junio 18, 2024 in Evangelios

Evangelio del 18 de junio del 2024

Martes de la XI semana del Tiempo ordinario

Lectionary: 366

Primera lectura

1 Reyes 21, 17-29
Después de la muerte de Nabot, el Señor le dirigió la palabra al profeta Elías y le dijo: “Levántate y ve al encuentro de Ajab, rey de Israel, que vive en Samaria. Se encuentra en la viña de Nabot, a donde ha ido para apropiársela. Dile lo siguiente: ‘Esto dice el Señor: ¿Así que, además de asesinar, estás robando?’ Dile también: ‘Por eso, dice el Señor, en el mismo lugar en que los perros han lamido la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu propia sangre’ ”.

Ajab le dijo a Elías: “¿Has vuelto a encontrarme, enemigo mío?” Le respondió Elías: “Sí, te he vuelto a encontrar. ‘Porque te has prestado para hacer el mal ante mis ojos, dice el Señor, yo mismo voy a castigarte: voy a barrer a tu posteridad y a exterminar en Israel a todo varón de tu casa, libre o esclavo. Haré con tu casa lo que hice con la de Jeroboam, hijo de Nebat, y con la de Basá, hijo de Ajías, porque has provocado mi cólera y has hecho pecar a Israel. A los hijos de Ajab que mueran en la ciudad, los devorarán los perros; y a los que mueran en el campo, se los comerán los buitres’. También contra Jezabel ha hablado el Señor y ha dicho: ‘Los perros devorarán a Jezabel en el campo de Yezrael’”.

(Y es que en realidad no hubo otro que se prestara tanto como Ajab para hacer el mal ante los ojos del Señor, instigado por su esposa Jezabel. Su proceder fue abominable, porque adoró a los ídolos que habían hecho los amorreos, a quienes el Señor expulsó del país para dárselo a los hijos de Israel).

Cuando Ajab oyó estas palabras, desgarró sus vestiduras, se puso un vestido de sayal y ayunó; se acostaba con el sayal puesto y andaba cabizbajo. Entonces el Señor le habló al profeta Elías y le dijo: “¿Has visto cómo se ha humillado Ajab en mi presencia? Por eso, no lo castigaré a él durante su vida, pero en vida de su hijo castigaré a su casa”.

Salmo Responsorial

Salmo 50, 3-4. 5-6a.11 y 16
R. (cf. 3a) Misericordia, Señor, hemos pecado.
Por tu inmensa compasión
Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas.
Lávame bien de todos mis delitos
y purifícame de mis pecados.
R. Misericordia, Señor, hemos pecado.
Puesto que reconozco mis culpas,
tengo siempre presentes mis pecados.
Contra ti sólo pequé, Señor,
haciendo lo que a tus ojos era malo.
R. Misericordia, Señor, hemos pecado.
Aleja de tu vista mis maldades
y olvídate de todos mis pecados.
Líbrame de la sangre, oh Dios, salvador mío,
y aclamará mi lengua tu justicia.
R. Misericordia, Señor, hemos pecado.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 13, 34
R. Aleluya, aleluya.
Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor,
que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.
R. Aleluya.

Evangelio

Mt 5, 43-48
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo; yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.

Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”.

Reflexión

Mateo 5:43-48, nos ubica en la época de Jesús, los judíos estaban familiarizados con el mandamiento de amar al prójimo, pero también habían desarrollado una interpretación que permitía odiar a los enemigos, especialmente en el contexto de la ocupación romana y las tensiones con otras naciones.

Jesús dice: “Han oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.’ Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen.” Este mandamiento rompe con las convenciones sociales y religiosas de su tiempo. Jesús nos llama a amar no solo a aquellos que nos aman, sino también a quienes nos odian y persiguen, nos insultan, nos difaman.

Este principio de amar a los enemigos es profundamente transformador. En nuestras relaciones diarias, es fácil amar a aquellos que nos tratan bien, pero ¿qué hacemos con aquellos que nos causan daño o conflicto? Jesús nos motiva a ver a nuestros enemigos con compasión y a responder con amor.

Supongamos que tenemos un vecino con el que siempre tenemos conflictos. En lugar de responder con hostilidad o evitación, podríamos intentar actos de bondad, como ayudarlo cuando lo necesita o simplemente mostrar cortesía en nuestras interacciones, dialogar. Este tipo de amor no solo puede cambiar la relación, sino que también puede transformar nuestro propio corazón y evitar cualquier violencia que se dé en esas circunstancias.

Jesús nos enseña que al amar a nuestros enemigos, reflejamos el amor de Dios, que es perfecto e incondicional. Dice: “Para que sean hijos de su Padre que está en los cielos, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos.” Este amor indiscriminado es un reflejo del carácter de Dios y una invitación a ser más como Él.

En la vida cotidiana, este amor radical puede manifestarse en nuestras oraciones. Jesús nos llama a orar por aquellos que nos persiguen o nos engañan. Orar por nuestros enemigos no solo beneficia a ellos, sino que también nos libera de la amargura y el resentimiento.

Así que Mateo nos desafía a amar de una manera que trasciende nuestras capacidades humanas naturales. Nos lleva a imitar el amor perfecto de Dios y a vivir en una manera que transforma nuestras relaciones y nos acerca más a la imagen de Cristo. Al practicar este amor, reflejamos la luz de Dios en un mundo que a menudo está lleno de odio, violencia  y división.




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