septiembre 3, 2024 in Evangelios

Evangelio del 3 de setiembre del 2024 según Lucas 4, 31-37

Memoria de San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia

Lectionary: 432

Primera lectura

1 Cor 2, 10-16

Hermanos: El Espíritu conoce perfectamente todo, hasta lo más profundo de Dios. En efecto, ¿quién conoce lo que hay en el hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Del mismo modo, nadie conoce lo que hay en Dios, sino el Espíritu de Dios. Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para que conozcamos las gracias que Dios nos ha otorgado. De estas gracias hablamos, no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu y con las cuales expresamos realidades espirituales en términos espirituales.

El hombre, con su sola inteligencia, no puede comprender las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son una locura; no las puede entender porque son cosas que sólo se comprenden a la luz del Espíritu. Pero el hombre iluminado por el Espíritu puede juzgar correctamente todas las cosas, y nadie que no tenga el Espíritu lo puede juzgar correctamente a él. Por eso dice la Escritura: ¿Quién ha entendido el modo de pensar del Señor, como para que pueda darle lecciones? Pues bien, nosotros poseemos el modo de pensar de Cristo.

Salmo Responsorial

Salmo 144, 8-9. 10-11. 12-13ab. 13cd-14

R. (17a) El Señor es justo y bondadoso.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento para enojarse y generoso para perdonar.
Bueno es el Señor para con todos
y su amor se extiende a todas sus creaturas. R.
R. El Señor es justo y bondadoso.
Que te alaben, Señor, todas tus obras
y que todos tus fieles te bendigan.
Que proclamen la gloria de tu reino
y den a conocer tus maravillas. R.
R. El Señor es justo y bondadoso.
Que muestren a los hombres tus proezas.,
el esplendor y la gloria de tu reino.
Tu reino, Señor, es para siempre,
y tu imperio, por todas las generaciones. R.
R. El Señor es justo y bondadoso.
El Señor es siempre fiel a sus palabras
y bondadoso en todas sus acciones.
Da su apoyo el Señor al que tropieza
y al agobiado alivia. R.
R. El Señor es justo y bondadoso.

Aclamación antes del Evangelio

Lc 7, 16
R. Aleluya, aleluya.
Un gran profeta ha surgido entre nosotros.
Dios ha visitado a su pueblo.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 4, 31-37
En aquel tiempo, Jesús fue a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Todos estaban asombrados de sus enseñanzas, porque hablaba con autoridad.

Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar muy fuerte: “¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé que tú eres el Santo de Dios”.

Pero Jesús le ordenó: “Cállate y sal de ese hombre”. Entonces el demonio tiró al hombre por tierra, en medio de la gente, y salió de él sin hacerle daño. Todos se espantaron y se decían unos a otros: “¿Qué tendrá su palabra? Porque da órdenes con autoridad y fuerza a los espíritus inmundos y éstos se salen”. Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.

Reflexión

El pasaje de Lucas 4, 31-37 narra cómo Jesús, después de haber sido rechazado en Nazaret, se dirige a Cafarnaúm y allí enseña en la sinagoga. Durante su enseñanza, un hombre poseído por un espíritu impuro grita, reconociendo a Jesús como el Santo de Dios. Jesús reprende al espíritu, ordenándole que salga del hombre, y con su autoridad lo expulsa. Todos se asombran ante su poder y la fama de Jesús se extiende por toda la región.

Este pasaje resalta la autoridad de Jesús sobre el mal y su poder para liberar a las personas de lo que las esclaviza. En un sentido teológico, este acto de expulsar al demonio es un símbolo de cómo Jesús vino a destruir las obras del mal en el mundo, manifestando que el Reino de Dios está presente y activo. El poder de Jesús no es solo un poder visible en milagros, sino también una autoridad espiritual que trasciende lo físico. Su enseñanza, acompañada de su poder para liberar, muestra que su palabra no es solo informativa, sino transformadora y liberadora.

Históricamente, este pasaje se sitúa en un contexto donde los demonios y espíritus impuros eran comprendidos como fuerzas que esclavizaban a las personas. La liberación del hombre poseído en Cafarnaúm habría sido vista como una señal de la llegada de una nueva era, donde el poder de Dios se manifestaba de manera concreta y visible. Para los primeros oyentes de este evangelio, este relato habría reafirmado la creencia en Jesús como el Mesías, quien no solo enseñaba con autoridad, sino que también tenía el poder para cambiar la realidad espiritual y social de las personas.

Podemos comparar este relato con una situación en la vida diaria: Imaginemos  un jardín que, con el tiempo, ha sido invadido por malezas. Estas malezas, aunque pequeñas al principio, crecen y sofocan las flores, impidiendo que florezcan en todo su esplendor. El jardinero, al reconocer el problema, no solo se limita a cortar las malezas superficialmente, sino que va al fondo, arrancándolas de raíz para permitir que el jardín vuelva a ser un lugar de vida y belleza.

De la misma manera, Jesús no solo alivia superficialmente los problemas de nuestra vida; Él va al fondo, a la raíz del mal, y nos libera completamente para que podamos florecer en plenitud. Este pasaje nos invita a permitir que Jesús actúe en lo profundo de nuestro ser, arrancando de raíz aquello que nos impide vivir en la libertad y paz que solo Él puede dar.

El aprendizaje que podemos extraer de este evangelio es la importancia de reconocer la autoridad de Jesús en nuestra vida y de confiar en su poder para liberarnos de cualquier mal que nos oprima. Así como el jardinero cuida de su jardín, debemos permitir que Jesús cuide de nuestro corazón, eliminando lo que nos aparta de Dios y nos impide vivir plenamente su amor.




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