Evangelio del 25 de agosto del 2024 según san Juan 6, 55. 60-69
XXI Domingo ordinario
Lectionary: 122
Primera lectura
El pueblo respondió: “Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses, porque el Señor es nuestro Dios; él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto, el que hizo ante nosotros grandes prodigios, nos protegió por todo el camino que recorrimos y en los pueblos por donde pasamos. Así pues, también nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios”.
Salmo Responsorial
R. (9a) Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Bendeciré al Señor a todas horas,
no cesará mi boca de alabarlo.
Yo me siento orgulloso del Señor,
que se alegre su pueblo al escucharlo.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Los ojos del Señor cuidan al justo,
y a su clamor están atentos sus oídos.
Contra el malvado, en cambio, está el Señor,
para borrar de la tierra su recuerdo.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Escucha el Señor al hombre justo
y lo libra de todas sus congojas.
El Señor no está lejos de sus fieles
y levanta a las almas abatidas.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Muchas tribulaciones pasa el justo,
pero de todas ellas Dios lo libra.
Por los huesos del justo vela Dios,
sin dejar que ninguno se le quiebre.
Salva el Señor la vida de sus siervos;
no morirán quienes en él esperan.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda lectura
Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola con el agua y la palabra, pues él quería presentársela a sí mismo toda resplandeciente, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e inmaculada.
Así los maridos deben amar a sus esposas, como cuerpos suyos que son. El que ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie jamás ha odiado a su propio cuerpo, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola cosa. Éste es un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
O bien:
Vivan amando como Cristo, que nos amó. Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola con el agua y la palabra, pues él quería presentársela a sí mismo toda resplandeciente, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e inmaculada.
Así los maridos deben amar a sus esposas, como cuerpos suyos que son. El que ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie jamás ha odiado a su propio cuerpo, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola cosa. Éste es un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
Aclamación antes del Evangelio
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Tú tienes palabras de vida eterna.
R. Aleluya.
Evangelio
Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”. (En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar). Después añadió: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.
Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?” Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
Reflexión
El pasaje de Juan 6, 55. 60-69 nos presenta un momento crucial en la vida de los discípulos de Jesús, un punto en el que muchos enfrentaron una decisión difícil ante las palabras del Maestro. Jesús había declarado que Su carne es verdadera comida y Su sangre es verdadera bebida, afirmación que desconcertó a muchos de Sus seguidores. Estas palabras eran fuertes, incomprensibles para aquellos que solo veían con ojos humanos, incapaces de penetrar el profundo significado espiritual que Jesús les revelaba.
Al escuchar esto, muchos de Sus discípulos dijeron: “Este lenguaje es duro, ¿quién puede escucharlo?”. Aquí, la dureza no es solo en el sentido de dificultad de entendimiento, sino también en la confrontación directa con sus expectativas y creencias previas. Jesús no suaviza Su mensaje; al contrario, les presenta la verdad sin adornos, sabiendo que no todos estarán dispuestos a aceptarla.
En este momento de crisis, Jesús les pregunta a los doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Esta pregunta resuena a través de los siglos, llegando hasta nosotros hoy. Es una pregunta que no solo requiere una respuesta verbal, sino un compromiso profundo del corazón. Jesús no busca seguidores que solo estén allí por conveniencia, sino aquellos que están dispuestos a seguirlo incluso cuando el camino es difícil y las palabras son difíciles de entender.
Pedro, en nombre de los doce, responde: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. En esta respuesta, Pedro reconoce que, aunque las palabras de Jesús son desafiantes, contienen la vida verdadera, la vida que no perece. Es un acto de fe, un acto de confianza en que, aunque no lo entiendan completamente, Jesús es la fuente de toda verdad y vida.
Así que, el pasaje nos invita a reflexionar sobre nuestra propia fe y disposición a seguir a Jesús, incluso cuando Sus enseñanzas desafían nuestras nociones y expectativas. Nos llama a confiar en Su palabra, a permanecer con Él, sabiendo que solo en Él encontramos la vida que trasciende este mundo. Es un recordatorio también de que la fe no siempre es fácil, pero en esa fe encontramos la verdadera vida, la vida eterna que Jesús nos ofrece.
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