Lecturas del día 6 de noviembre de 2023
Primera lectura
Hermanos: Así como ustedes antes eran rebeldes contra Dios y ahora han alcanzado su misericordia con ocasión de la rebeldía de los judíos, en la misma forma, los judíos, que ahora son los rebeldes y que fueron la ocasión de que ustedes alcanzaran la misericordia de Dios, también ellos la alcanzarán. En efecto, Dios ha permitido que todos cayéramos en la rebeldía, para manifestarnos a todos su misericordia.
¡Qué inmensa y rica es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos! ¿Quién ha conocido jamás el pensamiento del Señor o ha llegado a ser su consejero? ¿Quién ha podido darle algo primero, para que Dios se lo tenga que pagar? En efecto, todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por él y todo está orientado hacia él. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Salmo Responsorial
R. (14c) A ti, Señor, elevo mi plegaria.
Mírame, Señor, enfermo y afligido;
defiéndeme y ayúdame, Dios mío.
En mi cantar exaltaré tu nombre,
proclamaré tu gloria, agradecido.
R. A ti, Señor, elevo mi plegaria.
Se alegrarán al verlo los que sufren;
quienes buscan a Dios tendrán más ánimo,
porque el Señor jamás desoye al pobre,
ni olvida al que se encuentra encadenado.
R. A ti, Señor, elevo mi plegaria.
Ciertamente el Señor salvará a Sión,
reconstruirá a Judá;
la heredarán los hijos de sus siervos,
quienes aman a Dios la habitarán.
R. A ti, Señor, elevo mi plegaria.
Aclamación antes del Evangelio
Si se mantienen fieles a mi palabra, dice el Señor,
serán verdaderamente discípulos míos
y conocerán la verdad.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo al jefe de los fariseos que lo había invitado a comer:
“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado.
Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”.
Reflexión
En el pasaje bíblico presentado del Evangelio según Lucas 14, 12-14, se nos relata un momento en el cual Jesús, durante una comida en casa de un líder fariseo, ofrece una enseñanza contracultural que continúa resonando a través de los siglos. La narrativa se despliega en un contexto social donde los banquetes no eran meramente actos de hospitalidad, sino también manifestaciones de estatus y poder. En la cultura judía del primer siglo, estos eventos eran ocasiones para fortalecer lazos sociales y políticos; los invitados, a menudo, reflejaban o realzaban el honor del anfitrión.
En medio de este escenario, Jesús subvierte las normas sociales vigentes al exhortar a su anfitrión a invitar a los marginados y desposeídos —los pobres, lisiados, cojos y ciegos— aquellos que no pueden retribuir la invitación. Aquí, la sabiduría del maestro de Nazaret despliega una profunda implicancia teológica: la generosidad desinteresada se revela como un eco del reino de Dios, donde las acciones no buscan recompensa terrenal, sino que reflejan una bondad pura, motivada por la compasión y el amor incondicional.
Esta invitación a practicar la hospitalidad radical va más allá de la simple caridad. Jesús está desmantelando un sistema de reciprocidad que perpetúa la estratificación social y la exclusión. Desde una óptica espiritual, el acto de incluir a los que están al margen de la sociedad es un reflejo tangible de la inclusividad del amor divino. El gesto de abrir la mesa a los menos afortunados es un acto de humildad y de reconocimiento de la dignidad inherente a toda persona, creado a imagen de Dios.
La iglesia primitiva tomó estas palabras como fundamento para su práctica comunal, donde las distinciones entre rico y pobre buscaban ser abolidas en la fracción del pan. Esta perspectiva evidencia que el llamado de Jesús no era solo para el individuo, sino también para la comunidad, una invitación a transformar las estructuras sociales y a prefigurar en el aquí y ahora la justicia del reino venidero.
Este pasaje confronta la noción de mérito y recompensa. La bienaventuranza prometida a aquellos que actúan sin esperar retribución desafía la lógica de la retribución que domina tantos aspectos de la existencia humana. En la economía de Dios, las bendiciones no son monedas de cambio, sino manifestaciones gratuitas de la gracia. La esperanza de la recompensa en la resurrección de los justos establece una visión escatológica en la que los valores del reino de Dios trastocan y redimensionan las aspiraciones humanas.
Es en la esfera espiritual donde este pasaje encuentra su eco más profundo. La llamada a la generosidad sin límites y la hospitalidad abierta es una invitación a participar en la naturaleza misma de lo divino. En el acto de dar sin esperar retorno, se encuentra una libertad auténtica; en el servicio a los olvidados y desfavorecidos, se descubre una comunión más verdadera con la esencia del ser supremo.
Además, este pasaje tiene una resonancia profética, en el sentido de que anuncia un reino que está al revés de las expectativas mundanas. El imperativo de Jesús es una revelación que desenmascara las pretensiones de una piedad que busca reconocimiento, y en su lugar propone una forma de vida que encuentra su plenitud en la renuncia al reconocimiento y en la búsqueda del bien del otro.
El Evangelio según Lucas, en este breve fragmento, se convierte así en un texto de reflexión continua para toda comunidad de fe. La propuesta de Jesús invita a una introspección constante sobre la autenticidad de la práctica religiosa y el llamado a vivir una fe que se manifiesta en actos de amor radical. En última instancia, el pasaje nos interpela sobre la naturaleza de nuestra hospitalidad y generosidad: ¿Están motivadas por el deseo de ser reconocidos o por el genuino impulso de reflejar la generosidad del Creador?
Por lo tanto, el pasaje lucano nos conduce a una meditación trascendental sobre la forma en que articulamos nuestra espiritualidad en acciones concretas, cómo construimos nuestras relaciones comunitarias y cómo, en última instancia, encarnamos los valores del reino que Jesús vino a proclamar. Es un llamamiento perpetuo a vivir de manera contracultural, trascendiendo las expectativas sociales para abrazar la visión transformadora de un reino basado en la gracia, la misericordia y el amor incondicional.
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