septiembre 15, 2024 in Evangelios

Evangelio del 15 de setiembre del 2024 según Marcos 8, 27-35

XXIV Domingo ordinario

Lectionary: 131

Primera lectura

Is 50, 5-9
En aquel entonces, dijo Isaías:
“El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras
y yo no he opuesto resistencia,
ni me he echado para atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que me tiraban de la barba.
No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.

Pero el Señor me ayuda,
por eso no quedaré confundido,
por eso endurecí mi rostro como roca
y sé que no quedaré avergonzado.
Cercano está de mí el que me hace justicia,
¿quién luchará contra mí?
¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa?
Que se me enfrente.
El Señor es mi ayuda,
¿quién se atreverá a condenarme?”

Salmo Responsorial

Salmo 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9
R. (9) Caminaré en la presencia del Señor.
Amo al Señor porque escucha
el clamor de mi plegaria,
porque me prestó atención
cuando mi voz lo llamaba.
R. Caminaré en la presencia del Señor.
Redes de angustia y de muerte
me alcanzaron y me ahogaban.
Entonces rogué al Señor
que la vida me salvara.
R. Caminaré en la presencia del Señor.
El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo.
A mí, débil, me salvó
y protege a los sencillos.
R. Caminaré en la presencia del Señor.
Mi alma libró de la muerte;
del llanto los ojos míos,
y ha evitado que mis pies
tropiecen por el camino.
Caminaré ante el Señor
por la tierra de los vivos.
R. Caminaré en la presencia del Señor.

Segunda lectura

Sant 2, 14-18
Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?

Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice: “Que te vaya bien; abrígate y come”, pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso? Así pasa con la fe; si no se traduce en obras, está completamente muerta.

Quizá alguien podría decir: “Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”.

Aclamación antes del Evangelio

Gál 6, 14
R. Aleluya, aleluya.
No permita Dios que yo me gloríe en algo
que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo,
por el cual el mundo está crucificado para mí
y yo para el mundo.
R. Aleluya.

Evangelio

Mc 8, 27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le contestaron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”.

Entonces él les preguntó: “Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?” Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.

Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día.

Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo. Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.

Después llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.

Reflexión

En el Evangelio de Marcos 8, 27-35, Jesús hace una de las preguntas más trascendentales de todo el Evangelio: “¿Quién dicen que soy yo?” En este pasaje, Jesús se encuentra con sus discípulos en las aldeas de Cesarea de Filipo, una región conocida por ser un centro de culto pagano y símbolo del poder imperial romano. Históricamente, Cesarea de Filipo tenía templos dedicados a diversos dioses, incluidos el dios griego Pan y el emperador romano, lo que hacía que este escenario fuera aún más significativo para la declaración que Jesús está por hacer.

Pedro responde diciendo: “Tú eres el Cristo.” En el contexto judío, “Cristo” (Mesías) hace referencia a un ungido de Dios, alguien que los judíos esperaban que liberara a Israel. Sin embargo, inmediatamente después de esta declaración, Jesús comienza a redefinir el concepto del Mesías, no como un líder político o militar, sino como el Siervo Sufriente que debe padecer, ser rechazado, morir y resucitar al tercer día. Esto es revolucionario porque altera las expectativas de un Mesías que vendría a instaurar un reino terrenal de poder.

El Mesías que esperaban muchos en el tiempo de Jesús era alguien que liberaría a Israel del dominio romano. Sin embargo, Jesús se presenta como un Mesías que viene a salvar a través del sufrimiento y la entrega total, no del poder militar o político. Jesús rechaza la idea de un reino basado en la violencia o en el poder humano.

Cuando una persona ha sido elegida para liderar un equipo en una situación difícil. Sus compañeros esperan que sea fuerte, que imponga su autoridad, y que solucione los problemas de manera rápida y efectiva. Pero, en lugar de eso, esta persona decide servir a los demás, escuchar con humildad, y estar dispuesta a sacrificarse por el bien del equipo. Al principio, esta actitud puede ser incomprendida, porque va en contra de las expectativas de poder y autoridad que muchos tienen. Sin embargo, al final, el equipo se fortalece porque su líder les mostró que el verdadero liderazgo se basa en el servicio y en el amor, no en el dominio o la fuerza.

El aprendizaje que podemos extraer de este pasaje es que el seguimiento de Cristo no consiste en buscar el poder o la gloria personal, sino en estar dispuestos a cargar nuestra cruz, a negarnos a nosotros mismos y a seguir a Jesús, incluso cuando esto signifique renunciar a nuestras expectativas humanas. Como nos recuerda Jesús: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.”




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