Evangelio del 21 de agosto del 2024 según san Mateo 20, 1-16
Memoria de San Pio X, papa
Lectionary: 421
Primera lectura
En aquellos días, el Señor me habló y me dijo: “Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel y diles: ‘Esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar a las ovejas? Pero ustedes se toman la leche de ellas, se visten con su lana, sacrifican las ovejas mejor alimentadas y no apacientan al rebaño. No fortalecen a las ovejas débiles, no curan a las enfermas ni cuidan a las que están heridas. No hacen volver a las descarriadas ni buscan a las perdidas, sino que las dominan con crueldad y violencia.
Mis ovejas se han dispersado por falta de pastor y se han convertido en presa de todos los animales salvajes. Mi rebaño anda errante por todas partes, por los montes y las colinas; mi rebaño anda disperso por toda la superficie de la tierra y no hay nadie que se preocupe de él, nadie que lo busque’.
Por eso, pastores, escuchen la palabra del Señor: ‘Mi rebaño ha sido expuesto al pillaje y se ha convertido en presa de todos los animales salvajes por falta de pastor, pues mis pastores no se preocupan por mi rebaño; se apacientan a sí mismos y no apacientan a mi rebaño’.
Por eso, pastores, escuchen la palabra del Señor: ‘Lo juro por mi vida: Me voy a enfrentar a los pastores para reclamarles mis ovejas y destituirlos de su cargo. Los pastores ya no volverán a apacentarse a sí mismos. Les arrancaré mis ovejas de la boca y no se las volverán a comer’. Esto dice el Señor: ‘Yo mismo buscaré a mis ovejas y las cuidaré’ ”.
Salmo Responsorial
R. (1) El Señor es mi pastor, nada me faltará.
El Señor es mi pastor, nada me falta;
en verdes praderas me hace reposar
y hacia fuentes tranquilas me conduce
para reparar mis fuerzas. R.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Por ser un Dios fiel a sus promesas,
me guía por el sendero recto;
así, aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad. R.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Tú mismo me preparas la mesa,
a despecho de mis adversarios;
me unges la cabeza con perfume,
y llenas mi copa hasta los bordes. R.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Tu bondad y tu misericordia me acompañarán
todos los días de mi vida,
y viviré en la casa del Señor
por años sin término. R.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Aclamación antes del Evangelio
La palabra de Dios es viva y eficaz
y descubre los pensamientos e intenciones del corazón.
R. Aleluya.
Evangelio
Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía a otros que estaban en la plaza y les dijo: ‘¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?’ Ellos le respondieron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. El les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’.
Al atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: ‘Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros’. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno.
Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: ‘Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor’.
Pero él respondió a uno de ellos: ‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?’
De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”.
Reflexión
El Evangelio de Mateo 20, 1-16 nos presenta una parábola que, a primera vista, podría parecer desconcertante o incluso injusta desde un enfoque humano. En este pasaje, Jesús narra la historia de un propietario de una viña que sale a contratar trabajadores a diferentes horas del día. Al final de la jornada, todos los obreros, independientemente de la hora a la que comenzaron a trabajar, reciben la misma paga. Esta aparente falta de equidad puede confundir nuestra comprensión convencional de la justicia, pero es precisamente aquí donde Jesús nos invita a profundizar en la esencia del Reino de los Cielos.
En el contexto de nuestra sociedad actual, esta parábola nos confronta a repensar nuestras actitudes hacia el trabajo, el mérito y la comparación. En este mundo donde la competencia y el deseo de sobresalir a menudo dictan nuestras acciones, Jesús nos recuerda que el valor de nuestro trabajo no radica solo en la cantidad o en el reconocimiento que obtenemos, sino en la honestidad y la dedicación con que lo realizamos.
En la actualidad, enfrentamos un entorno laboral que nos impulsa constantemente a compararnos con otros, a buscar el éxito a cualquier costo, y a menudo, a criticar o juzgar el trabajo de los demás. Sin embargo, la parábola de los obreros en la viña nos enseña una lección crucial: lo que realmente importa es la disposición del corazón con la que llevamos a cabo nuestras tareas.
Jesús no menosprecia a quienes comenzaron a trabajar al amanecer, ni exalta a quienes fueron llamados al final del día. En cambio, subraya la generosidad del dueño de la viña, quien representa a Dios y su gracia infinita. Esta gracia no se mide por el tiempo o el esfuerzo, sino por el amor y la misericordia divinos, que se derraman igualmente sobre todos.
En nuestro contexto actual, esta parábola puede inspirarnos a actuar con integridad en todo lo que hacemos, sin caer en la trampa de las comparaciones o las críticas destructivas. Es un llamado a trabajar con excelencia, no para obtener una recompensa mayor que la de los demás, sino para honrar a Dios con nuestras acciones.
Cada uno de nosotros tiene un camino y un propósito único. En lugar de centrarnos en cuánto hacemos en comparación con otros, deberíamos enfocarnos en cómo lo hacemos. Un trabajo hecho con amor, dedicación y honestidad siempre será valioso a los ojos de Dios, independientemente de su tamaño o impacto visible.
Por lo tanto, esta parábola nos lleva a reflexionar sobre nuestras motivaciones y a recordar que, en el Reino de los Cielos, la verdadera recompensa no se encuentra en la cantidad, sino en la calidad y en la sinceridad con que realizamos nuestras labores. Que en nuestra vida diaria, busquemos siempre hacer lo correcto, no por competencia o por crítica, sino por el amor a Dios y al prójimo.
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