Evangelio del 30 de abril del 2024
Martes de la V semana de Pascua
Lectionary: 286
Primera lectura
En aquellos días, llegaron a Listra, procedentes de Antioquía y de Iconio, unos judíos, que se ganaron a la multitud y apedrearon a Pablo; lo dieron por muerto y lo arrastraron fuera de la ciudad. Cuando lo rodearon los discípulos, Pablo se levantó y regresó a la ciudad. Pero al día siguiente, salió con Bernabé hacia Derbe.
Después de predicar el Evangelio y de hacer muchos discípulos en aquella ciudad, volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, y ahí animaban a los discípulos y los exhortaban a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios. En cada comunidad designaban presbíteros, y con oraciones y ayunos los encomendaban al Señor, en quien habían creído.
Atravesaron luego Pisidia y llegaron a Panfilia; predicaron en Perge y llegaron a Atalía. De allí se embarcaron para Antioquía, de donde habían salido, con la gracia de Dios, para la misión que acababan de cumplir.
Al llegar, reunieron a la comunidad y les contaron lo que había hecho Dios por medio de ellos y cómo les había abierto a los paganos las puertas de la fe. Ahí se quedaron bastante tiempo con los discípulos.
Salmo Responsorial
Que te alaben, Señor, todas tus obras
y que todos tus fieles te bendigan.
Que proclamen la gloria de tu reino
y den a conocer tus maravillas.
R. Bendigamos al Señor eternamente. Aleluya.
Que muestren a los hombres tus proezas,
El esplendor y la gloria de tu reino.
Tu reino, Señor, es para siempre
y tu imperio, para todas las generaciones..
R. Bendigamos al Señor eternamente. Aleluya.
Que mis labios alaben al Señor,
que todos los seres lo bendigan
ahora y para siempre.
R. Bendigamos al Señor eternamente. Aleluya.
Aclamación antes del Evangelio
Cristo tenía que morir y resucitar de entre los muertos,
para entrar así en su gloria.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: ‘Me voy, pero volveré a su lado’. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean.
Ya no hablaré muchas cosas con ustedes, porque se acerca el príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo sepa que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que el Padre me ha mandad
En el pasaje de Juan 14, 27-31, encontramos a Jesús en un momento de íntima conversación con sus discípulos durante la Última Cena. Aquí, Él les entrega un regalo inestimable: su paz. “La paz os dejo, mi paz os doy”, dice Jesús, diferenciando claramente la serenidad que ofrece de aquella que el mundo promete. Esta distinción es crucial, ya que la paz de Cristo no es meramente una ausencia de conflictos, sino una tranquilidad profunda que pervive incluso en las turbulencias.
Históricamente, este mensaje fue pronunciado en un contexto de inminente traición y sufrimiento. A pesar de saber lo que le esperaba, Jesús se enfoca en preparar a sus seguidores para los desafíos venideros, asegurándoles que no estarán desamparados. En este contexto, la paz que Jesús ofrece es subversiva, desafiando las expectativas judías de un Mesías guerrero que liberaría a Israel mediante el poder y la violencia. En su lugar, propone un camino de paz y reconciliación.
Este enfoque nos invita a reflexionar sobre cómo acogemos la paz de Cristo en nuestras vidas diarias. ¿Buscamos soluciones rápidas y superficiales a nuestros problemas, o cultivamos una tranquilidad interna que perdura a través de las pruebas? En este mundo que a menudo valora el éxito a corto plazo y la gratificación instantánea, la invitación de Jesús a adoptar su paz nos reta a reconsiderar nuestras prioridades y a encontrar fortaleza en nuestra fe, más allá de las circunstancias externas.
Además, Jesús menciona que el príncipe de este mundo viene, pero no tiene poder sobre Él. Este es un recordatorio potente de que, aunque enfrentemos adversidades, estas no tienen la última palabra sobre nuestra existencia. La victoria final ya ha sido asegurada a través de la resurrección de Jesús, y esa seguridad debe impregnar nuestra manera de vivir y enfrentar nuestros propios desafíos.
En nuestro diario vivir, la paz que Jesús ofrece puede manifestarse en cómo gestionamos conflictos familiares, laborales o sociales. Implica una invitación a ser portadores de reconciliación y entendimiento, evitando caer en reacciones impulsivas o agresivas. Cultivar y mantener esta paz interior no solo beneficia nuestra salud emocional y espiritual, sino que también se refleja en nuestras relaciones, creando entornos más armónicos y solidarios.
Por tanto, la exhortación de Jesús en este pasaje bíblico sigue siendo tremendamente relevante. Nos llama a ser constructores de paz, no solo en nuestros corazones, sino también en nuestro entorno, llevando la luz de Cristo a cada rincón de nuestra sociedad.
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