agosto 11, 2024 in Evangelios

Evangelio del 11 de agosto del 2024 según San Juan 6, 41-51

XIX Domingo ordinario

Lectionary: 116

Primera lectura

1 Reyes 19, 4-8

En aquellos tiempos, caminó Elías por el desierto un día entero y finalmente se sentó bajo un árbol de retama, sintió deseos de morir y dijo: “Basta ya, Señor. Quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres”. Después se recostó y se quedó dormido.

Pero un ángel del Señor llegó a despertarlo y le dijo: “Levántate y come”. Elías abrió los ojos y vio a su cabecera un pan cocido en las brasas y un jarro de agua. Después de comer y beber, se volvió a recostar y se durmió.

Por segunda vez, el ángel del Señor lo despertó y le dijo: “Levántate y come, porque aún te queda un largo camino”. Se levantó Elías. Comió y bebió. Y con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.

Salmo Responsorial

Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9

R. (9a) Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Bendeciré al Señor a todas horas,
no cesará mi boca de alabarlo.
Yo me siento orgulloso del Señor,
que se alegre su pueblo al escucharlo.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Proclamemos la grandeza del Señor
y alabemos todos juntos su poder.
Cuando acudí al Señor, me hizo caso
y me libró de todos mis temores.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Confía en el Señor y saltarás de gusto;
jamás te sentirás decepcionado,
porque el Señor escucha el clamor de los pobres
y los libra de todas sus angustias.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Junto a aquellos que temen al Señor
el ángel del Señor acampa y los protege.
Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Dichoso el hombre que se refugia en él.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.

Segunda lectura

Ef 4, 30–5, 2
Hermanos: No le causen tristeza al Espíritu Santo, con el que Dios los ha marcado para el día de la liberación final.Destierren de ustedes la aspereza, la ira, la indignación, los insultos, la maledicencia y toda clase de maldad. Sean buenos y comprensivos, y perdónense los unos a los otros, como Dios los perdonó, por medio de Cristo.

Imiten, pues, a Dios como hijos queridos. Vivan amando como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y víctima de fragancia agradable a Dios.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 6, 51
R. Aleluya, aleluya.
Yo soy el pan vivo que ha bajado cielo, dice el Señor;
el que coma de este pan vivirá para siempre.
R. Aleluya.

Evangelio

Jn 6, 41-51

En aquel tiempo, los judíos murmuraban contra Jesús, porque había dicho: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, y decían: “¿No es éste, Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?”

Jesús les respondió: “No murmuren. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre.

Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”.

Reflexión

Hoy nos encontramos con un pasaje del Evangelio de Juan 6, 41-51 que nos invita a sumergirnos en el misterio de la presencia real de Jesús en la Eucaristía. En este fragmento, Jesús se presenta como el “pan vivo bajado del cielo”. Los judíos, perplejos y escépticos, murmuran y se preguntan cómo es posible que Jesús diga esto. Conocen su origen humano, conocen a su familia, y no pueden comprender la profundidad de su declaración.

 

Esta reacción de incredulidad nos lleva a reflexionar sobre nuestra propia capacidad para reconocer y aceptar las realidades divinas que a menudo desafían nuestra lógica humana. Jesús, consciente de la confusión y resistencia de su audiencia, nos recuerda que nadie puede venir a Él si no es atraído por el Padre. Aquí, Jesús hace hincapié en la necesidad de una apertura de corazón, una disposición a ser guiados por Dios hacia la verdad.

Jesús continúa diciendo que Él es el pan de vida, el alimento que da vida eterna. Esta declaración no es meramente simbólica, sino que tiene un significado profundo y real. El pan que Jesús nos da es su propio cuerpo, entregado por nosotros. Este acto de entrega es el culmen del amor divino, un amor que se dona totalmente para nuestra salvación.

Al participar en la Eucaristía, no solo recordamos el sacrificio de Cristo, sino que realmente recibimos su cuerpo y su sangre. Este alimento celestial nos une íntimamente con Jesús, nos transforma y nos da la fuerza para vivir como verdaderos discípulos suyos.

En nuestra vida diaria, a menudo buscamos sustento y consuelo en muchas cosas: en las relaciones, en los logros, en las posesiones materiales. Sin embargo, Jesús nos invita a encontrar nuestro verdadero sustento en Él. Solo Él puede saciar nuestra hambre más profunda, esa sed de amor, de verdad y de plenitud que llevamos en lo más profundo de nuestro ser.

Jesús nos promete que quien coma de este pan vivirá para siempre. Esta es una promesa de vida eterna, no solo en el más allá, sino una vida plena y abundante aquí y ahora, una vida vivida en comunión con Dios y con los demás.

Que esta reflexión nos inspire a acercarnos a la Eucaristía con un corazón abierto y agradecido, reconociendo en ella el gran don de la presencia real de Jesús, el pan vivo que nos alimenta y nos da la vida eterna. 




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