Evangelio del 12 de marzo del 2024
Martes de la IV semana de Cuaresma
Lectionary: 245
Primera lectura
En aquellos tiempos, un hombre me llevó a la entrada del templo. Por debajo del umbral manaba agua hacia el oriente, pues el templo miraba hacia el oriente, y el agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar.
Luego me hizo salir por el pórtico del norte y dar la vuelta hasta el pórtico que mira hacia el oriente, y el agua corría por el lado derecho. Aquel hombre salió hacia el oriente, y con la cuerda que tenía en la mano, midió quinientos metros y me hizo atravesar por el agua, que me daba a los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo pasar; el agua me daba a las rodillas. Midió quinientos más y me hizo cruzar; el agua me daba a la cintura. Era ya un torrente que yo no podía vadear, pues habían crecido las aguas y no se tocaba el fondo. Entonces me dijo: “¿Has visto, hijo de hombre?”
Después me hizo volver a la orilla del torrente, y al mirar hacia atrás, vi una gran cantidad de árboles en una y otra orilla. Aquel hombre me dijo: “Estas aguas van hacia la región oriental; bajarán hasta el Arabá, entrarán en el mar de aguas saladas y lo sanearán. Todo ser viviente que se mueva por donde pasa el torrente, vivirá; habrá peces en abundancia, porque los lugares a donde lleguen estas aguas quedarán saneados y por dondequiera que el torrente pase, prosperará la vida. En ambas márgenes del torrente crecerán árboles frutales de toda especie, de follaje perenne e inagotables frutos. Darán frutos nuevos cada mes, porque los riegan las aguas que manan del santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas, de medicina”.
Salmo Responsorial
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
quien en todo peligro nos socorre.
Por eso no tememos, aunque tiemble,
y aunque al fondo del mar caigan los montes.
R. Con nosotros está Dios, el Señor.
Un río alegra a la ciudad de Dios,
su morada el Altísimo hace santa.
Teniendo a Dios, Jerusalén no teme,
porque Dios la protege desde el alba.
R. Con nosotros está Dios, el Señor.
Con nosotros está Dios, el Señor;
es el Dios de Israel nuestra defensa.
Vengan a ver las cosas sorprendentes
que ha hecho el Señor sobre la tierra.
R. Con nosotros está Dios, el Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Crea en mí, Señor, un corazón puro
y devuélveme tu salvación, que regocija.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
Era un día de fiesta para los judíos, cuando Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las Ovejas, una piscina llamada Betesdá, en hebreo, con cinco pórticos, bajo los cuales yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Entre ellos estaba un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Al verlo ahí tendido y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo en tal estado, Jesús le dijo: “¿Quieres curarte?” Le respondió el enfermo: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando logro llegar, ya otro ha bajado antes que yo”. Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y anda”. Al momento el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar.
Aquel día era sábado. Por eso los judíos le dijeron al que había sido curado: “No te es lícito cargar tu camilla”. Pero él contestó: “El que me curó me dijo: ‘Toma tu camilla y anda’ “. Ellos le preguntaron: “¿Quién es el que te dijo: ‘Toma tu camilla y anda’?” Pero el que había sido curado no lo sabía, porque Jesús había desaparecido entre la muchedumbre. Más tarde lo encontró Jesús en el templo y le dijo: “Mira, ya quedaste sano. No peques más, no sea que te vaya a suceder algo peor”. Aquel hombre fue y les contó a los judíos que el que lo había curado era Jesús. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.
El pasaje del evangelio según san Juan, capítulo 5, versículos del 1 al 16, nos narra un evento milagroso de gran profundidad teológica y espiritual. Nos encontramos en Jerusalén, donde Jesús visita la piscina de Betesda, un lugar conocido por sus aguas curativas. Entre la multitud de enfermos, Jesús dirige su atención a un hombre que llevaba treinta y ocho años postrado en enfermedad. La pregunta de Jesús, “¿Quieres ser sanado?”, podría parecer obvia, pero revela un aspecto crucial de la fe y el deseo personal de curació n y transformación.
La incapacidad del hombre para alcanzar por sí mismo las aguas sanadoras simboliza la condición humana de impotencia y desesperanza sin la intervención divina. Su respuesta a Jesús no es directamente una afirmación de su deseo de sanar, sino una descripción de su situación desolada. Aquí, Jesús, movido por la misericordia, no necesita del agua ni de rituales; su palabra sola es suficiente para la sanación. “Levántate, toma tu camilla y anda”, dice Jesús, mostrando su autoridad sobre la enfermedad y la incapacidad.
Este milagro desencadena reacciones mixtas. Por un lado, es un signo evidente de la compasión y el poder de Jesús. Por otro, se convierte en fuente de conflicto con las autoridades judías por haberse realizado en sábado, lo que ellos consideraban una violación de la ley mosaica. Este incidente resalta la tensión entre la observancia estricta de la ley y el ejercicio del amor y la misericordia, temáticas recurrentes en los evangelios.
La instrucción posterior de Jesús al hombre sanado, “No peques más, para que no te suceda algo peor”, introduce una dimensión ética a la curación. Implica una invitación a la conversión y a vivir de manera que refleje el don recibido. Este encuentro no solo transforma físicamente al hombre, sino que también ofrece una oportunidad para la reflexión espiritual y moral.
Este pasaje desafía al lector a contemplar la naturaleza de la fe, la curación y la salvación. Nos invita a reconocer nuestra propia vulnerabilidad y la necesidad de una intervención divina, no solo para la sanación física, sino también espiritual. La historia resalta la supremacía del amor y la misericordia sobre la rigidez legalista, un mensaje que resuena en el corazón de la enseñanza cristiana.
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