Evangelio del 26 de febrero del 2024
Lunes de la II semana de Cuaresma
Lectionary: 230
Primera lectura
En aquellos días, imploré al Señor, mi Dios, y le hice esta confesión: “Señor Dios, grande y temible, que guardas la alianza y el amor a los que te aman y observan tus mandamientos. Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidades, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus normas. No hemos hecho caso a los profetas, tus siervos, que hablaban a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo.
Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la vergüenza en el rostro, que ahora soportan los hombres de Judá, los habitantes de Jerusalén y de todo Israel, próximos y lejanos, en todos los países donde tú los dispersaste, a causa de las infidelidades que cometieron contra ti.
Señor, la vergüenza es nuestra, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres, porque hemos pecado contra ti. De nuestro Dios, en cambio, es el tener misericordia y perdonar, aunque nos hemos rebelado contra él, y al no seguir las leyes que él nos había dado por medio de sus siervos, los profetas, no hemos obedecido su voz”.
Salmo Responsorial
No recuerdes, Señor, contra nosotros
las culpas de nuestros padres.
Que tu amor venga pronto a socorrernos,
porque estamos totalmente abatidos.
R. No nos trates, Señor, como merecen nuestros pecados.
Para que sepan quién eres,
socórrenos, Dios y salvador nuestro.
Para que sepan quién eres,
sálvanos y perdona nuestros pecados.
R. No nos trates, Señor, como merecen nuestros pecados.
Que lleguen hasta ti los gemidos del cautivo;
con tu brazo poderoso salva a los condenados a muerte.
Y nosotros, pueblo tuyo y ovejas de tu rebaño,
te daremos gracias siempre,
y de generación en generación te alabaremos.
R. No nos trates, Señor, como merecen nuestros pecados.
Aclamación antes del Evangelio
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Tú tienes palabras de vida eterna.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos”.
Reflexión
En Lucas 6:36-38, Jesús revela un desafío profundo: encarnar la misericordia sin límites de Dios. Es un llamado a desmantelar nuestra inclinación a juzgar, condenar y retener el perdón, tendencias profundamente arraigadas en el corazón humano. Este pasaje nos invita a cuestionar nuestras propias acciones, pensamientos y motivaciones, instándonos a reflexionar sobre cuán a menudo nos desviamos de este estándar radical de misericordia.
“No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados”. Estas palabras atraviesan nuestra autojusticia. Qué rápidos somos para lanzar piedras, para categorizar a otros como ‘menos que’. Nos enfocamos en las faltas percibidas, construyendo muros invisibles de separación. Sin embargo, Jesús nos recuerda que en el reino del amor de Dios, no hay lugar para el juicio. ¿Quiénes somos nosotros para considerar a otro indigno de la gracia de Dios mientras pasamos por alto nuestras propias imperfecciones?
Continúa, “Perdonen y serán perdonados”. El perdón es quizás uno de los actos más difíciles. Aferrarse a la ira, el resentimiento o el deseo de retribución se siente natural; es una forma percibida de autoprotección. Sin embargo, Jesús revela el verdadero camino hacia la liberación. El perdón no solo libera a quien perdonamos, sino que rompe las cadenas de amargura dentro de nosotros mismos. El perdón es un acto que refleja la misericordia insondable que Dios nos concede diariamente.
Sin embargo, Jesús no se detiene al desafiar nuestras interacciones con los demás. “Den y se les dará”, proclama. Esto nos llama a cuestionar nuestra relación con las posesiones, con la abundancia, con el acto de soltar. ¿Acumulamos por miedo, escasez o egocentrismo? ¿Medimos nuestra entrega basándonos en expectativas de retorno? La economía de Dios opera en una frecuencia diferente; es un desbordamiento de generosidad correspondido con aún mayor abundancia, una medida “apretada, removida y rebosante”.
Al pedirnos que no juzguemos, condenemos o retengamos el perdón, Jesús no simplemente proporciona una lista de pautas morales. Nos invita a una reorientación completa del corazón, una forma de ser que desafía nuestros instintos más profundos. Es un reconocimiento de que no podemos abrazar plenamente el mensaje del Evangelio sin encarnar activamente sus principios transformadores.
Esta reflexión puede ser profundamente incómoda. Nos obliga a admitir nuestra tendencia a juzgar cuando se nos llama a mostrar misericordia, a aferrarnos a las heridas cuando se nos llama a perdonar, y a aferrarnos por miedo cuando se nos llama a dar libremente. Sin embargo, es precisamente dentro de este malestar donde yace el crecimiento.
Utilicemos esta temporada de Cuaresma como una oportunidad para examinar las formas en que nos quedamos cortos de este estándar radical de amor. Busquemos el valor para ablandar nuestros corazones y reconocer que, a los ojos de Dios, todos necesitamos misericordia por igual y somos igualmente capaces de transformación.
Al rendirnos a este proceso de conversión, nos abrimos para recibir aún mayores medidas de la gracia de Dios. Es a través del acto desafiante, pero liberador, de vivir el Evangelio, de extender misericordia, perdón y generosidad incluso cuando desafía nuestros impulsos naturales, que caminamos hacia la verdadera libertad y plenitud.
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