En la Amazonia hay, mujeres que hacen Iglesia
por Lucia Capuzzi
“Tan invisibles como indispensables”. Estos son los dos adjetivos con los que la Asamblea Eclesial de América Latina -una experiencia sin precedentes celebrada en Ciudad de México en noviembre de 2021- resumió la condición de la mujer en la Iglesia del Continente. Los números confirman el rol fundamental del componente femenino: hay más de 600.000 catequistas, y sólo los agentes pastorales implicados en el ámbito educativo se acercan al millón. Sin embargo, la vida cotidiana pone de relieve hasta qué punto las mujeres laicas y religiosas siguen estando relegadas a la periferia eclesial. Precisamente por este motivo, la Asamblea hizo un llamamiento enérgico para “incluir de una vez por todas a las mujeres en la liturgia, en la toma de decisiones y en la teología”.
A pesar de la riqueza de la reflexión teológica feminista y femenina, es en el ámbito litúrgico donde probablemente la presencia de la mujer se ha hecho más significativa. Es precisamente en la liturgia, después de todo, donde se revela plásticamente el proceso de encarnación del Concilio en la inmensa región comprendida entre Río Bravo y Tierra del Fuego, llevado a cabo por sus Obispos desde la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín en 1968.
Dos son los pilares de la renovación: la inculturación de ritos y prácticas y el dinamismo de la mujer. En ambos casos, más que un proyecto codificado, se trataba de una respuesta a la realidad latinoamericana. En el continente, los indígenas representan el 8% de los habitantes, los afroamericanos el 20%, y prácticamente todos son fruto del mestizaje, la mezcla de etnias, pueblos y culturas que siguió al Descubrimiento-Conquista. Con una media de más de 5.500 fieles por sacerdote, casi tres veces más que en Europa, son los laicos y, sobre todo, las laicas quienes llevan a las comunidades cristianas para las que la Eucaristía dominical reviste una importancia crucial. Como los sacerdotes escasean, la Misa se sustituye a menudo por la celebración de la Palabra.
“En las aldeas de Belém do Alto Solimões hay muchos ministros. Y son ellos los que presiden la liturgia, desde la señal inicial de la cruz hasta la despedida final. Incluso cuando consigo ir a celebrar, dejo que ellos dirijan y hagan también la homilía, mientras yo me limito a la consagración Eucarística”, cuenta Fray Paolo Maria Braghini, misionero capuchino italiano desde hace casi veinte años en la Amazonia brasileña. Un lugar donde la influencia de los laicos en la transmisión y el cuidado de la fe católica es decisiva. “Es bueno que los fieles sean protagonistas. De hecho, los fieles aquí, como agentes de pastoral son fundamentales. No sólo por su gran número. Son dinámicos, fuertes, creativos, resistentes. Es justo que tengan reconocimiento – subraya el clérigo – Por fin ahora lo están teniendo”.
El punto de inflexión fue el Sínodo sobre la Amazonia, celebrado en octubre de 2019 y que culminó con Querida Amazonia. Ya el documento final, recogido por la exhortación, pedía la revisión del Motu proprio Ministeria quaedam para que las mujeres pudieran acceder a los ministerios de lector y acólito. Una invitación que el pontífice aceptó en enero de 2021. Dos mujeres amazónicas -las ecuatorianas Aurea Imerda Santi y Susana Martina Santi, del pueblo quechua- fueron las primeras lectoras y acólitas oficiales de la Iglesia católica. “Fue un hermoso regalo. Entre nosotros, los Ticuna, siempre han sido las mujeres las que custodian la fe católica. Ahora, sin embargo, sentimos que la Iglesia nos reconoce y nos valora”, dice Magnolia Parente Arambula, indígena y misionera de Nazaré, en la Amazonia colombiana. Un pueblo de 1.017 habitantes sobre el que gravita una galaxia de comunidades satélite de unas decenas de personas que Magnolia evangeliza desde hace diez años. “Y a mí me evangelizan”, añade.
La liturgia Ticuna tiene rasgos marcadamente femeninos. “Sobre todo en los funerales y en la vigilia que los precede, las mujeres dirigen las oraciones y los cantos. En cuanto a la Eucaristía, los fieles se encargan del ofertorio, en el que llevan su trabajo, representado por pequeñas artesanías o productos agrícolas, como ofrenda al Señor. Por último, en los “tiempos fuertes” del año litúrgico, como Navidad y Semana Santa, muchos de los ritos son celebrados por mujeres”.
No es fácil hablar de una “liturgia amazónica”. En la selva conviven 400 culturas y lenguas diferentes en su concepción de la vida y de la fe. Y, por lo tanto, con diferentes maneras de ‘entrar en la mirada que Dios tiene sobre nosotros’, como Romano Guardini definió la liturgia. Por eso, la Conferencia Eclesial de Amazonia (CEAMA), fruto del camino postsinodal, ha iniciado desde 2020 un profundo proceso de estudio para encontrar un mínimo común denominador que sea significativo para todos los pueblos originarios de la región. La base, real y no meramente teórica, para la elaboración de un rito amazónico propio que pueda sumarse a los otros 23 de los que se compone la catolicidad.
“Rito no significa sólo celebraciones. Reúne hábitos, costumbres, visiones cosmológicas y antropológicas. Por eso no podemos tener prisa. El primer paso fue formar una comisión de obispos, antropólogos, pastoralistas y comenzar el trabajo de campo. El análisis comenzó en Manaos, Brasil, el corazón de la Amazonia. Luego se repetirá en las diócesis antes de llegar a algo que proponer ad experimentum”, explica Eugenio Coter, italiano trasplantado en Pando, Bolivia, donde es vicario apostólico además de representante de los Obispos amazónicos en la presidencia del CEAMA. El modelo es el rito zaireño. En ello se inspiró también el Episcopado mexicano, que en su última asamblea general decidió presentar a la Santa Sede la propuesta de incluir en la Misa algunos rituales propios de la cultura maya.
La formuló la diócesis de San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, donde más del 70% de la población es indígena. Tres, en concreto, son las adaptaciones sugeridas: una oración inicial dirigida por el director, un laico indígena de fe madura cuya autoridad es reconocida por la comunidad, una danza típica después de la comunión y el servicio de “incensarios” para marcar el ritmo de la celebración. “Es un papel principalmente femenino. Incluirlo de manera oficial”, concluye el cardenal Felipe Arizmendi, uno de los promotores de la Misa Maya, “es un pequeño reconocimiento a la acción evangelizadora que da vida a nuestras comunidades”. Casi sesenta años después, la inculturación y la valorización de la mujer son los dos caminos por los que el Concilio sigue caminando en el continente.
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