Lecturas del día 8 de noviembre de 2023
Primera lectura
Salmo Responsorial
Dichosos los que temen al Señor
y aman de corazón sus mandamientos;
poderosos serán sus descendientes:
Dios bendice a los hijos de los buenos.
R. Dichosos los que temen al Señor.
Quien es justo, clemente y compasivo,
como una luz en las tinieblas brilla.
Quienes compadecidos prestan
y llevan su negocio honradamente
jamás se desviarán.
R. Dichosos los que temen al Señor.
Al pobre dan limosna,
obran siempre conforme a la justicia;
su frente se alzará llena de gloria.
R. Dichosos los que temen al Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Dichosos ustedes, si los injurian por ser cristianos,
porque el Espíritu de Dios descansa en ustedes.
R. Aleluya.
Evangelio
“Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’.
¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.
Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.
Reflexión
En el pasaje bíblico de Lucas 14, versículos del 25 al 33, nos encontramos con una enseñanza provocativa de Jesús, que viajaba acompañado de una gran multitud. Al dirigirse a ellos, proclama un mensaje que resuena con un eco exigente: cualquier persona que no renuncie a todo lo que posee no puede ser su discípulo. Esta afirmación nos coloca frente a frente con una dimensión radical de la fe cristiana que no puede ser ignorada ni minimizada.
En la Palestina del primer siglo, las familias y los lazos comunitarios constituían la red principal de apoyo social y económico para una persona. Renunciar a ellos era una especie de suicidio social; era dejar atrás no sólo posesiones, sino identidad y seguridad. Jesús, por tanto, no solo está hablando de desprendimiento material, sino también de una redefinición de las relaciones y prioridades personales. Está invitando a sus seguidores a una vida en la que los vínculos familiares y las posesiones no obstruyan la relación plena con Dios y el compromiso con su Reino.
El evangelio ilustra una paradoja fundamental de la fe cristiana: en la renuncia se encuentra la verdadera libertad. Esta enseñanza se alinea con la noción del ‘kenosis’, un término que hace referencia al acto de vaciamiento de uno mismo. Jesús no propone una simple renuncia, sino vaciarse para ser llenado por la gracia divina. Es en la entrega y el desapego donde el individuo se abre al amor incondicional de Dios y, por tanto, a la verdadera esencia de lo que significa ser discípulo.
Nos llama a una acción transformadora, se nos impulsa a meditar sobre la pregunta: ¿Qué ocupa el centro de nuestra vida? La respuesta a esta interrogante no es meramente intelectual o teórica, sino que debe traducirse en una vivencia que permea todas nuestras decisiones y acciones. La espiritualidad que emana de estas palabras de Jesús es una que abraza el sacrificio, no como un fin en sí mismo, sino como un medio para alcanzar una comunión más profunda con lo divino y con los demás.
La metáfora de la construcción de una torre y la preparación para la guerra son llamadas a la prudencia y al cálculo personal que cada discípulo debe realizar. La torre simboliza una empresa que requiere compromiso y visión a largo plazo; la guerra, la anticipación a las adversidades y la disposición a enfrentarlas. Ambas imágenes resaltan la necesidad de considerar seriamente la envergadura de la decisión de seguir a Jesús, entendiendo que la misma conlleva implicaciones profundas que deben ser asumidas con seriedad y consciencia plena.
En este tramo del evangelio, pues, se nos insta a ponderar el coste de nuestra devoción y la profundidad de nuestro seguimiento. La fe no se presenta como un camino adornado de comodidades y garantías terrenales, sino como una ruta que exige valor, decisión y un espíritu de renuncia a las ataduras que nos impiden avanzar hacia una libertad auténtica.
En el seguimiento de Jesús, se nos invita a adoptar una perspectiva contracultural, en la que los valores del Reino de Dios se anteponen a los dictados de la sociedad. Este pasaje nos reta a discernir constantemente nuestras prioridades y nos llama a estar dispuestos a soltar aquello que nos retiene o nos desvía del camino de la verdad y la vida plena. En una sociedad marcada por el consumismo y la autoafirmación, el mensaje es claro y contra corriente: solo al vaciarnos de nosotros mismos y de nuestros apegos podemos llenarnos del infinito amor de Dios.
Esta reflexión no es simplemente una invitación a la moderación o al minimalismo espiritual; es un llamado a la transformación radical del corazón y la mente, un cambio que comienza en lo más profundo del ser y se extiende hacia todas nuestras relaciones y posesiones. Al fin y al cabo, se nos presenta un camino que, aunque marcado por la renuncia y el sacrificio, promete la libertad más sublime: la de ser verdaderos discípulos de Jesús, capaces de amar sin medidas y de servir sin esperar recompensas terrenales.
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