agosto 17, 2024 in Evangelios

Evangelio del 18 de agosto del 2024 según san Juan 6, 51-58

XX Domingo ordinario

Lectionary: 119

Primera lectura

Prv 9, 1-6
La sabiduría se ha edificado una casa,
ha preparado un banquete,
ha mezclado el vino
y puesto la mesa.
Ha enviado a sus criados para que,
desde los puntos que dominan la ciudad, anuncien esto:
“Si alguno es sencillo, que venga acá”.

Y a los faltos de juicio les dice:
“Vengan a comer de mi pan
y a beber del vino que he preparado.
Dejen su ignorancia y vivirán;
avancen por el camino de la prudencia”.

Salmo Responsorial

Salmo 33, 2-3. 10-11. 12-13. 14-15
R. (9a) Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Bendeciré al Señor a todas horas,
no cesará mi boca de alabarlo.
Yo me siento orgulloso del Señor,
que se alegre su pueblo al escucharlo.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Que amen al Señor todos sus fieles,
pues nada faltará a los que lo aman.
El rico empobrece y pasa hambre;
a quien busca al Señor, nada le falta.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Escúchame, hijo mío:
voy a enseñarte cómo amar al Señor.
¿Quieres vivir y disfrutar la vida?
Guarda del mal tu lengua
Y aleja de tus labios el engaño.;
Apártate del mal y haz el bien;
busca la paz y ve tras ella.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.

Segunda lectura

Ef 5, 15-20
Hermanos: Tengan cuidado de portarse no como insensatos, sino como prudentes, aprovechando el momento presente, porque los tiempos son malos.

No sean irreflexivos, antes bien, traten de entender cuál es la voluntad de Dios. No se embriaguen, porque el vino lleva al libertinaje. Llénense, más bien, del Espíritu Santo; expresen sus sentimientos con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando con todo el corazón las alabanzas al Señor. Den continuamente gracias a Dios Padre por todas las cosas, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 6, 56
R. Aleluya, aleluya.
El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí y yo en él, dice el Señor.
R. Aleluya.

Evangelio

Jn 6, 51-58
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”.

Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.

Éste es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.

Reflexión

El pasaje del Evangelio de Juan  6, 51-58 que hoy contemplamos nos lleva a un encuentro íntimo y transformador con Jesús, el Pan de Vida. Este texto resuena con la profundidad del misterio eucarístico, y nos invita a adentrarnos en el corazón de nuestra fe.

La invitación a comer su carne y beber su sangre puede parecer desconcertante a primera vista. Sin embargo, estas palabras nos llaman a una unión radical con Jesús. Nos invitan a aceptar su sacrificio, a integrar su vida en la nuestra, y a permitir que su presencia transforme nuestro ser. Este acto de comunión es un recordatorio constante de su amor incondicional y de su deseo de habitar en nosotros.

En este tiempo, cuando muchos buscan respuestas en lo material y en lo efímero, Jesús nos ofrece algo que va más allá de lo visible: una relación que sacia nuestra sed espiritual y llena nuestro vacío existencial. Al recibir la Eucaristía, somos fortalecidos para vivir nuestra fe con autenticidad y compromiso. Somos llamados a ser testigos vivos del amor de Dios en el mundo.

Además, al reflexionar sobre este misterio, debemos recordar que la Eucaristía no es solo un don personal, sino también una responsabilidad comunitaria. Como miembros del Cuerpo de Cristo, estamos llamados a ser pan vivo para los demás, a compartir el amor y la gracia que hemos recibido. Cada vez que participamos en la Misa, renovamos nuestro compromiso de ser instrumentos de paz, justicia y caridad.

 Al meditar en este evangelio, pidamos la gracia de comprender más profundamente el don de la Eucaristía. Que podamos acercarnos al altar con corazones abiertos y agradecidos, dispuestos a recibir a Cristo y a permitir que su presencia transforme nuestras vidas. Que nuestra participación en el Banquete Eucarístico nos impulse a vivir con mayor entrega y amor, reflejando en nuestras acciones la presencia viva de Jesús, el Pan de Vida.




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