agosto 29, 2024 in Evangelios

Evangelio del 29 de agosto del 2024 según san Marcos 6, 17-29

Memoria del Martirio de San Juan Bautista

Lectionary: 428/634

Primera lectura

1 Cor 1, 1-9

Yo, Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y Sóstenes, mi colaborador, saludamos a la comunidad cristiana que está en Corinto. A todos ustedes, a quienes Dios santificó en Cristo Jesús y que son su pueblo santo, así como a todos aquellos que en cualquier lugar invocan el nombre de Cristo Jesús, Señor nuestro y Señor de ellos, les deseo la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Cristo Jesús, el Señor.

Continuamente agradezco a mi Dios los dones divinos que les ha concedido a ustedes por medio de Cristo Jesús, ya que por él los ha enriquecido con abundancia en todo lo que se refiere a la palabra y al conocimiento; porque el testimonio que damos de Cristo ha sido confirmado en ustedes a tal grado, que no carecen de ningún don ustedes, los que esperan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él los hará permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento. Dios es quien los ha llamado a la unión con su Hijo Jesucristo, y Dios es fiel.

Salmo Responsorial

Salmo 144, 2-3. 4-5. 6-7

R. (cf. 1b) Siempre, Señor, bendeciré tu nombre.    
Un día tras otro bendeciré tu nombre
y no cesará mi boca de alabarte.
Muy digno de alabanza es el Señor,
por ser su grandeza incalculable. R.
R. Siempre, Señor, bendeciré tu nombre.    
Cada generación, a la que sigue
anunciará tus obras y proezas.
Se hablará de tus hechos portentosos,
del glorioso esplendor de tu grandeza. R.
R. Siempre, Señor, bendeciré tu nombre.    
Alabarán tus maravillosos prodigios
y contarán tus grandes acciones;
difundirán la memoria de tu inmensa bondad
y aclamarán tus victorias. R.
R. Siempre, Señor, bendeciré tu nombre.   

Aclamación antes del Evangelio

Mt 5, 10
R. Aleluya, aleluya.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los cielos, dice el Señor.
R. Aleluya.

Evangelio

Mc 6, 17-29
En aquel tiempo, Herodes había mandado apresar a Juan el Bautista y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: “No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano”. Por eso Herodes lo mandó encarcelar.

Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida, pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.

La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños. La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: “Pídeme lo que quieras y yo te lo daré”. Y le juró varias veces: “Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino”.

Ella fue a preguntarle a su madre: “¿Qué le pido?” Su madre le contestó: “La cabeza de Juan el Bautista”. Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: “Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista”.

El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.

Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

Reflexión

La lectura del Evangelio según San Marcos 6, 17-29 nos lleva a un momento profundamente conmovedor y trágico en la historia de la fe, donde se narra el martirio de Juan el Bautista. Este pasaje es una poderosa reflexión sobre la valentía, la justicia, y las consecuencias de enfrentar el poder corrupto con la verdad de Dios.

Juan el Bautista, conocido por su fervor y devoción, se atrevió a denunciar las injusticias y los pecados de quienes estaban en el poder. Su denuncia contra Herodes, quien había tomado a la esposa de su hermano como propia, fue un acto de valentía extraordinaria. Juan no tenía miedo de confrontar el pecado, incluso cuando hacerlo lo ponía en grave peligro. Aquí se nos presenta una figura que, en su fidelidad a la verdad y a la justicia de Dios, no se dejó intimidar por la amenaza de la violencia o la muerte.

El relato también destaca la cobardía de Herodes, quien, aunque respetaba y temía a Juan por su santidad, cedió a la presión de su esposa Herodías y a las promesas que hizo en un momento de debilidad y orgullo. Herodes se convierte en un triste ejemplo de cómo el poder, el orgullo y la falta de integridad pueden llevar a la destrucción de una vida inocente.

El martirio de Juan el Bautista nos lleva a reflexionar sobre el costo de seguir a Cristo y ser testigos de la verdad en un mundo que a menudo rechaza y persigue lo que es justo. La muerte de Juan no es en vano; su sacrificio es un testimonio vivo de la fidelidad a Dios por encima de todo, incluso de la vida misma. Su martirio anticipa el sacrificio de Jesús en la cruz, quien también fue condenado a muerte por proclamar la verdad y la justicia de Dios.

En nuestra propia vida, somos llamados a imitar esa  valentía de Juan el Bautista, a ser testigos de la verdad en nuestras palabras y acciones, y a recordar que, aunque el mundo pueda despreciar o incluso perseguir a aquellos que siguen a Cristo, nuestra recompensa está en la fidelidad a Dios y en la promesa de la vida eterna.

El sacrificio de Juan el Bautista nos deja una lección imperecedera sobre la importancia de la coherencia en la fe, el valor de proclamar la verdad sin importar las consecuencias y la certeza de que, en medio de la adversidad, Dios siempre está con aquellos que le son fieles. Este es un llamado a reflexionar sobre nuestra propia disposición a defender lo que es justo y verdadero, confiando en que Dios nos dará la fortaleza necesaria para enfrentar cualquier desafío que venga como consecuencia de nuestra fe.




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