septiembre 19, 2024 in Evangelios

Evangelio del 19 de setiembre del 2024 según san Lucas 7, 36-50

Jueves de la XXIV semana del Tiempo ordinario

Lectionary: 446

Primera lectura

1 Cor 15, 1-11

Hermanos: Les recuerdo el Evangelio que yo les prediqué y que ustedes aceptaron y en el cual están firmes. Este Evangelio los salvará, si lo cumplen tal y como yo lo prediqué. De otro modo, habrán creído en vano.

Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron. Más tarde se le apareció a Santiago y luego a todos los apóstoles.

Finalmente, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol. Sin embargo, por la gracia de Dios, soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí; al contrario, he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo. De cualquier manera, sea yo, sean ellos, esto es lo que nosotros predicamos y esto mismo lo que ustedes han creído.

Salmo Responsorial

Salmo 117, 1-2. 16ab-17. 28

R. (1) Te damos gracias, Señor, porque eres bueno.
Te damos gracias, Señor, porque eres bueno,
porque tu misericordia es eterna.
Diga la casa de Israel:
“Su misericordia es eterna”. R.
R. Te damos gracias, Señor, porque eres bueno.
Escuchemos el canto de victoria
que sale de la casa de los justos:
“La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es nuestro orgullo”. R.
R. Te damos gracias, Señor, porque eres bueno.
No moriré, continuaré viviendo
para contar lo que el Señor ha hecho.
Tú eres mi Dios, y te doy gracias.
Tú eres mi Dios, y yo te alabo R.
R. Te damos gracias, Señor, porque eres bueno.

Aclamación antes del Evangelio

Mt 11, 28

R. Aleluya, aleluya.
Vengan a mí, todos los que están fatigados
y agobiados por la carga, y yo les daré alivio, dice el Señor.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 7, 36-50

En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies; los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.

Viendo esto, el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar: “Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora”.

Entonces Jesús le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. El fariseo contestó: “Dímelo, Maestro”. El le dijo: “Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?” Simón le respondió: “Supongo que aquel a quien le perdonó más”.

Entonces Jesús le dijo: “Has juzgado bien”. Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama”. Luego le dijo a la mujer: “Tus pecados te han quedado perdonados”.

Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismos: “¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?” Jesús le dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”.

Reflexión

En el Evangelio de Lucas 7, 36-50, encontramos el conmovedor relato de una mujer pecadora que, en medio de una comida en casa de Simón, un fariseo, se acerca a Jesús con profundo arrepentimiento. Derrama lágrimas sobre sus pies, los seca con su cabello, los besa y unge con perfume. Este acto de devoción provoca el juicio del fariseo, quien cuestiona que Jesús permita tal acercamiento de una pecadora. Sin embargo, Jesús responde con una parábola sobre el perdón de deudas, enseñando que aquellos a quienes se les perdona mucho, aman mucho.

La actitud del fariseo refleja la rigidez de la observancia farisaica, donde el cumplimiento estricto de la ley y la pureza ritual se consideraban signos de rectitud. La mujer, etiquetada como pecadora, estaba fuera de los límites de lo aceptable para un judío piadoso, especialmente uno que se enorgullecía de su cumplimiento de la Ley. Sin embargo, Jesús, rompiendo con las convenciones sociales de su tiempo, demuestra que su misión no es solamente para los “justos,” sino que Él vino a buscar y salvar a los perdidos (Lc 19, 10). Jesús va más allá de las apariencias externas y ve el corazón contrito de la mujer, elevando el valor del arrepentimiento sobre la reputación.

El perdón de Dios no está limitado por la magnitud de los pecados, sino que la gracia divina es inmensamente mayor que cualquier falta. La clave está en la sinceridad del arrepentimiento y el reconocimiento de nuestra necesidad de misericordia. Jesús revela la naturaleza expansiva de la salvación, donde la persona que más se siente necesitada de perdón puede llegar a ser la que más ama y agradece.

Podemos imaginar que cada uno de nosotros llevamos una mochila que simboliza nuestros pecados, nuestras cargas y errores. A lo largo de la vida, esta mochila puede llenarse de pesares, haciéndose más pesada con el tiempo. La mujer en este pasaje llevaba una mochila llena de culpas, pero al encontrarse con Jesús, esa carga fue aligerada completamente. El peso desapareció, no por sus esfuerzos, sino por la compasión y el perdón que Jesús le ofreció.

De la misma manera, en nuestra vida diaria, cargamos con nuestras faltas, errores y remordimientos, pero Jesús siempre está dispuesto a descargar nuestra mochila, si nos acercamos a Él con un corazón humilde y arrepentido. El perdón que Él nos ofrece no solo nos libera del peso del pasado, sino que nos impulsa a amar más, a vivir con gratitud y a transformar nuestra relación con Dios y los demás.

Este pasaje nos invita a reconocer que todos necesitamos el perdón y que, al igual que la mujer, nuestra respuesta al amor y la misericordia divinos debe ser la de una entrega completa y agradecida.




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