lecturas del 19 de enero del 2024 :: Viernes de la II semana del Tiempo ordinario
Viernes de la II semana del Tiempo ordinario
Lectionary: 315
Primera lectura
En aquellos días, Saúl tomó consigo tres mil hombres valientes de todo Israel y marchó en busca de David y su gente, en dirección de las rocas llamadas “las Cabras Monteses”, y llegó hasta donde había un redil de ganado, junto al camino. Había allí una cueva, y Saúl entró en ella para satisfacer sus necesidades.
David y sus hombres estaban sentados en el fondo de la cueva. Ellos le dijeron: “Ha llegado el día que te anunció el Señor, cuando te hizo esta promesa: ‘Pondré a tu enemigo entre tus manos, para que hagas con él lo que mejor te parezca’ “.
David se levantó sin hacer ruido y cortó la punta del manto de Saúl. Pero a David le remordió la conciencia por haber cortado el manto de Saúl y dijo a sus hombres: “Dios me libre de levantar la mano contra el rey, porque es el ungido del Señor”. Con estas palabras contuvo David a sus hombres y no les permitió atacar a Saúl.
Saúl salió de la cueva y siguió su camino. David salió detrás de él y le gritó: “Rey y señor mío”. Y cuando Saúl miró hacia atrás, David le hizo una gran reverencia, inclinando la cabeza hasta el suelo, y le dijo: “¿Por qué haces caso a la gente que dice: ‘David trata de hacerte mal’? Date cuenta de que hoy el Señor te puso en mis manos en la cueva y pude matarte, pero te perdoné la vida, pues me dije: ‘No alzaré mi mano contra el rey, porque es el ungido del Señor’. Mira la punta de tu manto en mi mano. Yo la corté y no te maté. Reconoce, pues, que en mí no hay traición y que no he pecado contra ti. Tú, en cambio, andas buscando la ocasión de quitarme la vida. Que el Señor sea nuestro juez, y que él me haga justicia. Yo no alzaré mi mano contra ti, porque como dice el antiguo proverbio: ‘Los malos obran mal’. ¿Contra quién has salido a guerrear, rey de Israel? ¿A quién persigues? A un perro muerto, a una pulga. Que el Señor sea el juez y nos juzgue a los dos. Que él examine mi causa y me libre de tu mano”.
Cuando David terminó de hablar, Saúl le respondió: “¿Eres tú, David, hijo mío, quien así me habla?” Saúl rompió a llorar y, levantando la voz, le dijo: “Tú eres más justo que yo, porque sólo me haces el bien, mientras que yo busco tu mal. Hoy has demostrado conmigo tu gran bondad, pues el Señor me puso en tus manos, y tú no me has quitado la vida. ¿Qué hombre, que encuentra a su enemigo, le permite seguir su camino en paz? Que el Señor te recompense por lo que hoy has hecho conmigo. Ahora estoy cierto de que llegarás a ser rey y de que el reino de Israel se consolidará en tus manos”.
Salmo Responsorial
Apiádate de mí, Señor, apiádate,
pues en ti me refugio;
me refugio a la sombra de tus alas
hasta que pase el infortunio.
R. Señor, apiádate de mí.
Voy a clamar al Dios altísimo,
al Dios que me ha colmado de favores;
desde el cielo, su amor y su lealtad
me salvarán de mis perseguidores.
R. Señor, apiádate de mí.
Señor, demuestra tu poder
y llénese la tierra de tu gloria;
pues tu amor es más grande que los cielos
y tu fidelidad las nubes toca.
R. Señor, apiádate de mí.
Aclamación antes del Evangelio
Dios ha reconciliado consigo al mundo, por medio de Cristo,
y nos ha encomendado a nosotros
el mensaje de la reconciliación.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús subió al monte, llamó a los que él quiso, y ellos lo siguieron. Constituyó a doce para que se quedaran con él, para mandarlos a predicar y para que tuvieran el poder de expulsar a los demonios.
Constituyó entonces a los Doce: a Simón, al cual le impuso el nombre de Pedro; después, a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, a quienes dio el nombre de Boanergues, es decir “hijos del trueno”; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y a Judas Iscariote, que después lo traicionó.
Reflexión
El pasaje del Evangelio según San Marcos, capítulo 3, versículos 13 al 19, nos habla sobre el llamado y la misión de los doce apóstoles. Este momento en la vida de Jesús y sus seguidores es crucial.
Subraya un cambio significativo en el ministerio de Jesús. Al elegir a los doce, Jesús establece un grupo de seguidores cercanos que no solo serán testigos de su ministerio, sino también portadores y difusores de su mensaje. Este acto de selección muestra una estructura organizativa en el movimiento de Jesús, un paso esencial para la posterior expansión del cristianismo.
El nombramiento de los doce tiene un simbolismo profundo. El número doce remite a las doce tribus de Israel, sugiriendo una continuidad y renovación de la misión divina en el pueblo judío. Jesús, al escoger a sus apóstoles,forma no solo un grupo de seguidores, sino también reconstituye simbólicamente el pueblo de Dios bajo una nueva luz y misión.
Cada uno de los apóstoles, con sus propias historias y personalidades, representa la diversidad y la inclusión en el reino de Dios. Jesús no elige a los poderosos o sabios según los estándares mundanos, sino a personas comunes, con fallos y debilidades, demostrando así que la gracia de Dios está al alcance de todos, sin importar su origen o estatus social.
Al igual que los apóstoles, cada uno de nosotros es llamado a seguir a Jesús y a participar en la difusión de su mensaje de amor, esperanza y redención. Este llamado no es solo para unos pocos escogidos, sino para todos los que desean seguir a Jesús, independientemente de nuestras capacidades o limitaciones.
La designación de los doce también nos enseña sobre la importancia de la comunidad en la vida cristiana. Jesús no llama a individuos aislados; crea una comunidad de creyentes, unidos en su misión y propósito. Esta enseñanza es fundamental para entender la iglesia como el cuerpo de Cristo, donde cada miembro desempeña un papel vital en el conjunto.
En conclusión, marca un punto de inflexión en el ministerio de Jesús. Resalta la continuidad y renovación de la misión de Dios. Nos lleva a reflexionar sobre nuestro propio llamado a seguir a Jesús y a ser parte de una comunidad de fe. Al final nos recuerda que todos estamos llamados a ser seguidores de Cristo, cada uno con su propio papel único en la gran obra de Dios.
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