Evangelio del 24 de abril del 2024 según san Juan 12, 44-50
Miércoles de la IV Semana de Pascua
Lectionary: 281
Primera Lectura
En aquel tiempo, la palabra del Señor cundía y se propagaba. Cumplida su misión en Jerusalén, Saulo y Bernabé regresaron a Antioquía, llevando consigo a Juan Marcos.
Había en la comunidad cristiana de Antioquía algunos profetas y maestros, como Bernabé, Simón (apodado el “Negro”), Lucio el de Cirene, Manahén (que se crió junto con el tetrarca Herodes) y Saulo. Un día estaban ellos ayunando y dando culto al Señor, y el Espíritu Santo les dijo: “Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la misión que les tengo destinada”. Todos volvieron a ayunar y a orar; después les impusieron las manos y los despidieron.
Así, enviados por el Espíritu Santo, Saulo y Bernabé fueron a Seleucia y zarparon para Chipre. Al llegar a Salamina, anunciaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos.
Salmo Responsorial
R. (4) Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya.
Ten piedad de nosotros y bendícenos;
vuelve, Señor, tus ojos a nosotros.
Que conozca la tierra tu bondad
y los pueblos tu obra salvadora.
R. Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya.
Las naciones con júbilo te canten,
porque juzgas al mundo con justicia;
con equidad tú juzgas a los pueblos
y riges en la tierra a las naciones.
R. Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya.
Que te alaben, Señor, todos los pueblos,
que los pueblos te aclamen todos juntos.
Que nos bendiga Dios
y que le rinda honor el mundo entero.
R. Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor;
el que me sigue tendrá la luz de la vida.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, exclamó Jesús con fuerte voz: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas.
Si alguno oye mis palabras y no las pone en práctica, yo no lo voy a condenar; porque no he venido al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.
El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene ya quien lo condene: las palabras que yo he hablado lo condenarán en el último día. Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que mi Padre, que me envió, me ha mandado lo que tengo que decir y hablar. Y yo sé que su mandamiento es vida eterna. Así, pues, lo que hablo, lo digo como el Padre me lo ha dicho’’.
Reflexión
Para reflexionar sobre el pasaje del Evangelio según San Juan 12, 44-50, podemos adentrarnos en la profundidad teológica que nos ofrece Jesús con sus palabras finales antes de retirarse y ocultarse de la vista pública. En este segmento, Cristo se revela no solo como mensajero, sino como la encarnación misma de la luz divina, enviada por el Padre para guiar a la humanidad fuera de las sombras del error y la desorientación espiritual.
Jesús proclama que quien lo ve, no solo observa a un hombre, sino que contempla también al Padre. Esta afirmación nos invita a reconocer la unidad intrínseca entre el Padre y el Hijo, un misterio central en la doctrina trinitaria que subraya la coexistencia y la coeternidad entre ambos. Al afirmar que Él es la luz, Jesús no solo se describe como una guía, sino que se establece como la fuente esencial de verdad y revelación divina. La luz de Cristo es aquella que disipa la ignorancia, iluminando nuestro camino hacia la salvación.
Importante es también la responsabilidad que recae sobre los oyentes de su palabra. La salvación que Jesús ofrece no es arbitraria, sino que requiere de una respuesta por parte del hombre. Quien escucha la palabra de Jesús y la desestima, se juzga a sí mismo, permaneciendo en las tinieblas. Este aspecto resalta la justicia divina que respeta la libertad humana; la salvación está disponible, pero no es impuesta.
Finalmente, el pasaje concluye con una afirmación poderosa sobre la autoridad de las palabras de Jesús, indicando que lo que él enseña proviene directamente del Padre. Él no habla por capricho personal, sino como un fiel transmisor de la voluntad divina. Aquí se refuerza la idea de que las enseñanzas de Jesús son de origen celestial, no terrenal, y que tienen como fin último la vida eterna.
Esta sección del Evangelio nos llama, entonces, a una introspección sobre nuestra receptividad a la verdad y la luz que Cristo ofrece, recordándonos la seriedad de nuestra respuesta a su llamado y la promesa de vida eterna para aquellos que siguen su camino.
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