septiembre 15, 2024 in Evangelios

Evangelio del 16 de setiembre del 2024 según sal Lucas 7, 1-10

Memoria de San Cornelio, Papa y san Cipriano, obispo, mártires

Lectionary: 443

Primera lectura

1 Cor 11, 17-26

Hermanos: Con respecto a las reuniones de ustedes ciertamente no puedo alabarlas, porque les hacen más daño que provecho. En efecto, he sabido que, cuando se reúnen en asamblea, hay divisiones entre ustedes, y en parte lo creo. Es cierto que tiene que haber divisiones, para que se ponga de manifiesto quiénes tienen verdadera virtud.

De modo que, cuando se reúnen en común, ya no es para comer la cena del Señor, porque cada uno se adelanta a comer su propia cena, y mientras uno pasa hambre, el otro se embriaga. ¿Acaso no tienen su propia casa para comer y beber? ¿O es que desprecian a la asamblea de Dios y quieren avergonzar a los que son pobres? ¿Qué quieren que les diga? ¿Que los alabe? En esto no los alabo.

Porque yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.

Lo mismo hizo con el cáliz después de cenar, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía siempre que beban de él”.

Por eso, cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Salmo Responsorial

Salmo 39, 7-8a. 8b-9. 10. 17

R. (1 Cor 11, 26b) Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Sacrificios y ofrendas no quisiste,
abriste, en cambio, mis oídos a tu voz.
No exigiste holocaustos por la culpa,
así que dije: “Aquí estoy”.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
En tus libros se me ordena
hacer tu voluntad.
esto es, Señor, lo que deseo:
tu ley en medio de mi corazón.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
He anunciado tu justicia
en la gran asamblea;
no he cerrado mis labios:
Tú lo sabes, Señor.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Que se gocen en ti y que se alegren
todos los que te buscan.
Cuantos quieren de ti la salvación,
repiten sin cesar: “¡Qué grande es Dios!”
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 3, 16
R. Aleluya, aleluya.
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único,
para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 7, 1-10
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar a la gente, entró en Cafarnaúm. Había allí un oficial romano, que tenía enfermo y a punto de morir a un criado muy querido. Cuando le dijeron que Jesús estaba en la ciudad, le envió a algunos de los ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su criado. Ellos, al acercarse a Jesús, le rogaban encarecidamente, diciendo: “Merece que le concedas ese favor, pues quiere a nuestro pueblo y hasta nos ha construido una sinagoga”. Jesús se puso en marcha con ellos.

Cuando ya estaba cerca de la casa, el oficial romano envió unos amigos a decirle: “Señor, no te molestes, porque yo no soy digno de que tú entres en mi casa; por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente a verte. Basta con que digas una sola palabra y mi criado quedará sano. Porque yo, aunque soy un subalterno, tengo soldados bajo mis órdenes y le digo a uno: ‘¡Ve!’, y va; a otro: ‘¡Ven!’, y viene; y a mi criado: ‘¡Haz esto!’, y lo hace”.

Al oír esto, Jesús quedó lleno de admiración, y volviéndose hacia la gente que lo seguía, dijo: “Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande”. Los enviados regresaron a la casa y encontraron al criado perfectamente sano.

Reflexión

El pasaje de Lucas 7, 1-10, nos encontramos con la historia de un centurión, un oficial romano, que se acerca a Jesús de una manera inusual. El centurión envía a unos ancianos de los judíos para que intercedan por él y soliciten la sanación de su siervo enfermo. A pesar de su rango y poder, este hombre demuestra una profunda humildad y fe al reconocer su propia indignidad para recibir a Jesús en su casa, declarando: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, pero di la palabra y mi siervo será sanado.”

La actitud del centurión es un testimonio de fe auténtica que trasciende las barreras culturales y religiosas. Aunque era un pagano, su fe en la autoridad de Jesús para sanar sin necesidad de estar físicamente presente revela una comprensión profunda del poder divino. Jesús, sorprendido por esta demostración de fe, dice: “Ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe.” Esto nos invita a reflexionar sobre cómo la fe genuina puede surgir en los lugares más inesperados y cómo Dios no se limita a los confines de una nación o pueblo.

El centurión romano representaba al opresor, al extranjero, y sin embargo, es él quien reconoce el poder y la autoridad de Jesús con mayor claridad que muchos de los que formaban parte del pueblo elegido. Esto nos lleva a la importancia de la apertura espiritual: no es la pertenencia a un grupo religioso lo que define la fe, sino la capacidad de confiar en Dios más allá de las apariencias.

Podemos comparar la actitud del centurión con la de un paciente que confía en el diagnóstico de un médico sin haber visto los resultados de los exámenes. La confianza en el conocimiento y la autoridad del médico es tal que no necesita explicaciones detalladas o pruebas visibles para creer en su capacidad de sanar. Así también, el centurión confía en que Jesús puede sanar con solo pronunciar una palabra, porque reconoce su autoridad divina.

A través de esta historia, se nos enseña que la verdadera fe no se basa en lo que podemos ver o controlar, sino en confiar plenamente en la palabra y el poder de Dios. Al igual que el centurión, debemos ser capaces de reconocer nuestra propia pequeñez ante la grandeza de Dios, y al hacerlo, permitir que su poder actúe en nuestras vidas de formas que trascienden lo visible y lo material. La humildad y la fe son el puente que nos conecta con el milagro divino.




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