septiembre 14, 2024 in Evangelios

Evangelio del 14 de setiembre del 2024 según san Juan 3, 13-17

Fiesta de la Exaltación de la santa Cruz

Lectionary: 638

Primera lectura

Num 21, 4-9

En aquellos días, el pueblo se impacientó y murmuró contra Dios y contra Moisés, diciendo: “¿Para qué nos sacaste de Egipto? ¿Para que muriéramos en el desierto? No tenemos pan ni agua y ya estamos hastiados de esta miserable comida”.

Entonces envió Dios contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. El pueblo acudió a Moisés y le dijo: “Hemos pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Ruega al Señor que aparte de nosotros las serpientes”. Moisés rogó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió: “Haz una serpiente como ésas y levántala en un palo. El que haya sido mordido por las serpientes y mire la que tú hagas, vivirá”. Moisés hizo una serpiente de bronce y la levantó en un palo; y si alguno era mordido y miraba la serpiente de bronce, quedaba curado.

Salmo Responsorial

Salmo 77, 1-2. 34-35. 36-37. 38

R. (cf 7c) No olvidemos las hazañas del Señor.
Escucha, pueblo mío, mi enseñanza;
presten oído a las palabras de mi boca.
Abriré mi boca y les hablaré en parábolas;
anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.
R. No olvidemos las hazañas del Señor.
Cuando Dios los hacía morir, lo buscaban,
y madrugaban para volverse hacia él.
Se acordaban de que Dios era su auxilio;
el Dios altísimo su redentor.
R. No olvidemos las hazañas del Señor.
Lo adulaban con sus bocas,
le mentían con su lengua;
su corazón no era sincero con él,
ni eran fieles a su alianza.
R. No olvidemos las hazañas del Señor.
Pero él sentía lástima de ellos,
les perdonaba su culpa y no los destruía.
Muchas veces dominó su ira
y apagó el furor de su cólera.
R. No olvidemos las hazañas del Señor.

Segunda lectura

Flp 2, 6-11

Cristo, siendo Dios,
no consideró que debía aferrarse
a las prerrogativas de su condición divina,
sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo
tomando la condición de siervo,
y se hizo semejante a los hombres.
Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo
y por obediencia aceptó incluso la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas
y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús todos doblen la rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor,
para gloria de Dios Padre.

Aclamación antes del Evangelio

R. Aleluya, aleluya.

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

R. Aleluya.

Evangelio

Jn 3, 13-17

En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él’’.

Reflexión

El pasaje de Juan 3, 13-17 nos lleva a una de las reflexiones más profundas del cristianismo: el amor incondicional de Dios manifestado a través de la cruz. En este fragmento, Jesús le explica a Nicodemo que Él, el Hijo del Hombre, debe ser “levantado” como lo fue la serpiente de bronce en el desierto (Números 21, 4-9), para que todo aquel que crea en Él tenga vida eterna. Este texto es particularmente significativo en el contexto de la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que conmemoramos hoy.

Aquí se nos revelan dos realidades fundamentales. Primero, subraya la necesidad de la encarnación y sacrificio de Cristo. La frase “Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo” enfatiza que sólo Jesús, como Dios encarnado, puede abrir el camino hacia la salvación. Este descenso y posterior ascensión prefiguran el sacrificio en la cruz, donde Cristo es elevado, no solo físicamente, sino como mediador entre el cielo y la tierra.

Segundo, el pasaje resalta el amor incondicional de Dios: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito”. Esta afirmación nos invita a contemplar la cruz no solo como un instrumento de tortura, sino como el símbolo del amor redentor. Dios no envía a su Hijo para condenar al mundo, sino para salvarlo, un mensaje que desafía nuestra comprensión humana de justicia y castigo.

Históricamente, la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz se remonta a la dedicación de la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, construida en el lugar donde se descubrió la verdadera cruz de Cristo por Santa Elena en el siglo IV. La celebración también está vinculada a la recuperación de la reliquia de la cruz, que había sido tomada por los persas y fue devuelta a Jerusalén en el siglo VII. Para los primeros cristianos, esta fiesta simbolizaba la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, así como la victoria de la Iglesia en tiempos de persecución.

La cruz, un símbolo de humillación y castigo en el Imperio Romano, se convirtió en un símbolo de triunfo espiritual y vida eterna para los cristianos. Esta paradoja de la cruz —la muerte que trae vida— sigue siendo central en nuestra fe.

Hoy en día, en un mundo que a menudo busca evitar el sufrimiento o negarlo, el mensaje de la cruz sigue siendo profundamente relevante. La cruz nos recuerda que el sufrimiento no es el fin, sino un camino hacia la redención y transformación. Esta  sociedad donde a menudo se valora el éxito y el poder sobre el sacrificio y la entrega, la cruz nos invita a adoptar una perspec tiva diferente: el amor auténtico implica entrega y sacrificio, y es en ese acto de donación donde encontramos la verdadera vida.

Además, el  mundo fracturado por la violencia, la cruz nos llama a la reconciliación y al perdón. Así como Cristo fue “levantado” para salvar a todos, estamos llamados a exaltar la cruz en nuestras vidas, es decir, a vivir de acuerdo con los valores que ella representa: amor, misericordia y perdón. En la cruz, encontramos la fortaleza para enfrentar las dificultades, sabiendo que, como Cristo, podemos transformar el sufrimiento en esperanza.

La Exaltación de la Santa Cruz no solo conmemora un evento histórico, sino que nos confronta a exaltar la cruz en nuestras propias vidas: a ver en ella no solo un símbolo de fe, sino una forma de vida que busca, a través del amor y el sacrificio, llevar la salvación al mundo.

 




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