Lecturas del día 7 de noviembre de 2023
Primera lectura
Hermanos: Todos nosotros, aun siendo muchos, formamos un solo cuerpo unidos a Cristo, y todos y cada uno somos miembros los unos de los otros. Pero tenemos dones diferentes, según la gracia concedida a cada uno. El que tenga el don de profecía, que lo ejerza de acuerdo con la fe; el que tenga el don de servicio, que se dedique a servir; el que enseña, que se consagre a enseñar; el que exhorta, que se entregue a exhortar. El que da, hágalo con sencillez; el que preside, presida con solicitud; el que atiende a los necesitados, hágalo con alegría.
Que el amor de ustedes sea sincero. Aborrezcan el mal y practiquen el bien; ámense cordialmente los unos a los otros, como buenos hermanos; que cada uno estime a los otros más que a sí mismo. En el cumplimiento de su deber, no sean negligentes y mantengan un espíritu fervoroso al servicio del Señor. Que la esperanza los mantenga alegres; sean constantes en la tribulación y perseverantes en la oración. Ayuden a los hermanos en sus necesidades y esmérense en la hospitalidad.
Bendigan a los que los persiguen; bendíganlos, no los maldigan. Alégrense con los que se alegran; lloren con los que lloran. Que reine la concordia entre ustedes. No sean, pues, altivos; más bien pónganse al nivel de los humildes.
Salmo Responsorial
R. Dame, Señor, la paz junto a ti.
Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos soberbios;
grandezas que superen mis alcances
no pretendo.
R. Dame, Señor, la paz junto a ti.
Estoy, Señor, por lo contrario,
tranquilo y en silencio,
como niño recién amamantado
en los brazos maternos.
R. Dame, Señor, la paz junto a ti.
Que igual en el Señor esperen
los hijos de Israel, ahora y por siempre.
R. Dame, Señor, la paz junto a ti.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Vengan a mí, todos los que están fatigados
y agobiados por la carga,
y yo les daré alivio, dice el Señor.
R. Aleluya.
Evangelio
Entonces Jesús le dijo: “Un hombre preparó un gran banquete y convidó a muchas personas. Cuando llegó la hora del banquete, mandó un criado suyo a avisarles a los invitados que vinieran, porque ya todo estaba listo. Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. Uno le dijo: ‘Compré un terreno y necesito ir a verlo; te ruego que me disculpes’. Otro le dijo: ‘Compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me disculpes’. Y otro más le dijo: ‘Acabo de casarme y por eso no puedo ir’.
Volvió el criado y le contó todo al amo. Entonces el señor se enojó y le dijo al criado: ‘Sal corriendo a las plazas y a las calles de la ciudad y trae a mi casa a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos’.
Cuando regresó el criado, le dijo: ‘Señor, hice lo que me ordenaste, y todavía hay lugar’. Entonces el amo respondió: ‘Sal a los caminos y a las veredas; insísteles a todos para que vengan y se llene mi casa. Yo les aseguro que ninguno de los primeros invitados participará de mi banquete’ “.
Reflexión
En el pasaje bíblico de Lucas, se nos presenta la parábola conocida comúnmente como la “Gran Cena”, una alegoría rica en significados y con múltiples capas de comprensión, en la que Jesús revela aspectos del Reino de Dios y de la naturaleza humana que resuenan con profunda resonancia hasta el día de hoy.
La narrativa se desarrolla en el contexto de una comida en casa de uno de los principales fariseos. Jesús, un maestro en utilizar el entorno cotidiano para extraer verdades eternas, aprovecha la ocasión para ofrecer una enseñanza mediante la historia de un hombre que prepara un gran banquete e invita a muchos. Este escenario es una representación fiel de las prácticas sociales de la época, donde los banquetes no solo eran eventos gastronómicos sino también sociales y políticos de suma importancia.
Las excusas de los invitados originales, que declinan la invitación a último momento, son espejos de las justificaciones humanas ante compromisos de mayor trascendencia. Una propiedad adquirida, yuntas por probar, una reciente unión conyugal, todas estas razones, aunque válidas en el contexto temporal, palidecen ante la magnitud de lo que se está ofreciendo: participar en el festín preparado por el anfitrión. Esto indica una inclinación hacia lo inmediato y terrenal, desestimando la importancia de lo espiritual y eterno.
La parábola expone el alcance inclusivo del mensaje cristiano. Al ser rechazado por los primeros invitados, el anfitrión extiende la convocatoria a los pobres, mancos, cojos y ciegos, y finalmente a los transeúntes fuera de los límites de la ciudad. Esta expansión de la invitación refleja la apertura de la salvación más allá de Israel, alcanzando a gentiles y marginados, desmontando las barreras sociales y religiosas que separaban a los “puros” de los “impuros”, los “justos” de los “pecadores”.
El anfitrión de la parábola, una figura que tradicionalmente se interpreta como Dios mismo, muestra una generosidad que desborda los límites esperados. No hay límite en su hospitalidad, y su deseo es que su casa esté llena. Esto se contrasta con la cerrazón de aquellos que se creían merecedores por derecho propio de asistir al banquete. Así, se revela el corazón de la fe cristiana: no son las obras o el estatus lo que otorgan el lugar en la mesa divina, sino la aceptación humilde y agradecida de la invitación de Dios.
Cada uno de nosotros, en algún momento, hemos dado excusas para no atender a nuestras propias profundidades espirituales o para esquivar el llamado a una vida más comprometida con nuestros valores más elevados. La parábola nos motiva a examinar qué prioridades estamos colocando por delante de nuestra relación con Dios y nuestro crecimiento personal.
La insistencia del anfitrión por llenar su mesa puede ser vista como la persistente búsqueda de Dios por cada alma, una metáfora de la incansable gracia que no se rinde ante las primeras señales de rechazo. Esta es una invitación a la reflexión acerca de nuestra propia receptividad o resistencia al llamado del Señor, y al reconocimiento de que, en muchas ocasiones, somos nosotros quienes nos autoexcluimos de la plenitud de vida que se nos ofrece.
La parábola termina con una advertencia y una promesa: aquellos que rechazaron la invitación no probarán del banquete. Esto no sólo habla de una oportunidad perdida sino también de una elección consciente con consecuencias eternas. La enseñanza de Jesús nos llama a discernir lo efímero de lo eterno, a valorar lo que se nos ofrece en el ahora eterno de Dios frente a las preocupaciones pasajeras del día a día.
En resumen, este pasaje del Evangelio según Lucas es un mosaico de reflexiones históricas, teológicas y espirituales que trasciende su contexto temporal para interpelar al hombre y mujer contemporáneos. La mesa está dispuesta, las invitaciones enviadas; nos queda, entonces, la decisión personal de acoger el llamado, superando las justificaciones triviales, para participar en la abundancia de la vida que se nos ofrece.
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