septiembre 12, 2024 in Evangelios

Evangelio del 12 de setiembre del 2024 según san Lucas 6, 27-38

Jueves de la XXIII semana del Tiempo ordinario

Lectionary: 440

Primera lectura

1 Cor 8, 1-13

Queridos hermanos: Ya sé que todos ustedes conocen lo que está permitido con respecto a la carne inmolada a los ídolos. Pero, ¡cuidado!, porque el puro hecho de conocer, llena de soberbia; el amor, en cambio, hace el bien. Y si alguno piensa que ese conocimiento le basta, no tiene idea de lo que es el verdadero conocimiento. Pero aquel que ama a Dios, es verdaderamente conocido por Dios.

Ahora bien, con respecto a comer la carne ofrecida a los ídolos, sabemos que un ídolo no representa nada real y que no hay más que un solo Dios. Pues, aun cuando se hable de dioses del cielo y de la tierra, como si hubiera muchos dioses y muchos señores, sin embargo, para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y es nuestro destino, y un solo Señor Jesucristo, por quien existen todas las cosas y por el cual también nosotros existimos.

Mas no todos saben esto. Pues algunos, acostumbrados a la idolatría hasta hace poco, siguen comiendo la carne como si estuviera consagrada a los ídolos, y puesto que su conciencia está poco formada, pecan. No es, ciertamente, la comida lo que nos hará agradables a Dios, ni vamos a ser mejores o peores por comer o no comer. Pero tengan cuidado de que esa libertad de ustedes no sea ocasión de pecado para los que tienen la conciencia poco formada. Porque si a ti, que sabes estas cosas, te ve alguien sentado a la mesa en un templo de los ídolos, ¿no se creerá autorizado por su conciencia, que está poco formada, a comer de lo sacrificado a los ídolos?

Entonces, por culpa de tu conocimiento haces que se pierda el hermano que tiene la conciencia poco formada, por quien murió Cristo. De esta manera, al pecar ustedes contra sus hermanos, haciendo daño a su conciencia poco formada, pecan contra Cristo. Por lo tanto, si un alimento le es ocasión de pecado a mi hermano, nunca comeré carne para no darle ocasión de pecado.

Salmo Responsorial

Salmo 138, 1b-3. 13-14ab. 23-24

R. (24b) Señor, no dejes que me pierda.
Tú me conoces, Señor, profundamente:
tú conoces cuándo me siento y me levanto,
desde lejos sabes mis pensamientos,
tú observas mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares. R.
R. Señor, no dejes que me pierda.
Tú formaste mis entrañas,
me tejiste en el seno materno.
Te doy gracias por tan grandes maravillas;
soy un prodigio y tus obras son prodigiosas. R.
R. Señor, no dejes que me pierda.
Examíname, Dios mío, para conocer mi corazón,
ponme a prueba para conocer mis sentimientos,
y si mi camino se desvía,
no dejes que me pierda. R.
R. Señor, no dejes que me pierda.

Aclamación antes del Evangelio

1 Jn 4, 12

R. Aleluya, aleluya.
Si nos amamos los unos a los otros,
Dios permanece en nosotros
y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 6, 27-38

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.

Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores. Si prestan solamente cuando esperan cobrar, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores prestan a otros pecadores, con la intención de cobrárselo después.

Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso.

No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida conque midan, serán medidos’’.

Reflexión

El Evangelio de Lucas 6, 27-38 nos presenta un llamado radical a vivir el amor y la misericordia de una manera que trasciende los límites humanos convencionales. En este pasaje, Jesús enseña que el amor no se debe restringir a quienes nos aman o tratan bien, sino que se debe extender incluso a los enemigos, una enseñanza profundamente contracultural tanto en su tiempo como en el nuestro.

Este texto enfatiza la naturaleza del amor de Dios: un amor incondicional que no discrimina, que busca el bien incluso de aquellos que nos han herido. Es un reflejo de la gracia divina, que se derrama sobre justos e injustos por igual. En el contexto histórico, Jesús vivía en una sociedad bajo la ocupación romana, donde el odio hacia los opresores era común, y la idea de amar a los enemigos hubiese sido radical y casi escandalosa. Para un pueblo sometido por un imperio extranjero, el mensaje de Jesús desafiaba las expectativas de venganza y resistencia violenta, ofreciendo en su lugar una propuesta de reconciliación y compasión.

La enseñanza de amar a los enemigos y orar por quienes nos persiguen (Lc 6, 27) es un llamado a imitar a Dios en su magnanimidad. Jesús nos pide una generosidad que va más allá de la lógica del “ojo por ojo”. En el versículo 31, con la regla de oro, nos invita a tratar a los demás como queremos ser tratados. Este mensaje se convierte en una invitación a abandonar el egoísmo y la reciprocidad egoísta, para entrar en una dinámica de amor gratuito, la misma que Dios nos ofrece a través de su misericordia.

Podemos pensar en este mandato de Jesús como una fuente inagotable de agua. Si guardamos el agua solo para nosotros, eventualmente se estanca, pierde su pureza y deja de ser refrescante. Sin embargo, si permitimos que el agua fluya libremente, no solo beneficia a quienes la reciben, sino que también mantiene viva y fresca la fuente de donde emana. Del mismo modo, cuando permitimos que el amor y la misericordia fluyan hacia todos, incluso hacia quienes nos han herido, no solo beneficiamos a los demás, sino que también mantenemos nuestro corazón limpio y cercano a Dios.

Así que este pasaje nos enseña que el verdadero amor no busca reciprocidad ni recompensa, sino que se da libremente. Al seguir este camino, nos convertimos en instrumentos de la misericordia divina, reflejando el amor que Dios tiene por todos, independientemente de nuestras acciones. Así, construimos una sociedad basada no en el odio o la venganza, sino en la paz y la justicia que brotan del corazón de quienes han aprendido a perdonar y amar como Dios ama.




Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Al navegar por este sitio web, aceptas nuestras políticas de privacidad.
Acepto