Evangelio del 4 de abril del 2024
Viernes de la octava de Pascua
Lectionary: 265
Primera lectura
En aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados porque los apóstoles enseñaban al pueblo y anunciaban la resurrección de los muertos por el poder de Jesús. Los aprehendieron, y como ya era tarde, los encerraron en la cárcel hasta el día siguiente. Pero ya muchos de los que habían escuchado sus palabras, unos cinco mil hombres, habían abrazado la fe.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, el sumo sacerdote Anás, Caifás, Juan, Alejandro y cuantos pertenecían a las familias de los sumos sacerdotes. Hicieron comparecer ante ellos a Pedro y a Juan y les preguntaron: “¿Con qué poder o en nombre de quién han hecho todo esto?”
Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: “Jefes del pueblo y ancianos, puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, para saber cómo fue curado, sépanlo ustedes y sépalo todo el pueblo de Israel: este hombre ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Este mismo Jesús es la piedra que ustedes, los constructores, han desechado y que ahora es la piedra angular. Ningún otro puede salvarnos, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos”.
Salmo Responsorial
R. (22) La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular. Aleluya.
Te damos gracias, Señor, porque eres bueno,
porque tu misericordia es eterna.
Diga la casa de Israel:
“Su misericordia es eterna”.
Digan los que temen al Señor:
“Su misericordia es eterna”.
R. La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular. Aleluya.
La piedra que desecharon los constructores,
es ahora la piedra angular.
Esto es obra de la mano del Señor,
es un milagro patente.
Este es el día del triunfo del Señor:
día de júbilo y de gozo.
R. La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular. Aleluya.
Libéranos, Señor, y danos tu victoria.
Bendito el que viene en el nombre del Señor.
Que Dios desde su templo nos bendiga.
Que el Señor, nuestro Dios, nos ilumine.
R. La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular. Aleluya.
Secuencia — opcional
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado,
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la vida,
triunfante se levanta.
“¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?’’
“A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Vengan a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí verán los suyos
la gloria de la Pascua’’.
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Éste es el día del triunfo del Señor,
día de júbilo y de gozo.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.
Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.
Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Reflexión
El pasaje de Juan 21, 1-14 nos presenta una escena rica en simbolismo y significado, ofreciendo profundas lecciones sobre la paciencia, la providencia, la obediencia y la revelación. A través de esta historia de la tercera aparición de Jesús resucitado a sus discípulos, podemos extraer reflexiones aplicables a nuestra vida cotidiana y nuestra relación con lo divino.
Los discípulos, encontrándose en un periodo de incertidumbre tras la crucifixión y las primeras apariciones de Jesús resucitado, vuelven a la pesca, una actividad familiar y reconfortante para ellos. Este regreso a lo conocido refleja a menudo nuestra propia tendencia a buscar seguridad en lo familiar cuando nos enfrentamos a lo desconocido o cuando atravesamos momentos de duda y confusión. Nos recuerda que, en estos periodos de espera o incertidumbre, es común buscar confort en las rutinas y prácticas que nos son más cercanas.
La intervención de Jesús, desde la orilla, pidiendo a los discípulos que lancen las redes al otro lado de la barca, y la subsiguiente captura milagrosa de peces, simbolizan la importancia de la confianza y la obediencia, incluso cuando no comprendemos completamente el porqué o el cómo de las instrucciones. Este milagro refuerza la idea de que, en nuestra obediencia y fe, a menudo encontramos la providencia divina de maneras inesperadas. Nos anima a confiar en la guía divina, especialmente cuando nuestras propias estrategias y esfuerzos parecen infructuosos.
La identificación de Jesús por parte del discípulo amado, al presenciar el milagro, subraya la capacidad de reconocer la presencia divina en nuestras vidas, a menudo en medio de nuestras actividades diarias. La exhortación “¡Es el Señor!” es un momento de revelación, que nos invita a estar atentos a las manifestaciones de lo divino en lo cotidiano, recordándonos que Dios frecuentemente se revela en los momentos más inesperados y de las maneras más simples.
La invitación de Jesús a desayunar, preparando un fuego y cocinando el pescado, no solo es un acto de cuidado y hospitalidad, sino que también representa la comunión y la generosidad. Jesús no solo provee milagrosamente una gran captura, sino que también comparte un alimento preparado con sus propias manos, enseñándonos el valor de la comunidad y el compartir. Este gesto de Jesús nos recuerda la importancia de la vida en comunidad, de compartir nuestros recursos y tiempos con los demás, y de cuidar los unos de los otros.
Juan nos ofrece una rica narrativa sobre cómo la presencia y la providencia de Dios se manifiestan en nuestras vidas, especialmente en momentos de duda y transición. Nos llama a confiar en la guía divina, a estar atentos a los momentos de revelación en lo cotidiano, y a valorar la importancia de la comunidad y el compartir.
Este pasaje nos invita a ver más allá de lo inmediato, a buscar el propósito y la presencia divina en nuestras acciones diarias, y a recordar que, incluso en la más rutinaria de las tareas, podemos encontrar un llamado más profundo y una conexión con Dios .
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