Lecturas del 27 de enero del 2024
Sábado de la III semana del Tiempo ordinario
Lectionary: 322
Primera lectura
Al escuchar esto, David se puso furioso y le dijo a Natán: “Verdad de Dios que el hombre que ha hecho eso debe morir. Puesto que no respetó la ovejita del pobre, tendrá que pagar cuatro veces su valor”.
Entonces Natán le dijo a David: “¡Ese hombre eres tú! Por eso te manda decir el Señor: ‘La muerte por espada no se apartará nunca de tu casa, pues me has despreciado, al apoderarte de la esposa de Urías, el hitita, y hacerla tu mujer. Yo haré que de tu propia casa surja tu desgracia, te arrebataré a tus mujeres ante tus ojos y se las daré a otro, que dormirá con ellas en pleno día. Tú lo hiciste a escondidas; pero yo cumpliré esto que te digo, ante todo Israel y a la luz del sol’ “.
David le dijo a Natán: “He pecado contra el Señor”. Natán le respondió: “El Señor te perdona tu pecado. No morirás. Pero por haber despreciado al Señor con lo que has hecho, el hijo que te ha nacido morirá”. Y Natán se fue a su casa.
El Señor mandó una grave enfermedad al niño que la esposa de Urías le había dado a David. Éste pidió a Dios por el niño, hizo ayunos rigurosos y de noche se acostaba en el suelo. Sus servidores de confianza le rogaban que se levantara, pero él no les hacía caso y no quería comer con ellos.
Salmo Responsorial
Crea en mí, Señor, un corazón puro,
un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos.
No me arrojes, Señor, lejos de ti,
ni reitres de mí tu santo espíritu.
R. Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Devuélveme tu salvación, que regocija,
y mantén en mí un alma generosa.
Enseñaré a los descarriados tus caminos
y volverán a ti los pecadores.
R. Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Líbrame de la sangre, Dios, salvador mío
y aclamará mi lengua tu justicia.
Señor, abre mis labios
y cantará mi boca tu alabanza.
R. Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Aclamación antes del Evangelio
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único,
para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
R. Aleluya.
Evangelio
De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!” Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”
Reflexión
En el pasaje del Evangelio según San Marcos, capítulo 4, versículos del 35 al 41, se nos relata un episodio donde Jesús calma la tempestad, un evento cargado de significados tanto en el contexto histórico-religioso como en la aplicación contemporánea a nuestras vidas. Esta narrativa no solo muestra el poder divino de Jesús sobre la naturaleza, sino que también ofrece una profunda enseñanza sobre la fe y la confianza en medio de las adversidades.
La escena se desarrolla en el Mar de Galilea, un lugar conocido por sus repentinas y violentas tormentas. Jesús y sus discípulos se encuentran en una embarcación cuando una gran tempestad amenaza con hundirlos. Mientras los discípulos se ven abrumados por el miedo, Jesús descansa plácidamente. Ante la desesperación de sus seguidores, Jesús se levanta y reprende al viento y al mar, trayendo una calma inmediata. Este acto revela no solo su autoridad sobre el cosmos, sino también su papel como el Mesías, que trae paz y orden en medio del caos.
La pregunta de Jesús a sus discípulos, “¿Por qué están tan asustados? ¿Aún no tienen fe?”, resuena a través de los siglos hasta alcanzarnos hoy. En este interrogante, Jesús no solo cuestiona a sus seguidores inmediatos, sino también a nosotros, invitándonos a meditar sobre nuestra propia confianza en la divinidad, especialmente en momentos de incertidumbre y desafío.
La relevancia de este pasaje para la sociedad actual es indiscutible. Vivimos en tiempos marcados por la incertidumbre, donde las “tormentas” pueden adoptar diversas formas: crisis personales, dificultades económicas, desafíos de salud, o inestabilidades sociales y políticas. La invitación a confiar en una presencia superior, en un orden divino que trasciende nuestras comprensiones y capacidades, es un llamado a la serenidad y la esperanza en medio de la agitación.
La fe, en este contexto, se presenta no como una negación de las realidades difíciles, sino como un anclaje que nos permite enfrentarlas con un corazón firme y tranquilo. La confianza en lo divino nos equipa para navegar por las aguas turbulentas de la vida, sabiendo que no estamos solos y que, más allá de la tempestad, hay una paz que supera todo entendimiento.
Este episodio también nos invita a mirar sobre nuestra responsabilidad hacia los demás en tiempos de crisis. Al igual que Jesús se levantó para calmar la tormenta por el bienestar de sus discípulos, se nos llama a ser agentes de calma y consuelo para aquellos que nos rodean, compartiendo la luz de la esperanza y la fe en los momentos oscuros.
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