noviembre 14, 2023 in Evangelios

Lecturas del día 20 de noviembre de 2023

Primera lectura

1 Mc 1, 10-15. 41-43. 54-57. 62-64
En aquellos días, surgió un hombre perverso, Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco, que había estado como rehén en Roma. Subió al trono el año ciento treinta y siete del imperio de los griegos.

Hubo por entonces unos israelitas apóstatas, que convencieron a muchos diciéndoles: “Vamos a hacer un pacto con los pueblos vecinos, pues desde que hemos vivido aislados, nos han sobrevenido muchas desgracias”.

Esta proposición fue bien recibida y algunos del pueblo decidieron acudir al rey y obtuvieron de él autorización para seguir las costumbres de los paganos. Entonces, conforme al uso de los paganos, construyeron en Jerusalén un gimnasio, simularon que no estaban circuncidados, renegaron de la alianza santa, se casaron con gente pagana y se vendieron para hacer el mal.

Por su parte, el rey publicó un edicto en todo su reino y ordenó que todos sus súbditos formaran un solo pueblo y abandonaran su legislación particular. Todos los paganos acataron el edicto real y muchos israelitas aceptaron la religión oficial, ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado.

El día quince de diciembre del año ciento cuarenta y cinco, el rey Antíoco mandó poner sobre el altar de Dios un altar pagano, y se fueron construyendo altares en todas las ciudades de Judá. Quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas; rompían y echaban al fuego los libros de la ley que encontraban; a quienes se les descubría en su casa un ejemplar de la alianza y a los que sorprendían observando los preceptos de la ley, los condenaban a muerte en virtud del decreto real.

A pesar de todo esto, muchos israelitas permanecieron firmes y resueltos a no comer alimentos impuros. Prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos que violaban la santa alianza. Muy grande fue la prueba que soportó Israel.

Salmo Responsorial

Salmo 118, 53. 61. 134. 150. 155. 158

R. (cf 88) Ayúdame, Señor, a cumplir tus mandamientos.
Me indigno, Señor,
porque los pecadores no cumplen tu ley.
Las redes de los pecadores me aprisionan,
pero yo no olvido tu voluntad.
R. Ayúdame, Señor, a cumplir tus mandamientos.
Líbrame de la opresión de los hombres,
y cumpliré tus mandamientos.
Se acercan a mí los malvados que me persiguen
y están lejos de tu ley.
R. Ayúdame, Señor, a cumplir tus mandamientos.
Los malvados están lejos de la salvación,
porque no han cumplido tus mandamientos.
Cuando veo a los pecadores, siento disgusto,
porque no cumplen tus palabras.
R. Ayúdame, Señor, a cumplir tus mandamientos.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 8, 12
R. Aleluya, aleluya.
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor;
el que me sigue tendrá la luz de la vida.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 18, 35-43
En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”

Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” Él le contestó: “Señor, que vea”. Jesús le dijo: “Recobra la vista; tu fe te ha curado”.

Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Prefirieron la muerte antes que contaminarse

En la amplia historia de las relaciones de Dios con el pueblo judío, nos encontramos siempre con dos actitudes opuestas. La de aquellos que dan la espalda a Dios, los que desobedecen lo que Dios les ha dicho y pedido, y los que permanecen fieles a Dios y sus indicaciones. En la lectura de hoy, en un primer momento, sobresalen los que se alejan de Dios, se olvidan de su identidad judía, de su alianza con Yahvé, y hacen un pacto con los pueblos vecinos y su rey, con todas sus consecuencias. Acogen su religión, profanan el sábado, queman los libros de la Ley, sacrifican a dioses extraños…

Sin embargo, “hubo muchos israelitas que resistieron”, con una resistencia que les costó la vida. Prefirieron la muerte antes que renunciar a la alianza, a la amistad con el único Dios, Yahvé.

Nos e fácil saltar a nuestra religión cristiana, donde también ha habido y sigue habiendo cristianos que renuncian a seguir a Cristo. Pero también ha habido cristianos y sigue habiendo que ante la situación de obligarles a renunciar a Cristo, a su fe, o perder la vida, aceptaron perder la vida antes que perder la fe, porque para ellos la fe, Cristo era su vida.

Señor, que vea otra vez

La fama de Jesús, de su buena noticia, de las curaciones que realizaba a los enfermos, ya había empezado a extenderse. Por donde iba, yo no pasaba desapercibido. Es lo que vemos en el evangelio de hoy cuando Jesús se acercaba a Jericó, donde había un ciego al borde del camino pidiendo limosna. Al enterarse que pasaba por allí Jesús, comenzó a gritar buscando su ayuda. Pero curiosamente, de entrada, le pide que tenga compasión de él. Aunque evidentemente cuando Jesús se acerca él, y le interroga qué quiere que haga por él, concreta su petición rogándole que le devuelva la vista. Algo que Jesús le concede: Le curó la confianza que tenía en Jesús de que le podía devolver la vista, porque Jesús, el Hijo de Dios, tenía poder para ello. “Tu fe te ha curado”.

De alguna manera todos nosotros nos vemos retratados en esta escena del ciego. Y nos atrevemos a pedirle a Jesús: “Señor, que vea otra vez”. Pero le pedimos no que no cure la ceguera de nuestros ojos, porque con ellos vemos, sino la ceguera de nuestro corazón, que en muchas ocasiones no acaba de ver claro. Le pedimos que nuestro corazón vea claro a la hora de saber cómo reaccionar ante las distintas circunstancias de la vida para encontrar el sentido que todos buscamos, que nos convenza con rotundidad que Dios es nuestro gran Padre que nos ama entrañablemente, que todos los hombres son nuestros hermanos, que nuestro destino es la resurrección a una vida de total felicidad y para siempre…confiando la respuesta positiva de Jesús: “Tu fe te ha curado”.




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