Evangelio del 25 de marzo del 2024
Lunes de la semana santa
Lectionary: 257
Primera lectura
a mi elegido, en quien tengo mis complacencias.
En él he puesto mi espíritu,
para que haga brillar la justicia sobre las naciones.
No gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles;
no romperá la caña resquebrajada,
ni apagará la mecha que aún humea.
Promoverá con firmeza la justicia,
no titubeará ni se doblegará
hasta haber establecido el derecho sobre la tierra
y hasta que las islas escuchen su enseñanza.
Salmo Responsorial
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién voy a tenerle miedo?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién podrá hacerme temblar?
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
Cuando me asaltan los malvados
para devorarme,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen.
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
Aunque se lance contra mí un ejército,
no temerá mi corazón;
aun cuando hagan la guerra contra mí,
tendré plena confianza en el Señor.
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
La bondad del Señor espero ver
en esta misma vida.
Armate de valor y fortaleza
y en el Señor confía.
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
Aclamación antes del Evangelio
Señor Jesús, rey nuestro,
sólo tú has tenido compasión de nuestras faltas.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamó: “¿Por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?” Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban en ella.
Entonces dijo Jesús: “Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán”.
Mientras tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.
Reflexión
En el pasaje de Juan 12, 1-11, somos testigos de un evento simbólico y revelador, ubicado en Betania, donde María, hermana de Lázaro, unge los pies de Jesús con un perfume de nardo puro, de gran valor. Este gesto, cargado de humildad y devoción, desencadena una serie de reflexiones que trascienden el momento y lugar, interpelando nuestra comprensión de lo sagrado y lo profano, la generosidad desmedida frente a la crítica del derroche por parte de Judas Iscariote, quien sugería que el perfume debió ser vendido para ayudar a los pobres.
Este episodio subraya la preeminencia del reconocimiento de la divinidad y misión de Jesús sobre las preocupaciones materiales, incluso aquellas con una apariencia de justicia social. Jesús, conocedor de los corazones, responde a las objeciones de Judas señalando un orden de prioridades donde la atención al momento presente, representado en la preparación para su sepultura, sobrepasa las consideraciones económicas.
El relato se sitúa en el umbral de la Pasión de Cristo, sirviendo como preludio a los eventos de la Semana Santa. El gesto de María simboliza la unción de un rey o sacerdote, anticipando el sacrificio redentor de Jesús. A su vez, refleja las costumbres funerarias de la época, anunciando de manera profética la muerte y sepultura del Señor.
En nuestra época, este pasaje nos invita a reflexionar sobre el valor de la entrega total, más allá de cálculos y lógicas mundanas. Nos llama a reconocer en los actos de servicio y devoción, no un derroche, sino una manifestación de amor profundo hacia lo divino y hacia nuestros semejantes. En un mundo donde la eficiencia y la utilidad a menudo se erigen como ídolos, la enseñanza de Jesús nos desafía a valorar los gestos de generosidad incondicional y a colocar nuestras prioridades más allá de lo material.
Así, este pasaje bíblico no solo nos conecta con un momento decisivo en la historia de la salvación, sino que también nos interpela sobre cómo vivimos nuestra fe en el día a día. Nos anima a ser generosos, a servir sin calcular el costo, y a prepararnos, a través de nuestros propios gestos de amor y sacrificio, para el encuentro definitivo con lo sagrado. Este llamado a la entrega sin reservas es, en última instancia, una invitación a participar de la vida divina, testimoniando con nuestra existencia la presencia transformadora del amor de Dios en el mundo.
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