Evangelio del 26 de agosto del 2024 según San Mateo 23, 13-22
Lunes de la XXI semana del tiempo ordinario
Lectionary: 425
Primera lectura
Silvano, Timoteo y yo, Pablo, deseamos la gracia y la paz que proceden de Dios Padre y de Jesucristo, el Señor, a la comunidad cristiana de Tesalónica, reunida en el nombre de Dios, nuestro Padre, y en el de Jesucristo, el Señor.
Hermanos: Debemos dar gracias a Dios en todo momento, como es justo, por lo mucho que van prosperando ustedes en la fe y porque el amor que cada uno tiene a los otros es cada vez mayor. Por eso nos mostramos orgullosos de ustedes ante las comunidades cristianas de Dios, y de la constancia y de la fe que ustedes tienen en todas las persecuciones y tribulaciones que están sufriendo. Esta es una prueba de que, en el justo juicio de Dios, serán considerados dignos de su Reino, por el cual ahora padecen.
Oramos siempre por ustedes, para que Dios los haga dignos de la vocación a la que los ha llamado, y con su poder lleve a efecto tanto los buenos propósitos que han formado, como lo que ya han emprendido por la fe. Así glorificarán a nuestro Señor Jesús y él los glorificará a ustedes en la medida en que actúe en ustedes la gracia de nuestro Dios y de Jesucristo, el Señor.
Salmo Responsorial
R. (3) Cantemos la grandeza del Señor.
Cantemos al Señor un nuevo canto;
que le cante al Señor toda la tierra;
cantemos al Señor y bendigámoslo.
R. Cantemos la grandeza del Señor.
Proclamemos su amor día tras día,
su grandeza anunciemos a los pueblos,
de nación en nación sus maravillas.
R. Cantemos la grandeza del Señor.
Cantemos al Señor, porque él es grande,
más digno de alabanza y más tremendo
que todos los dioses paganos, que ni existen.
Porque los falsos dioses son apariencia;
ha sido el Señor quien hizo el cielo.
R. Cantemos la grandeza del Señor.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor,
yo las conozco y ellas me siguen.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a los escribas y fariseos: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque les cierran a los hombres el Reino de los cielos! Ni entran ustedes ni dejan pasar a los que quieren entrar.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para ganar un adepto, y cuando lo consiguen, lo hacen todavía más digno de condenación que ustedes mismos!
¡Ay de ustedes, guías ciegos, que enseñan que jurar por el templo no obliga, pero que jurar por el oro del templo, sí obliga! ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro o el templo, que santifica al oro? También enseñan ustedes que jurar por el altar no obliga. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar, que santifica a la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el templo, jura por él y por aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él”.
Reflexión
En este pasaje del Evangelio de Mateo 23, 13-22, Jesús dirige palabras muy duras a los fariseos y maestros de la ley, denunciando su hipocresía. Les recrimina porque, aunque pretenden ser guías espirituales, en realidad cierran las puertas del Reino de los Cielos a los demás y ni siquiera entran ellos mismos. Jesús también condena su obsesión por las apariencias y su preocupación por las minucias de la ley mientras descuidan lo verdaderamente importante: la justicia, la misericordia y la fidelidad.
En la sociedad actual, estos mismos vicios que Jesús señala en los fariseos se manifiestan de formas diferentes, pero con la misma raíz. Vivimos en un mundo donde la envidia y el egoísmo parecen dominar, donde es común ver cómo muchas personas se centran en criticar la vida de los demás, en vez de mirar con honestidad y humildad sus propias vidas. Esta actitud crítica y juzgadora crea un ambiente de conflicto y división, donde la verdadera transformación del corazón queda relegada.
En lugar de construir, estas críticas destructivas nos alejan del camino de la fraternidad y la comprensión mutua. Es más fácil señalar los errores de los demás que enfrentarse a los propios. Pero Jesús nos llama a una conversión sincera, a mirar primero dentro de nosotros mismos antes de juzgar a los demás.
El Reino de Dios no se construye con envidia ni con egoísmo, sino con amor y misericordia. Como seguidores de Cristo, estamos llamados a superar estas actitudes negativas, a ser autocríticos y a buscar en nuestras propias vidas esas áreas que necesitan cambio y conversión. Solo entonces podremos abrir verdaderamente las puertas del Reino, tanto para nosotros como para los demás.
Que no caigamos en la trampa de los fariseos, que no seamos guías ciegos que no sólo se pierden a sí mismos, sino que también extravían a otros. Que vivamos el Evangelio con autenticidad, reconociendo nuestras propias limitaciones y esforzándonos por vivir según la voluntad de Dios, extendiendo su amor y su misericordia a todos aquellos que nos rodean.
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