octubre 2, 2024 in Evangelios

Evangelio del 2 de octubre del 2024 según Mateo 18, 1-5.10

Memoria de los Santos Ángeles Custodios

Lectionary: 457/650

Primera lectura

Job 9, 1-12. 14-16

Job tomó la palabra y les dijo a sus amigos:
“Sé muy bien que el hombre
no puede hacer triunfar su causa contra Dios.
Si el hombre pretendiera entablar pleito con él,
de mil cargos que Dios le hiciera, no podría rechazar ninguno.
El corazón de Dios es sabio y su fuerza es inmensa.

¿Quién se le ha enfrentado y ha salido triunfante?
En un instante descuaja las montañas
y sacude los montes con su cólera;
él hace retemblar toda la tierra
y la estremece desde sus cimientos.
Basta con que dé una orden y el sol se apaga;
esconde cuando quiere a las estrellas;
él solo desplegó los cielos
y camina sobre la superficie del mar.
El creó todas las constelaciones del cielo:
la Osa, Orión, las Cabrillas y las que se ven en el sur;
él hace prodigios incomprensibles, maravillas sin número.

Cuando pasa junto a mí, no lo veo;
cuando se aleja de mí, no lo siento.
Si se apodera de algo, ¿quién se lo impedirá?
¿Quién podrá decirle: ‘Qué estás haciendo?’

Si Dios me llama a juicio,
¿cómo podría yo rebatir sus acciones?
Aunque yo tuviera razón, no me quedaría otro remedio
que implorar su misericordia.
Si yo lo citara a juicio y él compareciera,
no creo que atendiera a mis razones”.

Salmo Responsorial

Salmo 87, 10bc-11. 12-13. 14-15

R. (3a) Señor, que llegue hasta ti mi súplica.
Todo el día te invoco, Señor,
y tiendo mis manos hacia ti.
¿Harás tú maravillas por los muertos?
¿Se levantarán las sombras para darte gracias?
R. Señor, que llegue hasta ti mi súplica.
¿Se anuncia en el sepulcro tu lealtad?
¿O tu fidelidad en el reino de la muerte?
¿Se conocen tus maravillas en las tinieblas?
¿O tu justicia en el país del olvido?
R. Señor, que llegue hasta ti mi súplica.
Pero yo te pido ayuda, Señor,
por la mañana irá a tu encuentro mi súplica.
¿Por qué, Señor, me rechazas,
y apartas de mí tu rostro?
R. Señor, que llegue hasta ti mi súplica.

Aclamación antes del Evangelio

Sal 102, 21
R. Aleluya, aleluya.
Que bendigan al Señor todos sus ejércitos,
servidores fieles que cumplen su voluntad.
R. Aleluya.

Evangelio

Mt 18, 1-5. 10
En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es más grande en el Reino de los cielos?”

Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: “Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.

Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo”.

Reflexión

El evangelio de Mateo 18, 1-5.10 nos habla de los “pequeños” y de sus ángeles que “contemplan siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos”. Pero este texto no nos promete una vida libre de sufrimiento o accidentes. Aquí radica la clave: los Ángeles Custodios no actúan como barreras mágicas contra todo mal físico, sino que su misión es proteger lo más preciado que tenemos: nuestra alma y su relación con Dios. Si bien a veces podemos enfrentar dificultades e incluso tragedias, la presencia de los ángeles es una expresión de la cercanía de Dios en medio de esas pruebas, recordándonos que lo temporal no es lo definitivo.

El cuidado de los Ángeles Custodios se dirige a lo que muchas veces olvidamos en nuestra fragilidad humana: nuestra vida eterna. Cuidan nuestra alma en el camino hacia Dios, y aunque no siempre intervienen de forma visible en lo que llamamos infortunios, sí están presentes en momentos de sufrimiento, fortaleciéndonos espiritualmente para que no perdamos la fe, incluso en medio de las dificultades más graves. ¿Por qué hay accidentes, por qué sufrimos? Porque la existencia terrenal está sujeta al libre albedrío, a las leyes de la naturaleza y a la fragilidad humana, algo que ni siquiera la presencia de los ángeles puede evitar.

Por lo tanto, la verdadera protección que los Ángeles Custodios nos brindan no es sobre nuestros cuerpos, que son pasajeros, sino sobre nuestras almas, que son eternas. Nos ayudan a orientarnos hacia lo que realmente importa: la vida con Dios. En los momentos de dolor o pérdida, es allí donde los ángeles nos ofrecen su amparo más profundo, dándonos fuerzas para seguir adelante, sosteniendo nuestra fe y acercándonos a la paz que solo Dios puede ofrecer.

La sabiduría aquí radica en discernir lo esencial de lo accesorio. Los Ángeles Custodios nos muestran que, aun en medio de la fragilidad de esta vida, nuestra alma siempre tiene una guía fiel hacia el Padre. Así, el verdadero consuelo no viene de la ausencia de dificultades, sino de la certeza de que, con su ayuda, nuestra alma permanecerá firme, pase lo que pase en este mundo.




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