Evangelio del 30 de mayo del 2024
Jueves de la VIII semana del Tiempo ordinario
Lectionary: 350
Primera lectura
Acérquense, pues, al Señor Jesús, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa a los ojos de Dios; porque ustedes también son piedras vivas, que van entrando en la edificación del templo espiritual, para formar un sacerdocio santo, destinado a ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios, por medio de Jesucristo.
Ustedes son estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada a Dios y pueblo de su propiedad, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Ustedes, los que antes no eran pueblo, ahora son pueblo de Dios; ustedes, los que antes no habían alcanzado misericordia, ahora han alcanzado misericordia.
Queridos hermanos, como a extranjeros que viven fuera de su patria, les recomiendo que se alejen de las pasiones bajas, que hacen la guerra al espíritu. Vivan entre los paganos de modo ejemplar; pues si los llegan a acusar de malhechores, las buenas acciones de que son testigos los harán a ellos glorificar a Dios el día del juicio.
Salmo Responsorial
Alabemos a Dios todos los hombres,
sirvamos al Señor con alegría,
y con júbilo entremos en su templo.
R. El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo.
Reconozcamos que el Señor es Dios,
que él fue quien nos hizo y somos suyos,
que somos su pueblo y su rebaño.
R. El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo.
Entremos por sus puertas dando gracias,
crucemos por sus atrios entre himnos,
alabando al Señor y bendiciéndolo.
R. El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo.
Porque el Señor es bueno, bendigámoslo,
porque es eterna su misericordia
y su fidelidad nunca se acaba.
R. El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo.
Aclamación antes del Evangelio
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor;
el que me sigue tendrá la luz de la vida.
R. Aleluya.
Evangelio
Jesús se detuvo entonces y dijo: “Llámenlo”. Y llamaron al ciego, diciéndole: “¡Ánimo! Levántate, porque él te llama”. El ciego tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús. Entonces le dijo Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Vete; tu fe te ha salvado”. Al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino.
En el relato de hoy de Lucas 1,39-56, María visita a su prima Isabel, quien está esperando a Juan el Bautista. Al encontrarse, el bebé en el vientre de Isabel salta de alegría, y ella, llena del Espíritu Santo, proclama bendiciones sobre María. En respuesta, María entona el Magnificat, una canción de alabanza y gratitud a Dios.
Este encuentro entre María e Isabel nos enseña el valor de la solidaridad y el apoyo mutuo. María, al enterarse del milagro en la vida de Isabel, se apresura a visitarla. Este gesto de amor y cercanía es un recordatorio de la importancia de estar presentes para los demás, especialmente en momentos de alegría y dificultad.
El Magnificat de María es una proclamación poderosa que celebra la grandeza de Dios y su intervención en la historia humana. María reconoce su humildad y se maravilla de cómo Dios ha obrado en su vida, exaltando a los humildes y derribando a los poderosos. Este canto nos desafía a reconocer las bendiciones en nuestras propias vidas y a vivir con gratitud y humildad.
En nuestras comunidades, somos llamados a ser como María e Isabel: a celebrar juntos las maravillas de Dios y a apoyarnos mutuamente en nuestras jornadas. Este pasaje nos recuerda que la verdadera grandeza no reside en el poder o la riqueza, sino en la humildad y el servicio.
María y su Magnificat también nos inspiran a ser agentes de cambio en nuestro entorno. Al proclamar las maravillas de Dios y su justicia, estamos llamados a actuar con compasión y justicia, buscando siempre el bienestar de los demás. La Visitación nos muestra que nuestras acciones, por pequeñas que sean, pueden tener un impacto profundo y duradero en la vida de quienes nos rodean.
En esta Fiesta de la Visitación, reflexionemos sobre cómo podemos ser un signo de esperanza y alegría para los demás, siguiendo el ejemplo de María. Que nuestra fe y acciones sean un reflejo de la misericordia y el amor de Dios, llevando luz a cada rincón de nuestras vidas y comunidades.
Deja una respuesta