Lecturas del día 27 de octubre de 2023
Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol Santiago 3, 13-18
Hermanos míos: ¿Hay alguno entre ustedes con sabiduría y experiencia? Si es así, que lo demuestre con su buena conducta y con la amabilidad propia de la sabiduría. Pero si ustedes tienen el corazón amargado por envidias y rivalidades, dejen de presumir y engañar a costa de la verdad.
Esa no es la sabiduría que viene de lo algo; ésa es terrenal, irracional, diabólica; pues donde hay envidias y rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas.
Pero los que tienen la sabiduría que viene de Dios son puros, ante todo. Además son amantes de la paz, comprensivos, dóciles, están llenos de misericordia y buenos frutos, son imparciales y sinceros. Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia.
Salmo Responsorial
Salmo 121
R. Escucha, Señor, las súplicas de tus siervos y dales tu paz.
Qué alegría sentí cuando dijeron:
“Vayamos a la casa del Señor”.
Y hoy estamos, por fin, Jerusalén,
Pisando tus umbrales.
R. Escucha, Señor, las súplicas de tus siervos y dales tu paz.
Allá suben las tribus,
Las tribus del Señor,
Según lo que a Israel se le ha ordenado
A celebrar su nombre;
Porque allí, en el palacio de David
Están los tribunales de justicia
R. Escucha, Señor, las súplicas de tus siervos y dales tu paz.
Para Jerusalén, pidan la paz:
“Que prosperen aquellos que te aman,
Que reine la paz entre tus muros
Y la seguridad en tus palacios”
R. Escucha, Señor, las súplicas de tus siervos y dales tu paz.
Por el amor que tengo a mis hermanos,
Voy a decir: “La paz esté contigo”.
Y por la casa del Señor, mi Dios,
Pediré para ti todos los bienes
R. Escucha, Señor, las súplicas de tus siervos y dales tu paz.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió.
Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho.
La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: “Me voy, pero volveré a su lado”. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean”.
Reflexión
Escuchando la invitación del Santo Padre, nos hacemos sensibles a todas las situaciones de guerra y violencia que se viven en el mundo y suplicamos el don de la paz. Esta plegaria nos lleva a tomar conciencia de que una paz sólida sólo se construye con el establecimiento de la justicia en cada uno de los ambientes en los que nos desenvolvemos. Es lo mismo que nos explica el apóstol al invitarnos a liberar nuestro corazón de la amargura provocada por las envidias y rivalidades. Conscientes, entonces, de que eso sólo se puede lograr abriéndose a la sabiduría divina, nos sentimos ungidos a renovar nuestra docilidad al Espíritu Santo, ya que es Él quien nos llevará a cumplir la voluntad del Padre. Es ese el don que invocamos no sólo sobre los dones sagrados, sino también para cada ser humano, de modo que establezca la paz y la unidad simbolizadas en los dones eucarísticos.
En el corazón del Evangelio de Juan, encontramos un pasaje repleto de promesas, consuelo y desafíos. A primera vista, Jesús está ofreciendo palabras de aliento a sus discípulos antes de enfrentar su Pasión. Sin embargo, al profundizar en el contexto histórico, teológico y espiritual, el mensaje trasciende la temporalidad y se convierte en un llamado atemporal para todos los creyentes.
El pasaje se ubica en un tiempo de incertidumbre para los discípulos. Jesús les anticipa su partida, pero al mismo tiempo, les garantiza que no los dejará desamparados. Habla de la venida del “Paráclito”, el Espíritu Santo, que será un consuelo para ellos. En un período en que la persecución y el temor eran reales, estas palabras ofrecían un respiro y un refugio. Jesús les asegura que, a pesar de los desafíos que enfrentarán, no estarán solos.
Este pasaje destila la esencia de la Trinidad. Jesús hace referencia al amor del Padre y cómo aquel que lo ama será amado por el Padre. Al mencionar la venida del Espíritu Santo, completa la tríada. La interrelación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se manifiesta en la promesa de la permanente presencia divina entre los creyentes. Aquí se encuentra una profunda verdad teológica: la morada trinitaria, es decir, la morada de la Trinidad en el alma del fiel.
La lectura nos invita a reflexionar sobre el papel del amor en nuestra relación con Dios. Jesús establece una clara correlación entre el amor y la obediencia: “El que me ama, cumplirá mi palabra”. En este sentido, el amor no es una simple emoción, sino una decisión consciente que se traduce en acciones concretas. Amar a Jesús implica seguir sus enseñanzas, vivir de acuerdo con su voluntad y buscar la construcción del Reino de Dios aquí en la tierra.
Ahora bien, uno de los versículos más conmovedores es cuando Jesús dice: “Les dejo la paz, les doy mi paz”. En un mundo turbulento, esta promesa de paz se siente como un oasis. Pero, es importante subrayar que no se refiere a una paz superficial o simplemente a la ausencia de conflictos. Se trata de una paz profunda, arraigada en la confianza en Dios y en su providencia. Es una paz que supera toda comprensión humana.
Llevando esto al contexto actual y considerando el llamado del Papa Francisco a unirnos en la Jornada Mundial de Oración por la Paz este 27 de octubre , es evidente que el mensaje de Juan 14, 23-29 es más relevante que nunca. Vivimos en tiempos convulsos, donde la paz parece esquiva y los conflictos abundan. Pero, como creyentes, somos portadores de esta paz que Jesús nos ha dado.
En conclusión, Jesús, en su infinita sabiduría, sabía que sus discípulos y todos nosotros, a lo largo de la historia, enfrentaríamos momentos de tribulación. Pero también sabía que su paz y la presencia del Espíritu Santo serían suficientes para sostenernos. Siguiendo el llamado del Papa Francisco, unámonos en oración, no solo por una paz mundial, sino también por esa paz interior que solo puede venir de una relación profunda y amorosa con Dios. La paz que Jesús prometió es un regalo, pero también es una responsabilidad: debemos ser portadores y constructores de esa paz en un mundo que la necesita desesperadamente.
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