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junio 29, 2024 in Evangelios

Evangelio del 29 de junio del 2024

Solemnidad de san Pedro y san Pablo, Apóstoles
Misa vespertina de la vigilia

Lectionary: 590

Primera Lectura

Hch 3, 1-10

En aquel tiempo, Pedro y Juan subieron al templo para la oración vespertina, a eso de las tres de la tarde. Había allí un hombre lisiado de nacimiento, a quien diariamente llevaban y ponían ante la puerta llamada la “Hermosa”, para que pidiera limosna a los que entraban en el templo.

Aquel hombre, al ver a Pedro y a Juan cuando iban a entrar, les pidió limosna. Pedro y Juan fijaron en él los ojos y Pedro le dijo: “Míranos”. El hombre se quedó mirándolos en espera de que le dieran algo. Entonces Pedro le dijo: “No tengo ni oro ni plata, pero te voy a dar lo que tengo: En el nombre de Jesucristo nazareno, levántate y camina”. Y, tomándolo de la mano, lo incorporó.

Al instante sus pies y sus tobillos adquirieron firmeza. De un salto se puso de pie, empezó a andar y entró con ellos al templo caminando, saltando y alabando a Dios.

Todo el pueblo lo vio caminar y alabar a Dios, y al darse cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado junto a la puerta “Hermosa” del templo, quedaron llenos de miedo y no salían de su asombro por lo que había sucedido.

Salmo Responsorial

Salmo 18, 2-3. 4-5

R. (5a) El mensaje del Señor resuena en toda la tierra.
Los cielos proclaman la gloria de Dios
y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día comunica su mensaje al otro día
y una noche se lo transmite a la otra noche.
 R.
R. El mensaje del Señor resuena en toda la tierra.
Sin que pronuncien una palabra,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra llega su sonido
y su mensaje hasta el fin del mundo.
 R.
R. El mensaje del Señor resuena en toda la tierra.

Segunda Lectura

Gal 1, 11-20

Hermanos: Les hago saber que el Evangelio que he predicado no proviene de los hombres, pues no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.

Ciertamente ustedes han oído hablar de mi conducta anterior en el judaísmo, cuando yo perseguía encarnizadamente a la Iglesia de Dios, tratando de destruirla; deben saber que me distinguía en el judaísmo, entre los jóvenes de mi pueblo y de mi edad, porque los superaba en el celo por las tradiciones paternas.

Pero Dios me había elegido desde el seno de mi madre, y por su gracia me llamó. Un día quiso revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos. Inmediatamente, sin solicitar ningún consejo humano y sin ir siquiera a Jerusalén para ver a los apóstoles anteriores a mí, me trasladé a Arabia y después regresé a Damasco. Al cabo de tres años fui a Jerusalén, para ver a Pedro y estuve con él quince días. No vi a ningún otro de los apóstoles, excepto a Santiago, el pariente del Señor.

Y Dios es testigo de que no miento en lo que les escribo.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 21, 17

R. Aleluya, aleluya.
Señor, tú lo sabes todo;
tú bien sabes que te quiero.
R. Aleluya.

Evangelio

Jn 21, 15-19

En aquel tiempo, le preguntó Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”.

Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas”.

Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería, y le contestó: “Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas.

Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras’’. Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: “Sígueme”.

Reflexión

Hoy celebramos una ocasión muy especial en la vida de nuestra Iglesia: la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, dos pilares fundamentales de nuestra fe. Ambos santos, aunque diferentes en muchos aspectos, compartieron una misión común de llevar el mensaje de Jesucristo a todas las naciones.

El evangelio de hoy, tomado de Mateo 16, 13-19, nos presenta un momento crucial en la vida de San Pedro, y a través de él, un mensaje importante para cada uno de nosotros. En este pasaje, Jesús hace una pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” Los discípulos responden con varias opiniones que habían escuchado, pero luego Jesús les pregunta directamente: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Es entonces cuando Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.

Esta confesión de Pedro no es solo una declaración de fe, sino también un reconocimiento de la verdadera identidad de Jesús. Es un momento en que Pedro, a pesar de sus debilidades humanas, se convierte en el portavoz de la fe de la Iglesia. Jesús, al escuchar la confesión de Pedro, le dice: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Aquí, Jesús no solo elige a Pedro como el líder de su Iglesia, sino que también promete su protección divina sobre ella.

La elección de Pedro no se basó en su perfección, sino en su fe y su disposición a seguir a Jesús. Pedro era un simple pescador, impulsivo y a veces falto de comprensión. Sin embargo, Jesús vio en él un corazón dispuesto a aprender y a crecer. Esta es una lección importante para nosotros: Dios no nos llama por nuestras perfecciones, sino por nuestra disposición a seguirlo y servirle.

San Pedro y San Pablo, aunque diferentes en personalidad y misión, ambos fueron instrumentos esenciales en la propagación del Evangelio. Pedro, el líder de los apóstoles, fue el primer Papa y se dedicó a pastorear la Iglesia naciente. Pablo, por otro lado, fue un fariseo convertido, cuyo ardor misionero lo llevó a ser el apóstol de los gentiles, llevando el mensaje de Cristo a lugares lejanos.

Ambos santos enfrentaron grandes dificultades y persecuciones. Pedro, al final de su vida, fue crucificado cabeza abajo en Roma, sintiéndose indigno de morir como su Maestro. Pablo, después de numerosos viajes misioneros y cartas que forman parte del Nuevo Testamento, fue decapitado en Roma. Sus vidas nos enseñan que el seguimiento de Cristo implica sacrificio y entrega total.

Hoy, al celebrar la solemnidad de estos grandes apóstoles, somos invitados a reflexionar sobre nuestra propia fe y nuestro llamado como cristianos. ¿Estamos dispuestos a confesar a Jesús como nuestro Señor y Salvador, no solo con nuestras palabras, sino también con nuestras vidas? ¿Estamos dispuestos a seguir a Cristo, incluso en medio de las dificultades y persecuciones?

Recordemos que la fuerza de la Iglesia no reside en la perfección de sus miembros, sino en la fidelidad a Cristo. San Pedro y San Pablo, con sus debilidades y fortalezas, son testigos vivos de que Dios puede hacer grandes cosas a través de aquellos que se entregan a su servicio.

Que esta solemnidad nos inspire a renovar nuestro compromiso con Cristo y con su Iglesia, y que, al igual que San Pedro y San Pablo, seamos testigos valientes y fieles del amor de Dios en el mundo.




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