septiembre 20, 2024 in Evangelios

Evangelio del 20 de setiembre del 2024 según san Lucas 8, 1-3

Memoria de San Andrés Kim Taegon, presbítero y San Pablo Chong Hasang y compañeros, mártires

Lectionary: 447

Primera lectura

1 Cor 15, 12-20

Hermanos: Si hemos predicado que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de ustedes andan diciendo que los muertos no resucitan? Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, nuestra predicación es vana, y la fe de ustedes es vana.

Seríamos, además, falsos testigos de Dios, puesto que hemos afirmado falsamente que Dios resucitó a Cristo: porque, si fuera cierto que los muertos no resucitan, Dios no habría resucitado a Cristo. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó.

Y si Cristo no resucitó, es vana la fe de ustedes; y por lo tanto, aún viven ustedes en pecado, y los que murieron en Cristo, perecieron. Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan sólo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de todos los hombres. Pero no es así, porque Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos.

Salmo Responsorial

Salmo 16, 1. 6-7. 8b y 15

R. (15b) Atiéndeme, Dios mío, y escucha mi oración.
Señor, hazme justicia
y a clamor atiende;
presta oído a mi súplica,
pues mis labios no mienten. R.
R. Atiéndeme, Dios mío, y escucha mi oración.
A ti mi voz elevo, pues sé que me respondes.
Atiéndeme, Dios mío, y escucha mis palabras;
muéstrame los prodigios de tu misericordia,
pues a quien acude a ti, de tus contrarios salvas. R.
R. Atiéndeme, Dios mío, y escucha mi oración.
Protégeme, Señor, como a las niñas de tus ojos,
bajo la sombra de tus alas escóndeme,
pues yo, por serte fiel, contemplaré tu rostro
y al despertarme, espero saciarme de tu vista. R.
R. Atiéndeme, Dios mío, y escucha mi oración.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Mt 11, 25
R. Aleluya, aleluya.
Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has revelado los misterios del Reino
a la gente sencilla.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 8, 1-3

En aquel tiempo, Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades. Entre ellas iban María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes.

Reflexión

El pasaje de Lucas 8, 1-3 nos ofrece un relato que, aunque breve, es muy revelador. Nos habla del ministerio de Jesús y de cómo Él recorría ciudades y aldeas anunciando el Reino de Dios, acompañado no solo por sus apóstoles, sino también por un grupo de mujeres que habían sido sanadas de diversas enfermedades y espíritus malignos, entre ellas María Magdalena, Juana y Susana. Este fragmento ilumina dos aspectos importantes del ministerio de Jesús: su misión inclusiva y su enfoque en la sanación.

El Reino de Dios no era exclusivo para un grupo particular de personas. Jesús rompió barreras sociales, culturales y religiosas al incluir a las mujeres en su círculo más cercano, algo que era inusual en una sociedad patriarcal como la del primer siglo. Al mencionar a estas mujeres por su nombre, Lucas subraya su importancia y su contribución activa al ministerio de Jesús. Estas mujeres no solo fueron beneficiarias de su poder sanador, sino también colaboradoras en su misión, lo que nos recuerda que todos somos llamados a participar en la obra de Dios, sin importar nuestra condición o posición social.

El rol de las mujeres en tiempos de Jesús era generalmente limitado al ámbito doméstico, y no tenían mucha participación en la vida pública o religiosa. Sin embargo, este pasaje demuestra cómo el mensaje de Cristo traspasaba esas convenciones, mostrando un respeto y dignidad hacia las mujeres que contradecía las normas de la época. Lucas, al destacar a estas mujeres, nos muestra el carácter transformador del Evangelio que redefine las estructuras sociales y eleva a aquellos que tradicionalmente han sido marginados.

Podemos imaginar el ministerio de Jesús como una gran mesa que Él va preparando mientras recorre las aldeas, invitando a todos, sin distinción, a sentarse a su mesa. Así como en una comida familiar no se excluye a nadie por su género o su pasado, en el Reino de Dios todos tienen un lugar, y cada uno, como esas mujeres que acompañaban a Jesús, tiene algo que aportar. Todos podemos ser instrumentos para expandir el Reino, independientemente de nuestras circunstancias pasadas o presentes.

Este pasaje nos invita a reflexionar sobre nuestra propia participación en la obra de Dios. ¿Nos sentamos en la mesa del Señor, dispuestos a colaborar y caminar con Él? ¿Reconocemos el valor de cada persona, sin prejuicios ni exclusiones, en esta misión de anunciar el Reino?




Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Al navegar por este sitio web, aceptas nuestras políticas de privacidad.
Acepto