señor, profundamente:
tú conoces cuándo me siento y me levanto,
desde lejos sabes mis pensamientos,
tú observas mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
R. Condúcenos, Señor, por tu camino.
¿A dónde iré yo lejos de ti?
¿Dónde escaparé de tu mirada?
Si subo hasta el cielo, allí estás tú;
si bajo al abismo, allí te encuentras.
R. Condúcenos, Señor, por tu camino.
Si voy en alas de la aurora
o me alejo hasta el extremo de mar,
también allí tu mano me conduce
y tu diestra me sostiene.
R. Condúcenos, Señor, por tu camino.
Tú formaste mis entrañas,
me tejiste en el seno materno.
Te doy gracias por tan grandes maravillas;
soy un prodigio y tus obras son prodigiosas.
R. Condúcenos, Señor, por tu camino.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Sal 94, 8
R. Aleluya, aleluya.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice:
“No endurezcan su corazón”.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 10, 13-16
En aquel tiempo, Jesús dijo: “¡Ay de ti, ciudad de Corozaín! ¡Ay de ti, ciudad de Betsaida! Porque si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Por eso el día del juicio será menos severo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo”.

Luego, Jesús dijo a sus discípulos: “El que los escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza a ustedes, a mí me rechaza y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”.

Reflexión

En Lucas 10, 13-16, Jesús emite advertencias severas a Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, ciudades que, pese a haber sido testigos de sus milagros, permanecieron indiferentes y no se convirtieron. Jesús las compara con Tiro y Sidón, ciudades conocidas por su paganismo, afirmando que habrían cambiado si hubieran visto las mismas señales. Con sus palabras, Jesús revela la gravedad de despreciar la gracia recibida, dejando claro que cada oportunidad de cambio no debería tomarse a la ligera.

Estas advertencias nos llevan a considerar nuestra respuesta personal ante las oportunidades que Dios nos ofrece para vivir una vida transformada. Jesús nos muestra que recibir su mensaje no es un mero privilegio, sino un compromiso real de transformación. Ignorar esta invitación es renunciar a una vida plena, donde Él quiere llevarnos más allá de nuestra indiferencia y superficialidad, hacia una existencia llena de sentido y propósito.

Al recordar hoy a San Francisco de Asís, encontramos en él un modelo de quien respondió sin reservas a la voz de Jesús. San Francisco no solo aceptó la gracia, sino que se entregó completamente, renunciando a los bienes materiales y abrazando una vida en pobreza, amor y comunión con la creación. Su ejemplo nos muestra que acoger el mensaje de Cristo es dejarse moldear y guiar por el Espíritu Santo hacia una vida de entrega desinteresada.

Inspirados por San Francisco, podemos cuestionarnos si estamos permitiendo que Jesús transforme realmente nuestro corazón. Nos corresponde asumir el reto de vivir con gratitud y responsabilidad, dispuestos a dejar atrás nuestras antiguas formas para abrirnos a la comunión con Dios y el mundo que nos rodea. Siguiendo esta senda, cada paso será un eco del amor de Cristo, testimonio de la gracia que se convierte en vida renovada y compromiso auténtico.




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